El evangelio de Dios no fue algo que con el tiempo se añadió por casualidad; fue planeado y preparado por Dios en la eternidad pasada y fue prometido de muchas maneras por Dios mediante Sus profetas (Gn. 3:15; 22:18; Gá. 3:16; 2 Ti. 1:9; Tit. 1:2).
Los vs. 2-6 pueden considerarse como una palabra parentética que explica el evangelio de Dios.
Lit., nuevas de gran gozo, buenas nuevas (vs. 9, 16; 2:16; 10:16; 11:28; 15:16, 19; 16:25). El evangelio de Dios, el cual es el tema de este libro, trata de que Cristo, después de Su resurrección, vive como Espíritu en los creyentes. Esto es más elevado y más subjetivo que lo presentado en los Evangelios, que solamente tratan del Cristo en la carne que vivió entre Sus discípulos después de Su encarnación pero antes de Su muerte y resurrección. Este libro, en cambio, revela que Cristo resucitó y llegó a ser el Espíritu vivificante (Ro. 8:9-10). Él ya no es meramente el Cristo que está fuera de los creyentes, sino que ahora es el Cristo que está dentro de ellos. Así que, el evangelio que se encuentra en este libro es el evangelio de Aquel que ahora mora en Sus creyentes como su Salvador subjetivo.
Esto incluye la proclamación (1 Ti. 2:7; 2 Ti. 1:11) y la defensa y confirmación (Fil. 1:7) del evangelio.
Ser apartado incluye ser escogido (Hch. 9:15), ser designado (1 Ti. 2:7) y ser enviado (Hch. 13:2-4).
Ser llamado incluye la noción de ser designado (cfr. 1 Co. 12:28).
Es decir, un enviado (véase la nota 1 Co. 9:13b, párr. 2).
Cristo, lo mismo que Mesías en hebreo, significa el Ungido (Jn. 1:41; Dn. 9:26). Este libro explica cómo el Cristo individual que se revela en los cuatro Evangelios pudo llegar a ser el Cristo corporativo revelado en el libro de Hechos, compuesto colectivamente de Él mismo junto con todos los creyentes. Por medio de los hechos revelados en las Escrituras y la experiencia en el Espíritu Santo, Pablo nos muestra que la economía neotestamentaria de Dios consiste en hacer de los pecadores hijos de Dios y miembros de Cristo para ser los constituyentes del Cuerpo de Cristo a fin de expresarle. Este libro ofrece una definición completa de esto, es decir, de la meta de Dios, presentando tanto un esbozo general como los detalles de la vida cristiana y de la vida de iglesia.
Este libro se puede dividir en ocho secciones: introducción, condenación, justificación, santificación, glorificación, selección, transformación y conclusión. En estas ocho secciones pueden verse tresestructuras principales: la salvación (1:1—5:11; 9:1—11:36), la vida (5:12—8:39) y la edificación (12:1—16:27).
Un esclavo, conforme a la costumbre y a la ley antiguas, era una persona que había sido comprada por su amo y sobre quien éste tenía derechos absolutos, hasta el punto de poder quitarle la vida. Pablo era, pues, esclavo de Cristo. Varias formas verbales de esta palabra se usan en este libro. Una de éstas se traduce servir como esclavo en Ro. 6:6 y servir en Ro. 7:6, 25; 9:12; 12:11; 14:18 y Ro. 16:18. Otra, traducida hechos esclavos, se encuentra en Ro. 6:18, 22. El sustantivo esclavitud, derivado de la misma raíz que esclavo, se usa en Ro. 8:15, 21.
La manera en que Pablo usa este término indica que él no era un apóstol designado por sí mismo ni era uno que hubiera sido contratado por el Señor. Él había sido comprado para servir a Dios y ministrar a Su pueblo, no según la vida natural sino según la vida regenerada (véase Éx. 12:44; 21:6 la nota Mt. 20:261; la nota Mt. 25:143c; la nota Gá. 6:171a).
