Véase la nota 1 P. 1:172c, párr. 2.
Véase la nota 1 P. 1:172c, párr. 2.
El espíritu regenerado de los creyentes, en el cual mora el Espíritu de Dios (Jn. 3:6; Ro. 8:10-11). Así que, este espíritu es ahora el espíritu mezclado, en el cual los creyentes viven y andan (Ro. 8:4).
Los muertos se refiere a los creyentes en Cristo que murieron y que habían sufrido persecución debido a su testimonio cristiano, según vemos en 1 P. 1:6; 2:18-21; 3:16-17 y 1 P. 4:12-19. En este libro Pedro considera que esta clase de persecución es el juicio de Dios, ejercido según el gobierno de Dios y que comienza por Su casa (v. 17). El evangelio les fue predicado a estos creyentes muertos mientras aún vivían, a fin de que, por un lado, fuesen juzgados, disciplinados, en la carne por Dios según los hombres y mediante la persecución de los opositores, y de que, por otro lado, vivieran en el espíritu según Dios al creer en Cristo. Esto muestra cuán estricto y serio es el juicio de Dios en Su administración gubernamental. Si los creyentes, quienes han obedecido al evangelio, tienen que pasar por el juicio gubernamental de Dios, ¡con mayor razón tendrán que hacerlo aquellos que se oponen al evangelio y calumnian a los creyentes! (vs. 17-18).
Esto debe de referirse a juzgar primeramente a los que estén vivos de entre las naciones (los gentiles) en el trono de gloria de Cristo antes del milenio (Mt. 25:31-46), y luego a los muertos en el gran trono blanco después del milenio (Ap. 20:11-15). Éste también será el juicio gubernamental de Dios, pero difiere del juicio sobre los creyentes del v. 6, el cual empieza por la casa de Dios, en esta era (v. 17). Véase la nota 1 P. 1:172c, párr. 2.
Es decir, relatar a Dios todo lo que uno ha hecho y dicho en toda su vida. Esto revela el gobierno de Dios sobre todos los hombres. Él está preparado para juzgar a todos, tanto a los vivos como a los muertos. Su juicio es Su administración gubernamental mediante la cual Él juzga la situación que prevalece entre los hombres.
Es decir, hablan mal, hablan injuriosamente (de vosotros) (Hch. 13:45; 1 P. 2:12; 3:16). Los creyentes, cuyo comportamiento era considerado extraño, eran injustamente calumniados y acusados de todo tipo de crímenes.
La palabra griega significa derramamiento, rebosamiento (como la marea); por lo tanto, un desbordamiento. Aquí denota entregarse de manera excesiva a las concupiscencias, un exceso de corrupción y degradación moral, que es como un desbordamiento en el cual uno se hunde cuando se involucra en ello.
La palabra griega significa ser un huésped o invitado, ser extraño o forastero; hospedar o alojar; considerar que algo es extraño. Vivir en la carne, en las concupiscencias de los hombres (v. 2), es común entre los gentiles incrédulos, quienes corren juntos al desbordamiento de disolución. En cambio, vivir una vida santa, en la voluntad de Dios, y no correr con ellos a entregarse a las concupiscencias, es algo que les resulta extraño. Esto es algo ajeno a ellos que les sorprende y asombra (cfr. v. 12).
Es decir, en la vana manera de vivir (1 P. 1:18).
Véase la nota 1 P. 1:212f y la nota 1 P. 5:102. La multiforme gracia de Dios, al igual que “toda gracia” del cap. 5, es el rico suministro de la vida divina, el cual es el Dios Triuno ministrado a nosotros en muchos aspectos (2 Co. 13:14; 12:9). Como buenos mayordomos debemos ministrar a la iglesia y a los santos tal gracia, no simplemente una doctrina o una cosa vana, mediante el don que hemos recibido.
Lit., propósito, voluntad; es decir, intención, inclinación; por ende, deseos.
El placer enciende las concupiscencias de nuestra carne (v. 2), mientras que el sufrimiento las atenúa. El propósito de la obra redentora de Cristo es liberarnos de la vana manera de vivir que heredamos (1 P. 1:18-19). El sufrimiento corresponde a la obra redentora de Cristo al cumplir este propósito, y nos resguarda de una manera de vivir pecaminosa, del desbordamiento de disolución (vs. 3-4). Tal sufrimiento, principalmente en forma de persecución, representa la disciplina de Dios en Su administración gubernamental. Pasar por tal sufrimiento corresponde a ser juzgado y disciplinado en la carne por Dios (v. 6). Por lo tanto, debemos armarnos de una mente sobria para soportar tal sufrimiento.
