Esto es reconocer la autoridad de Dios y respetar Su gobierno sobre los hombres (Ro. 13:1-2).
Esto es reconocer la autoridad de Dios y respetar Su gobierno sobre los hombres (Ro. 13:1-2).
Tit. 3:8, 14; 2 Ti. 2:21; 3:17
No pendenciero; pacífico.
Véase la nota 1 Ti. 3:33b.
O, deseos y placeres.
La benignidad y el amor de Dios nuestro Salvador nos salvaron y nos hicieron diferentes de otros.
Es decir, obras de justicia, hechas en el elemento y la esfera de la justicia, lo cual denota auténticas obras de justicia. Incluso tales obras de justicia no son suficientes para ser la base y la condición de nuestra salvación. Solamente el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo, los cuales nos traen la misericordia de Dios, son suficientes para hacer que seamos salvos.
El Tit. 2:11 nos dice que la gracia de Dios trae salvación al hombre, y el v. 7 de este capítulo afirma que somos justificados por la gracia del Señor. Pero este versículo nos dice que Dios nos salvó conforme a Su misericordia. La misericordia de Dios llega más lejos que Su gracia. Nuestra miserable condición creó un gran abismo entre nosotros y la gracia de Dios. Fue la misericordia de Dios la que creó un puente sobre este abismo y nos trajo a Su salvación de gracia. Véase la nota He. 4:162b y la nota Mt. 9:132a.
Lit., lavacro; para lavarse de la inmundicia.
La palabra griega traducida regeneración es diferente de la palabra traducida regenerados en 1 P. 1:23. El único versículo además de éste que usa este término es Mt. 19:28, y allí se refiere a la restauración que tendrá lugar en el milenio (véase la nota Tit. 3:11a). Aquí se refiere a un cambio de condición. Nacer de nuevo es el comienzo de este cambio. El lavamiento de la regeneración comienza con nuestro nuevo nacimiento y continúa con la renovación del Espíritu Santo como proceso propio de la nueva creación, proceso en virtud del cual somos hechos un nuevo hombre. Es una especie de reacondicionamiento, de reconstrucción, de remodelación, realizado con la vida divina. El bautismo (Ro. 6:3-5), el despojarse del viejo hombre, el vestirse del nuevo hombre (Ef. 4:22, 24; Col. 3:9-11) y la transformación por medio de la renovación de la mente (Ro. 12:2; Ef. 4:23) están relacionados, todos ellos, con este proceso maravilloso. El lavamiento de la regeneración elimina todas las cosas de la vieja naturaleza de nuestro viejo hombre, y la renovación del Espíritu Santo imparte algo nuevo —la esencia divina del nuevo hombre— a nuestro ser. De este modo se produce un traslado de un estado viejo a un estado totalmente nuevo, del estado de la vieja creación a la nueva. Por consiguiente, tanto el lavamiento de la regeneración como la renovación del Espíritu Santo operan en nosotros continuamente a lo largo de nuestra vida hasta la culminación de la nueva creación.
2 Ti. 1:14; Ef. 1:13; Gá. 3:5; 4:6; 1 Co. 3:16; 6:19; Ro. 8:9, 11; Ez. 36:27
En 1 Timoteo se da énfasis a la iglesia (1 Ti. 3:15-16), en 2 Timoteo, a las Escrituras (2 Ti. 3:15-16), y en Tito se da énfasis al Espíritu Santo. La iglesia es la casa del Dios viviente, la cual expresa a Dios en la carne, y es columna y fundamento de la verdad, la realidad divina del gran misterio: Dios manifestado en la carne. La Escritura es el aliento de Dios; como tal, contiene y transmite Su esencia divina para nutrirnos y equiparnos a fin de hacernos completos y perfectos para que Él nos pueda usar. El Espíritu Santo es la persona divina; Él nos lava y nos renueva en el elemento divino hasta hacer de nosotros una nueva creación que posee la naturaleza divina, a fin de que seamos herederos de Dios en Su vida eterna, los que heredan todas las riquezas del Dios Triuno.
El Espíritu Santo, quien es el Dios Triuno que llega al hombre, no solamente nos ha sido dado, sino que también ha sido derramado sobre nosotros ricamente por medio de Jesucristo, nuestro Redentor y Salvador, para impartirnos todas las riquezas divinas en Cristo, incluyendo la vida eterna de Dios y Su naturaleza divina, como una porción eterna para que la disfrutemos.
Este versículo proclama el resultado y la meta de la salvación (v. 5) y la justificación (v. 7) de Dios, las cuales incluyen el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo (vs. 5-6). Este resultado y esta meta tienen como fin hacernos herederos de Dios conforme a la esperanza de la vida eterna.