Anteriormente Saulo, quien perseguía a los creyentes y asolaba a la iglesia (Hch. 7:58-60; 8:1, 8:3; 9:1). Después de ser salvo, cuando salió a predicar el evangelio, su nombre fue cambiado a Pablo (Hch. 13:9).
Este libro nos dice que la plena salvación de Dios es hacer de pecadores (Ro. 3:23), quienes son Sus propios enemigos (Ro. 5:10), hijos de Dios (Ro. 8:14). Cristo, quien se había hecho carne para ser linaje de David, fue designado por Dios como Su Hijo mediante la resurrección, para que Su Hijo, quien es la mezcla de lo divino y lo humano, fuera la base y el modelo para hacer de los pecadores Sus muchos hijos. Es en la resurrección de Su Hijo, en el Hijo resucitado, que Dios está produciendo muchos hijos (1 P. 1:3) como los muchos hermanos del Primogénito, quien fue resucitado de entre los muertos (Ro. 8:29), y como los miembros de Su Primogénito para que constituyan el Cuerpo de Su Primogénito (Ro. 12:5), el cual es Su plenitud (Ef. 1:23), Su expresión corporativa.
O, señalado. Cristo, la Persona divina, antes de encarnarse, ya era el Hijo de Dios (Jn. 1:18; Ro. 8:3). Por medio de la encarnación Él se puso un elemento, la carne humana, que no tenía nada que ver con la divinidad; esa parte de Él necesitaba ser santificada y elevada al pasar por la muerte y la resurrección. Mediante la resurrección Su naturaleza humana fue santificada, elevada y transformada. Así que, mediante la resurrección, Él en Su humanidad fue designado Hijo de Dios (Hch. 13:33; He. 1:5). Su resurrección fue Su designación. Ahora, como Hijo de Dios, Él posee tanto humanidad como divinidad. Mediante la encarnación Él introdujo a Dios en el hombre; por medio de la resurrección Él introdujo al hombre en Dios, es decir, introdujo Su humanidad en la filiación divina. De esta manera el Hijo unigénito de Dios fue hecho el Hijo primogénito de Dios, el cual posee tanto divinidad como humanidad. Dios está usando a este Cristo, el Hijo primogénito, quien posee la divinidad y la humanidad, como el productor y el prototipo, es decir, el modelo, para producir Sus muchos hijos (Ro. 8:29-30): nosotros, quienes hemos creído en Su Hijo y le hemos recibido. Nosotros también seremos designados y revelados como hijos de Dios, como Él lo fue en la gloria de Su resurrección (Ro. 8:19, 21), y juntamente con Él expresaremos a Dios.
En la Biblia la palabra carne no tiene una connotación positiva. No obstante, la Biblia declara que la Palabra se hizo carne (Jn. 1:14). El tema del evangelio de Dios es Dios hecho carne; según la carne, Él llegó a ser del linaje de un hombre (véase la nota Ro. 8:33).
El linaje de David implica la naturaleza humana de Cristo. Por medio de la encarnación, el primer paso del proceso de Cristo, Dios fue introducido en la humanidad.
La palabra griega ek, traducida del en este versículo y por en el siguiente, significa proveniente de y se refiere a las dos fuentes del ser de Cristo: una, el linaje de David; la otra, la resurrección de entre los muertos.
Lit., llegó a ser.
Las palabras griegas ágios, agiosúne, agiázo, y agiasmós, que se usan en este libro, provienen de la misma raíz, la cual esencialmente significa separado, apartado. La palabra ágios se traduce santo [como adjetivo] en el v. 2; 5:5; 7:12; 9:1; 11:16; 12:1; 14:17; 15:13, 16; 16:16, y santos [como sustantivo] en el v. 7; 8:27; 12:13; 15:25, 26, 31; 16:15. La palabra agiosúne se traduce santidad en el v. 4. La palabra agiázo es un verbo usado en el participio y se traduce santificada en Ro. 15:16. La palabra agiasmós se traduce santificación en Ro. 6:19, 22. Por lo tanto, santo significa separado, apartado (para Dios). La palabra santos significa los separados, los apartados (para Dios). La santidad es la naturaleza y característica de ser santo. La santificación (ser apartado para Dios) es el efecto práctico que se produce, el carácter en actividad, y el estado final que resulta de ser santificado.
