En este capítulo, hablar palabras de consuelo al corazón de Jerusalén (vs. 1-2) en realidad es anunciar el evangelio (cfr. Is. 61:1-2; Lc. 4:18-19). Lo primero que se anunció fue la venida de Juan el Bautista (vs. 3-4). Esto fue seguido inmediatamente por la aparición de Cristo — Aquel que Juan recomendó—, quien es la gloria de Jehová (v. 5). La gloria de Jehová es el centro del evangelio con miras a la nueva creación (2 Co. 4:4-6). Cristo es el resplandor de la gloria de Dios (He. 1:3), y este resplandor es como el fulgor del sol (Lc. 1:78-79). Por tanto, cuando Cristo apareció, la gloria de Jehová fue revelada a fin de ser vista por quienes buscan a Dios y por los creyentes de Cristo (Mt. 17:1-2, 5; Lc. 2:25-32; 9:32; Jn. 1:14; 2 P. 1:16-18). Para aquellos en quienes Cristo resplandeció, Cristo es la gloria de Dios y la esperanza de gloria dentro de ellos (Col. 1:27).
En este capítulo el Cristo que viene, quien es las buenas nuevas, deberá ser anunciado como Jehová nuestro Dios (v. 3); como Jehová de la gloria (v. 5); como el Señor Jehová, quien viene con poder para reinar con Su brazo, trayendo consigo Su galardón y delante de Él Su recompensa (vs. 9-10); y como Pastor que apacienta Su rebaño, recoge en Sus brazos a los corderos, los lleva en Su seno y conduce a las que están criando (v. 11).
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