En Hch. 13:34, Pablo interpreta las misericordias firmes como “las cosas santas y fieles de David”, y en el v. 35 él indica que estas cosas son el propio Cristo en resurrección (véase la nota Hch. 13:341). La interpretación hecha por Pablo es confirmada en el v. 4 de este capítulo. Cristo se encarnó para traernos a Dios mismo como gracia (Jn. 1:14, 16-17), y Él fue crucificado y resucitó a fin de llegar a ser para nosotros las misericordias firmes en resurrección. Debido a que nos encontrábamos en una situación miserable y no podíamos corresponder a la gracia de Dios, Cristo —la corporificación de la gracia de Dios— se convirtió en las misericordias firmes y, ahora, mediante estas misericordias nosotros estamos en la posición apropiada para corresponder a Dios y recibirle como gracia (cfr. Ef. 2:4 y la nota 2). En el Cristo que es las misericordias firmes, Dios llega hasta nosotros en Su gracia para ser nuestro disfrute. Cristo es tanto las misericordias firmes como el pacto eterno que garantiza estas misericordias.
El Cristo resucitado, en calidad de misericordias firmes de Dios, llegó a ser la base de la justificación provista por Dios a Sus creyentes (Hch. 13:34-39; Ro. 4:25). Con base en esta justificación efectuada en la resurrección de Cristo, los creyentes pueden ser santificados al disfrutar a Cristo, el hijo de David (Mt. 1:1), como Aquel que es las misericordias firmes de Dios, esto es, como el Santo que no vio corrupción (Hch. 13:35).