La gracia es Dios en Cristo como vida y como suministro de vida (véase la nota Jn. 1:146d); proporciona salvación y vida a los apóstoles y llega a ser la capacidad y el suministro con los cuales llevan a cabo su apostolado (1 Co. 15:9-10).
Véase la nota Ro. 1:33. La preposición aquí debe ser ligada a la palabra designado de la primera parte de este versículo. Cristo fue designado Hijo de Dios por la resurrección de entre los muertos.
Véase la nota Ro. 1:23.
El Espíritu de santidad aquí mencionado está en contraste con la carne en el v. 3. Tal como la carne mencionada en el v. 3 se refiere a la naturaleza humana de Cristo en la carne, así también el Espíritu que se menciona en este versículo alude, no a la persona del Espíritu Santo de Dios, sino a la esencia divina de Cristo. La esencia divina de Cristo, Dios el Espíritu mismo (Jn. 4:24), es decir, la divinidad de Cristo, está constituida de santidad y está llena de la naturaleza y de la cualidad de ser santo.
La realidad del poder de la resurrección de Cristo es el Espíritu (véanse las notas de Ef. 1:19-22 y la nota Fil. 3:102b).
Lit., en.
Es decir, el ser enviados, o la misión.
El mandamiento único de Dios en esta era, la era de la gracia, es que el hombre crea en Su Hijo, el Señor Jesús. Todo aquel que en Él cree será salvo; el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en Él (Jn. 3:18). El Espíritu Santo convence al mundo del pecado de no creer en el Señor (Jn. 16:8-9), es decir, el de no obedecer el mandamiento único de Dios. Cuando creemos en el Señor, tenemos la obediencia de la fe, y el resultado es gracia y paz (v. 7).
En el Nuevo Testamento, el evangelio completo conforme a la revelación neotestamentaria de Dios es el contenido de la fe. El contenido de la fe tiene como centro las dos naturalezas de Cristo, quien es tanto Dios como hombre, y la obra redentora realizada por medio de la muerte y resurrección de Cristo (véase la nota 1 Ti. 1:11, párr. 2). Obedecer esta fe es apartarse de todas las religiones y filosofías paganas y volverse a esta fe, creyendo y recibiéndola.
El nombre de Cristo denota Su persona, Él mismo. Por causa de Su nombre denota para Él, por Su bien, en interés Suyo.
Dios nos llama con el propósito de introducirnos en Cristo para que pertenezcamos a Él. Toda la plenitud de Dios está en Cristo (Col. 2:9; 1:19). Cuando somos introducidos en Él y le pertenecemos, participamos de toda la plenitud de Dios. De Su plenitud hemos recibido todo lo que es de Dios, y gracia sobre gracia (Jn. 1:16). Este asunto es tratado en detalle en los primeros ocho capítulos de este libro (cfr. Ro. 8:9).
Véase la nota Ro. 1:23.
El hombre puede percibir las cosas invisibles de Dios al observar las cosas visibles que Él creó. En la creación se manifiestan tanto el eterno poder de Dios como las características divinas que expresan la naturaleza intrínseca de Dios. Por ejemplo, la abundancia de luz en el universo muestra que la luz es una característica divina, un atributo divino de la naturaleza divina (Jac. 1:17). Lo anterior es válido también con respecto a la belleza y la vida.
La gracia es Dios en Cristo como nuestro disfrute (véase Jn. 1:14, 16-17 la nota Ro. 5:23 y la nota Ro. 5:172); es la fuente. La paz es el resultado del disfrute que tenemos de Dios en Cristo (Jn. 16:33); es el producto.
