Se refiere a la fe subjetiva, nuestra acción de creer, que nos introduce en una unión orgánica con el Señor (Jn. 3:15; Gá. 3:26) y obra por el amor (Gá. 5:6). Los santos, quienes eran uno con el Señor en Su cuidado, amaban al apóstol fiel y sufrido, en el elemento y en la operación de esta fe.
La fe y el amor son dos virtudes excelentes e inseparables de quienes creen en Cristo. La fe nos es dada por Dios (nota 2 P. 1:15) para que por medio de ella recibamos a Cristo (Jn. 1:12), la corporificación del Dios Triuno (Col. 2:9), y así entremos en el Dios Triuno y seamos unidos a Él como uno, teniéndole a Él como nuestra vida, nuestro suministro de vida y nuestro todo. El amor resulta de esta fe maravillosa y nos da la capacidad de expresar en nuestro vivir todas las riquezas del Dios Triuno en Cristo, juntamente con todos aquellos que han creído en Cristo, a fin de que el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— tenga una expresión gloriosa. Con la fe apreciamos, aprehendemos y recibimos las ilimitadas riquezas del Dios Triuno; con el amor experimentamos, disfrutamos y expresamos en nuestro vivir al inmensurablemente rico Dios Triuno. Con la fe los creyentes son unidos al Dios Triuno, quien lo es todo para ellos; con el amor ellos ministran el Dios Triuno a sus compañeros en la fe y les transmiten el Dios Triuno a fin de que en esta fe maravillosa y poderosa, todos los creyentes se amen unos a otros con un amor divino y trascendente, y lleven una vida corporativa en Cristo. De esta manera, el Cuerpo de Cristo es hecho real para los creyentes, y el Dios Triuno procesado es expresado hoy en día en la tierra, en el Cristo todo-inclusivo por medio del inmensurable Espíritu vivificante.
La Epístola a Tito es la conclusión de los tres libros, 1 y 2 Timoteo y Tito, y concluye con la fe maravillosa y el excelentísimo amor. Esto implica que en la corriente decadente de la iglesia, es indispensable tener esta fe maravillosa y este excelentísimo amor, a fin de poder permanecer firmes de manera eficaz y vencer la corriente y el factor de la degradación de la iglesia. No debemos andar conforme a lo que vemos ni preocuparnos por la situación externa. Al contrario, en esta fe maravillosa debemos disfrutar su origen, que es el Dios Triuno a quien hemos sido unidos por medio de esta fe, y por Su excelentísimo amor debemos amarlo a Él y a todos los que le pertenecen. Solamente de esta manera podemos llegar a ser, en la corriente de la degradación de la iglesia, los vencedores a quienes el Señor llama y a quienes Él desea obtener, según lo revela Apocalipsis 2 y 3.
Esta fe maravillosa y este excelentísimo amor proceden del Dios Triuno, quien anhela unirse a nosotros para ser nuestro todo. El Dios Triuno pasó por los procesos de encarnación, crucifixión, resurrección y ascensión a los cielos en lo alto, y fue finalmente consumado como Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Este Espíritu de vida (Ro. 8:2), que tiene divinidad, humanidad y la crucifixión, resurrección y ascensión de Cristo, y que es la realidad del Cristo todo-inclusivo (Jn. 14:16-20), mora en nuestro espíritu regenerado (Ro. 8:16; 2 Ti. 4:22). Cuando tenemos contacto con el Dios Triuno al orar y al poner los ojos en Él por medio de nuestro espíritu, el cual estaba muerto y fue vivificado, Él se infunde en nosotros de muchas maneras para llegar a ser la fe que tenemos en nosotros para con Él, y el amor que brota de nosotros para con los que le pertenecen. Tal fe y tal amor son la realidad y la expresión (1 Jn. 4:8, 16) del Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— en quien creemos y a quien adoramos y recibimos. Además, ellos son la rica gracia que nos dio el Dios Triuno en Cristo (1 Ti. 1:14), no solamente para ser el poder motivador y la expresión de nuestra vida espiritual, sino también para llegar a ser nuestra coraza (1 Ts. 5:8), la cual cubre y protege las partes vitales de nuestro ser. Por medio de tal fe nosotros recibimos y disfrutamos la vida divina que nos es revelada y ministrada en todo el Evangelio de Juan (Jn. 3:16, 36) y con tal amor, amamos al Señor y a aquellos que le pertenecen (Jn. 21:15-17; 13:34-35). Tal fe y tal amor están vinculados entre sí y van siempre juntos: el amor proviene de la fe, y la fe opera y trabaja mediante el amor (Gá. 5:6). El amor junto con la fe nos capacita para amar a nuestro Señor en incorruptibilidad para que tengamos una vida de iglesia vencedora (Ef. 6:23-24) a fin de cumplir la economía neotestamentaria de Dios en Cristo para la iglesia. Por lo tanto, en esta fe agradamos a Dios (He. 11:6), y en este amor somos bendecidos por el Señor (1 Co. 16:22). Que esta fe con este amor sea con los hermanos, de parte de Dios el Padre y del Señor Jesucristo (Ef. 6:23).