Esta profecía con respecto al derramamiento del Espíritu de Dios como lluvia temprana que viene para la salvación de Israel fue cumplida a manera de anticipo mediante el derramamiento del Espíritu el día de Pentecostés (Hch. 2:1-4, 16-21), y será cumplida en plenitud mediante el derramamiento del Espíritu una segunda vez, antes de la gran tribulación (Mt. 24:21), para la salvación y regeneración de muchos israelitas que habrán retornado. Este segundo derramamiento es diferente del derramamiento del Espíritu como lluvia tardía el último día de la tribulación para la salvación del remanente de judíos sitiado por el anticristo (Zac. 12:10).
Tanto en la Biblia entera como en los Profetas Menores se revelan cuatro cosas: la disciplina que Dios aplica a Su pueblo elegido, el castigo que Dios inflige a las naciones, la manifestación de Cristo y la restauración. Estos cuatro asuntos son abarcados en Joel, un breve libro compuesto de tres capítulos. Primero, Dios envió las langostas para consumir a Israel (Jl. 1:2-20; 2:1-11). Ésta fue la disciplina de Dios debido a las graves maldades cometidas por Israel. Después, este libro revela que Dios castigará y juzgará a las naciones gentiles debido a que al consumir a Israel, ellas se excedieron actuando sin la menor consideración por la equidad (Jl. 3:1-16, 19). La disciplina que Dios aplica a Israel y el castigo que inflige a las naciones redunda en la manifestación de Cristo. Con respecto a esta manifestación, Joel habla aquí sobre el derramamiento del Espíritu procesado, consumado y compuesto, esto es: el Espíritu de Dios compuesto de la humanidad de Cristo, de la muerte de Cristo y la eficacia de la misma, y de la resurrección de Cristo y el poder de la misma (véase la nota Éx. 30:251). Éste es el Espíritu Santo, quien fue derramado el día de Pentecostés (Hch. 2:1-4, 16-21), y este Espíritu es el Dios Triuno consumado y es quien hace a Cristo real para nosotros con miras a la manifestación de Cristo. Esta manifestación comenzó con la encarnación de Cristo y ha sido confirmada y fortalecida por el derramamiento del Espíritu, pues mediante tal derramamiento Cristo el individuo llegó a ser el Cristo corporativo (1 Co. 12:12-13), esto es, la iglesia como el gran misterio de la piedad, Dios manifestado en la carne (1 Ti. 3:15-16). La iglesia como manifestación de Cristo introducirá el día glorioso de la restauración, la era del reino milenario (Jl. 3:16-21), en la cual Cristo será manifestado de manera más plena. La restauración tendrá su consumación en la plena manifestación de Cristo en la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva (Ap. 21:1-2). Véase la nota Jl. 1:41a.