Lit., a partir de. En el griego la frase traducida por fe indica que la fe es la fuente y el fundamento de la revelación de la justicia de Dios; para fe indica que la fe es el receptor y envase que recibe y contiene la justicia de Dios. Si tenemos esta fe, la justicia de Dios se hará visible para nosotros y nos apropiaremos de ella.
Véase la nota Gá. 2:205d.
La justicia de Dios nos justifica para que tengamos la vida de Dios (Ro. 5:18) y vivamos por ella. De esta manera esta vida nos santificará y nos transformará completamente. Este libro trata principalmente el asunto de ser justificado (1:1—5:11; 9:1—11:36), de tener vida (5:12—8:39), y de vivir apropiadamente por medio de esta vida (12:1—16:27). Puesto que este versículo también subraya estos tres puntos, puede considerarse un extracto de todo el libro.
Este libro comienza con la caída del hombre (en contraste con Efesios, que comienza con la elección y predestinación de parte de Dios en la eternidad pasada), continúa con la redención de Cristo, la justificación, la santificación, la transformación, la conformación y la glorificación que Dios realiza, y concluye con el misterio de Dios en la eternidad pasada (Ro. 16:25).
En el versículo anterior la justicia de Dios es revelada en el evangelio para la fe; aquí, la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres. Esto muestra un contraste entre la revelación de la justicia de Dios y la revelación de la ira de Dios. Originalmente, la ira de Dios se revelaba desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres. Sin embargo, cuando vino el evangelio de Dios, la escena cambió. Ahora la justicia de Dios es revelada en el evangelio para nuestra fe.
No el Espíritu de Dios, sino el espíritu regenerado de Pablo. El espíritu es diferente del corazón, del alma, de la mente, de la parte emotiva, de la voluntad y de la vida natural. Cristo y el Espíritu están con los creyentes en el espíritu humano regenerado de ellos (2 Ti. 4:22; Ro. 8:16). En este libro Pablo recalcó que todo lo que somos (Ro. 2:29; 8:5-6, 9), todo lo que tenemos (Ro. 8:10, 16), y todo lo que hacemos para Dios (v. 9; 7:6; 8:4, 13; 12:11) debe darse en este espíritu. Pablo no servía a Dios en su alma por medio del poder y capacidad del alma, sino en su espíritu regenerado por medio del Cristo que, como Espíritu vivificante, moraba en él. Éste es el primer punto importante de su predicación del evangelio.
O, consolados.
Véase la nota 1 Co. 14:112.
Esto significa una fuerza potente que puede abrirse paso a través de cualquier obstáculo. Este poder es el mismo Cristo resucitado, quien es el Espíritu vivificante, y resulta en salvación para todo aquel que cree.
Salvar a los creyentes no sólo de ser condenados por Dios y de la perdición eterna, sino también de su vida natural y de su yo, para que sean santificados, transformados, y también edificados con otros en un solo Cuerpo, el Cuerpo de Cristo, a fin de que sean Su plenitud y expresión (Ef. 1:23).
En Jn. 3:16 el amor de Dios es la fuente y el motivo de Su salvación. En Ef. 2:5, 8 la gracia de Dios es el medio por el cual Él efectúa Su salvación. Aquí la justicia de Dios es el poder de Su salvación. La justicia de Dios, la cual es sólida y constante, es el cimiento de Su trono (Sal. 89:14) y la base sobre la cual Su reino es edificado (Ro. 14:17). Desde una perspectiva legal, tanto el amor como la gracia pueden fluctuar, pero la justicia no, menos aún la justicia de Dios. Es la justicia de Dios, no la nuestra, la que se revela en el evangelio de Dios. Así que, el evangelio es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree.
Lit., sobre.
Reprimir significa suprimir. Desde el principio el hombre no ha respetado la verdad de Dios, sino que la ha suprimido injustamente.