Uno de los principales propósitos de este libro es animar y exhortar a los creyentes a seguir las pisadas de Cristo al sufrir persecución (1 P. 1:6-7; 2:18-25; 3:8-17; 4:12-19). Ellos deben tener el mismo sentir que tuvo Cristo en Sus sufrimientos (1 P. 3:18-22). La principal función de nuestra mente es entender y comprender. Si queremos vivir una vida que siga las pisadas de Cristo, necesitamos una mente renovada (Ro. 12:2) que entienda y comprenda la manera en que Cristo vivió para cumplir el propósito de Dios.
Esto indica que la vida cristiana es una batalla.
Algunos mss. añaden: por nosotros.
Todas las cosas en las cuales la carne confía pasarán, y el apóstol nos dice aquí que el fin de ellas ya se acerca. Esto nos advierte de que una vida que se viva en la carne, en las concupiscencias de los hombres (v. 2), pronto se terminará dado que tiene que ver con todas las cosas que pasarán dentro de poco. Por lo tanto, debemos ser sensatos y sobrios para darnos a la oración.
La expresión griega significa tener una mente sana, tener una actitud de sobriedad, ser capaz de comprender adecuada y totalmente sin perturbarse.
Es decir, sobrios para poder velar, para poder vigilar. Esto significa estar en guardia; por consiguiente, ser sobrios para darse a la oración. Equivale a la palabra del Señor: “Velad y orad” (Mt. 26:41; Lc. 21:36). Véase la nota 1 P. 5:81a.
Lit., sírvalo.
El nombre denota la persona. Estar en el nombre de Cristo es realmente estar en la persona de Cristo, en Cristo mismo. Los creyentes están en Cristo (1 Co. 1:30) y son uno con Él (1 Co. 6:17), puesto que creyeron en Cristo (Jn. 3:15) y fueron bautizados en Su nombre (Hch. 19:5), es decir, en Él mismo (Gá. 3:27). Cuando ellos son vituperados en el nombre de Cristo, son vituperados con Él, y así participan de Sus padecimientos (v. 13), en la comunión de Sus padecimientos (Fil. 3:10).
El Espíritu de gloria es el Espíritu de Dios. Cristo fue glorificado en Su resurrección mediante el Espíritu de gloria (Ro. 1:4). Este mismo Espíritu de gloria, por ser el Espíritu de Dios mismo, reposa sobre los creyentes que sufren al ser perseguidos, para la glorificación del Cristo resucitado y exaltado, quien ahora está en la gloria (v. 13).
La misma palabra usada en Mt. 11:28. Aquí tiene el sentido de permanecer.
El hablar divino o las elocuciones divinas expresadas en revelaciones. En el ministerio de la gracia, como lo menciona el v. 10, nuestro hablar debe ser el hablar de Dios, la elocución de Dios, lo cual comunica una revelación divina.
Esto indica que todo nuestro ministerio de gracia, ya sea al hablar o al servir, debe estar lleno de Cristo para que en todo Dios sea glorificado por medio de Cristo.
La gloria es por fuera y el poder es por dentro. El poder nos suministra la fuerza en nuestro interior; la gloria consiste en que Dios sea glorificado sobre nosotros. Por tanto, gloria corresponde a glorificado y poder a fuerza.
Véase la nota 1 P. 4:41. El fuego de la persecución es cosa común para los creyentes; ellos no deben considerarlo como algo extraño o ajeno, ni les debe sorprender o asombrar.
La palabra griega traducida fuego de tribulación significa incendio, y denota el fuego ardiente de un horno de fundición donde se purifican el oro y la plata (Pr. 27:21; Sal. 66:10); esto es similar a la metáfora usada en 1 P. 1:7. Pedro consideró que la persecución sufrida por los creyentes era semejante a un horno ardiente usado por Dios para purificar la vida de ellos. Ésta es la manera en que Dios disciplina a los creyentes en el juicio de Su administración gubernamental, el cual comienza por Su propia casa (vs. 17-19).
Este libro muestra el gobierno de Dios especialmente en cuanto a Su manera de disciplinar a Su pueblo escogido. Dios usa los padecimientos que ellos sufren en el fuego de la persecución como el medio para juzgarlos a fin de disciplinarlos, purificarlos y separarlos de los incrédulos y a fin de que no sufran el mismo destino que éstos. Por eso, el juicio disciplinario comienza por Su propia casa, y no sólo es ejercido una o dos veces, sino que se lleva a cabo continuamente hasta que el Señor venga. Véase la nota 1 P. 1:172, párr. 2.
O, familia; es decir, la iglesia compuesta de los creyentes (1 P. 2:5; He. 3:6; 1 Ti. 3:15; Ef. 2:19). Dios comienza a ejercer Su administración gubernamental mediante Su juicio disciplinario sobre esta casa, Su propia casa, o sea, sobre Sus propios hijos; a fin de tener una base firme para juzgar, en Su reino universal, a los que desobedecen Su evangelio y se rebelan contra Su gobierno. Esto tiene como fin establecer Su reino, del cual se habla en la Segunda Epístola de Pedro (2 P. 1:11).