La gracia del Dios Salvador, quien es mencionado en el v. 4 (cfr. Ro. 3:24; 5:2, 15).
No simplemente hijos, sino herederos que están capacitados para heredar los bienes del Padre (Ro. 4:14; 8:17; Gá. 3:29; 4:7). Tales herederos nacen (Jn. 1:12-13) de la vida eterna de Dios (Jn. 3:16). Esta vida eterna los capacita no solamente para vivir y disfrutar a Dios en esta era, sino también para heredar, en la era venidera y en la eternidad, todas las riquezas de lo que Dios es para ellos. Por lo tanto, existe la esperanza de la vida eterna. La vida eterna de Dios es nuestro disfrute hoy, y nuestra esperanza para mañana (véase la nota Tit. 1:21a). Conforme a esta esperanza llegamos a ser herederos de Dios que heredan todas Sus riquezas por la eternidad. Ésta es la cúspide, la meta eterna, de Su salvación eterna con Su vida eterna, la cual nos ha sido dada por la gracia en Cristo.
Lo dicho en los vs. 3-7.
Las cosas mencionadas en los vs. 1-7.
O, afirmes siempre, con constancia, positivamente (con persistencia y de manera completa). Se usa la misma palabra griega en 1 Ti. 1:7. Véase la nota 1 Ti. 1:72b.
Todas las cosas positivas recalcadas en los vs. 4-8 deben ser afirmadas categórica y permanentemente, tales como: Dios nuestro Salvador, Jesucristo nuestro Salvador, el Espíritu Santo, la benignidad, el amor, la misericordia, la gracia y la vida eterna de Dios, junto con Sus acciones por las cuales nos justifica, salva, lava, regenera y renueva. Todas estas cosas son el Dios Triuno con Sus atributos y virtudes más Sus acciones divinas en Su salvación eterna; todo esto está relacionado con la vida, que pertenece al árbol de la vida (Gn. 2:9) y produce herederos, los cuales recibirán todo lo que Dios es para ellos. Las cosas negativas tratadas en los vs. 9-11 deben evitarse: cuestiones necias, genealogías, peleas, discusiones acerca de la ley, y hombres facciosos y dogmáticos; ellas están relacionadas con el conocimiento (el cual trae muerte), pertenecen al árbol del conocimiento y matan a sus víctimas. Lo relacionado con la vida, lo cual pertenece al árbol de la vida, debe recalcarse, mientras que los asuntos del conocimiento, que pertenecen al árbol del conocimiento, deben evitarse.
Cuestiones que surgen de las genealogías (1 Ti. 1:4).
Véase la nota 1 Ti. 1:42b.
Lo que resulta de las cuestiones y genealogías.
O, peleas. Esto se debe a diferentes opiniones que resultan del erróneo estudio de los mitos en cuanto a la ley.
Se refiere a la ley judía. La ley era usada por el judaísmo gnóstico, el cual fue establecido para oponerse a la sencillez del evangelio.
Sin propósito, sin resultado.
Un hombre hereje y sectario que provoca divisiones formando partidos en la iglesia según sus propias opiniones (véase la nota 2 P. 2:13). El judaísmo gnóstico al que se hace referencia en el versículo anterior debe de estar relacionado con esto.
A fin de mantener el buen orden en la iglesia, una persona que cause disensiones, divisiva, debe ser desechada y rechazada después de una y otra amonestación. Esto se hace por el bien de la iglesia a fin de impedir que los santos tengan contacto con una persona contagiosamente divisiva.
Lit., salido del camino. Esto es más extremo que apartarse de la senda recta (Tit. 1:14).
Una ciudad del extremo sudoeste de Macedonia, donde se escribió esta epístola. Véase la nota 2 Ti. 4:62b.
Artemas y Tíquico eran colaboradores íntimos de Pablo; Zenas y Apolos laboraban independientemente de él. Aun así, Pablo le mandó a Tito que cuidara de estos dos, lo cual muestra que no había celos entre los dos grupos de colaboradores.
Véase la nota Mt. 22:351a.
Hch. 18:24; 19:1; 1 Co. 1:12; 3:4-6, 22
Se refiere a la fe subjetiva, nuestra acción de creer, que nos introduce en una unión orgánica con el Señor (Jn. 3:15; Gá. 3:26) y obra por el amor (Gá. 5:6). Los santos, quienes eran uno con el Señor en Su cuidado, amaban al apóstol fiel y sufrido, en el elemento y en la operación de esta fe.