La verdad aquí se refiere a la primera cosa verdadera, la primera realidad, con respecto al hombre y Dios en el universo. Esta realidad es el hecho indubitable de que Dios mismo y Su existencia se comprueban mediante la creación y que es un hecho definitivo que el hombre no tiene excusa, pues puede conocer a Dios por medio de la creación. Esta gran realidad, esta gran verdad, debe hacer que los hombres conozcan a Dios y que, por ende, lo glorifiquen y le den gracias (v. 21). Sin embargo, en lugar de relacionarse correctamente con esta realidad, con esta verdad, conforme a la justicia en la cual Dios se complace, los hombres reprimieron la verdad con la injusticia, la cual Dios aborrece, y no aprobaron conocer a Dios (v. 28). Por lo tanto, menospreciaron y rechazaron a Dios, cambiando la gloria de Dios en semejanza de ídolos (vs. 21-23) y despojándose del dominio propio para caer sin límite (vs. 24-32), de modo que Dios los entregó, los abandonó (vs. 24, 26, 28).
O, entre.
Gr. theiótes; denota los atributos de Dios, los cuales son los rasgos especiales, las características, como manifestaciones externas de la naturaleza o sustancia de Dios. Es diferente de theótes que se encuentra en Col. 2:9, la cual denota a la Deidad misma y a la persona de Dios. Las características de la naturaleza de Dios pueden verificarse por medio de las cosas creadas; sin embargo, las cosas creadas no pueden manifestar a la Deidad misma ni a la persona de Dios. Sólo la persona viviente de Jesucristo, la Palabra que es Dios y que declara a Dios (Jn. 1:1, 18), puede expresar a la Deidad y a la persona de Dios, es decir, al propio Dios, a Dios mismo. Aquí en este capítulo, el apóstol Pablo habla de que las cosas creadas confirman la existencia de Dios, pero lo que se confirma es sólo los atributos y características de Dios. En Col. 2:9 él habla de Cristo como la corporificación de Dios, y lo que se expresa es la Deidad y la persona de Dios, es decir, Dios mismo.
O, justo requisito, como en Ro. 8:4 es decir, el requisito de la justa voluntad de Dios. Así que, esta frase también se refiere al juicio que procede de la voluntad de Dios (Ap. 15:4); o a los estatutos que acarrean juicios, es decir, las ordenanzas (Ro. 2:26; Lc. 1:6); o al acto justo que satisface el requisito de Dios (Ro. 5:18).
En este capítulo, la presentación que Pablo hace de la creación de Dios y de la caída progresiva del hombre, sin duda se basa en los hechos históricos que constan en Gn. par. 1—19 y en los subsecuentes libros del Antiguo Testamento. Primero, los vs. 19-20 hablan de la creación; luego, los vs. 21-25 tratan de la caída de Adán y pasan por la época del diluvio hasta llegar a la adoración de ídolos en Babel. Los vs. 26-27 avanzan un poco más, pasando de Babel a las lujurias vergonzosas de Sodoma, y los vs. 28-32, a partir de Sodoma, mencionan luego toda la maldad que hubo en los tiempos del Antiguo Testamento.
Los razonamientos vanos son el elemento básico de la vida diaria de la humanidad caída. Véase la nota Ef. 4:173e.
Cambiar la gloria de Dios en la semejanza de cualquier otra cosa es abandonarlo y volverse a un ídolo.
La misma expresión se usa también en los vs. 26, 28. El resultado de que el hombre haya abandonado a Dios es que él mismo sea abandonado por Dios. Los que dejan a Dios obligan a Dios a abandonarlos. Según este capítulo, Dios entrega a las personas a tres cosas: a la inmundicia (v. 24), a las pasiones deshonrosas (v. 26) y a una mente reprobada (v. 28). La consecuencia de tal entrega es la fornicación (vs. 24, 26-27), la cual viola un principio gubernativo que controla, y como consecuencia trae confusión. De esta fornicación resultan toda clase de maldades (vs. 29-32).
La verdad de Dios es la realidad de Dios. Dios es verdadero y real. Todo lo que Él es, es una realidad. Pero los ídolos son falsos. Todo lo que ellos son es mentira.