La fe y el amor son dos virtudes excelentes e inseparables de quienes creen en Cristo. La fe nos es dada por Dios (nota 2 P. 1:15) para que por medio de ella recibamos a Cristo (Jn. 1:12), la corporificación del Dios Triuno (Col. 2:9), y así entremos en el Dios Triuno y seamos unidos a Él como uno, teniéndole a Él como nuestra vida, nuestro suministro de vida y nuestro todo. El amor resulta de esta fe maravillosa y nos da la capacidad de expresar en nuestro vivir todas las riquezas del Dios Triuno en Cristo, juntamente con todos aquellos que han creído en Cristo, a fin de que el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— tenga una expresión gloriosa. Con la fe apreciamos, aprehendemos y recibimos las ilimitadas riquezas del Dios Triuno; con el amor experimentamos, disfrutamos y expresamos en nuestro vivir al inmensurablemente rico Dios Triuno. Con la fe los creyentes son unidos al Dios Triuno, quien lo es todo para ellos; con el amor ellos ministran el Dios Triuno a sus compañeros en la fe y les transmiten el Dios Triuno a fin de que en esta fe maravillosa y poderosa, todos los creyentes se amen unos a otros con un amor divino y trascendente, y lleven una vida corporativa en Cristo. De esta manera, el Cuerpo de Cristo es hecho real para los creyentes, y el Dios Triuno procesado es expresado hoy en día en la tierra, en el Cristo todo-inclusivo por medio del inmensurable Espíritu vivificante.
La Epístola a Tito es la conclusión de los tres libros, 1 y 2 Timoteo y Tito, y concluye con la fe maravillosa y el excelentísimo amor. Esto implica que en la corriente decadente de la iglesia, es indispensable tener esta fe maravillosa y este excelentísimo amor, a fin de poder permanecer firmes de manera eficaz y vencer la corriente y el factor de la degradación de la iglesia. No debemos andar conforme a lo que vemos ni preocuparnos por la situación externa. Al contrario, en esta fe maravillosa debemos disfrutar su origen, que es el Dios Triuno a quien hemos sido unidos por medio de esta fe, y por Su excelentísimo amor debemos amarlo a Él y a todos los que le pertenecen. Solamente de esta manera podemos llegar a ser, en la corriente de la degradación de la iglesia, los vencedores a quienes el Señor llama y a quienes Él desea obtener, según lo revela Apocalipsis 2 y 3.
Esta fe maravillosa y este excelentísimo amor proceden del Dios Triuno, quien anhela unirse a nosotros para ser nuestro todo. El Dios Triuno pasó por los procesos de encarnación, crucifixión, resurrección y ascensión a los cielos en lo alto, y fue finalmente consumado como Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Este Espíritu de vida (Ro. 8:2), que tiene divinidad, humanidad y la crucifixión, resurrección y ascensión de Cristo, y que es la realidad del Cristo todo-inclusivo (Jn. 14:16-20), mora en nuestro espíritu regenerado (Ro. 8:16; 2 Ti. 4:22). Cuando tenemos contacto con el Dios Triuno al orar y al poner los ojos en Él por medio de nuestro espíritu, el cual estaba muerto y fue vivificado, Él se infunde en nosotros de muchas maneras para llegar a ser la fe que tenemos en nosotros para con Él, y el amor que brota de nosotros para con los que le pertenecen. Tal fe y tal amor son la realidad y la expresión (1 Jn. 4:8, 16) del Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— en quien creemos y a quien adoramos y recibimos. Además, ellos son la rica gracia que nos dio el Dios Triuno en Cristo (1 Ti. 1:14), no solamente para ser el poder motivador y la expresión de nuestra vida espiritual, sino también para llegar a ser nuestra coraza (1 Ts. 5:8), la cual cubre y protege las partes vitales de nuestro ser. Por medio de tal fe nosotros recibimos y disfrutamos la vida divina que nos es revelada y ministrada en todo el Evangelio de Juan (Jn. 3:16, 36) y con tal amor, amamos al Señor y a aquellos que le pertenecen (Jn. 21:15-17; 13:34-35). Tal fe y tal amor están vinculados entre sí y van siempre juntos: el amor proviene de la fe, y la fe opera y trabaja mediante el amor (Gá. 5:6). El amor junto con la fe nos capacita para amar a nuestro Señor en incorruptibilidad para que tengamos una vida de iglesia vencedora (Ef. 6:23-24) a fin de cumplir la economía neotestamentaria de Dios en Cristo para la iglesia. Por lo tanto, en esta fe agradamos a Dios (He. 11:6), y en este amor somos bendecidos por el Señor (1 Co. 16:22). Que esta fe con este amor sea con los hermanos, de parte de Dios el Padre y del Señor Jesucristo (Ef. 6:23).