Indica que los incrédulos, quienes no obedecen al evangelio de Dios, sufrirán un juicio más severo que el de los creyentes.
Se refiere principalmente a la desobediencia de los judíos incrédulos, quienes se rebelaron contra el cambio de dispensación y se opusieron al mismo, es decir, al cambio de la ley antiguotestamentaria de Moisés al evangelio neotestamentario de Jesucristo. Esta epístola fue dirigida a los creyentes judíos (a los peregrinos escogidos de la dispersión, 1:1), quienes sufrían persecución. La persecución que ellos sufrían no provenía principalmente de los gentiles, sino de los judíos que se oponían, los judíos incrédulos, quienes desobedecían al evangelio.
Se refiere a los creyentes, quienes llegan a ser justos al ser justificados por su fe en Cristo (Ro. 5:1) y por vivir una vida justa en Cristo (Fil. 3:9; 2 Co. 5:21; Ap. 19:8).
No se refiere a ser salvo (mediante la muerte del Señor) de la perdición eterna, sino a ser salvo (mediante las pruebas de la persecución que representan el juicio disciplinario de Dios) de la destrucción venidera (1 Ts. 5:3, 1 Ts. 5:8 y la nota 3). El creyente, que es disciplinado por Dios mediante los sufrimientos de la persecución para que su vida sea purificada, por medio de la adversidad de la persecución es salvo de la destrucción efectuada por la ira de Dios contra el mundo, especialmente contra los judíos incrédulos, y de la destrucción que vendrá sobre Jerusalén.
Lit., un supervisor de lo ajeno. Alguien que causa problemas interfiriendo en los asuntos de otros.
Gr. cristianós, una palabra derivada del latín. La terminación ianós, que denota un partidario de alguien, se usaba con respecto a los esclavos que pertenecían a las grandes familias del Imperio romano. A los que adoraban al emperador, el césar o kaisar, se les llamaba kaisarianos, que significa partidario del kaisar, persona que pertenece al kaisar. Cuando las personas creyeron en Cristo y vinieron a ser seguidores Suyos, algunos en el imperio consideraron que Cristo era rival de su kaisar. Entonces, en Antioquía (Hch. 11:26) empezaron a usar, como apodo a manera de vituperio, el sobrenombre cristianoi (cristianos), es decir, partidarios de Cristo, para referirse a los seguidores de Cristo. Por consiguiente, este versículo dice “como cristiano, no se avergüence”, es decir, si algún creyente sufre a manos de perseguidores que desdeñosamente le llamen cristiano, no debe avergonzarse sino glorificar a Dios por llevar este nombre.
Hoy en día el término cristiano debería tener un significado positivo, es decir, un hombre de Cristo, alguien que es uno con Cristo, alguien que no solamente le pertenece a Él, sino que tiene Su vida y Su naturaleza en una unión orgánica con Él, y vive por Él y además lo vive a Él en su vida diaria. Si sufrimos por ser tal clase de persona, no debemos avergonzarnos, sino que debemos tener la valentía de magnificar a Cristo en nuestra confesión por nuestra manera de vivir santa y excelente para glorificar (expresar) a Dios en este nombre.
Glorificar a Dios es expresarlo en gloria.
Es decir, quedará. Entre los apóstoles, en el comienzo de la iglesia prevalecía la creencia de que el Señor Jesús regresaría pronto para juzgar a los pecadores incrédulos, quienes son impíos y desobedecen a Su evangelio (2 Ts. 1:6-9). Lo que Pedro dice aquí debe referirse a esto. Conforme al gobierno de Dios, si el justo, quien ha obedecido al evangelio de Dios y vive una vida justa delante de Él, se salva con dificultad, al sufrir persecución, la cual es el medio del castigo disciplinario que Dios usa para purificar la vida del creyente, ¿dónde quedará el impío que desobedece al evangelio de Dios y vive una vida pecaminosa en contra de Su gobierno divino, cuando sobrevenga la destrucción por medio de la ira de Dios?
Los que también padecen según la voluntad de Dios deben confiar en el Señor así como los demás.
Dios, según Su voluntad, desea que suframos por causa de Cristo y para esto nos ha puesto (3:17; 2:15; 1 Ts. 3:3).
Lit., encarguen como depósito; tal como en Lc. 12:48; Hch. 20:32; 1 Ti. 1:18 y 2 Ti. 2:2. Cuando los creyentes sufran una persecución física, especialmente si tienen que morir como mártires, deben encomendar sus almas como depósito a Dios, el fiel Creador, así como el Señor encomendó Su espíritu al Padre (Lc. 23:46).
La persecución sólo puede causar daño al cuerpo de los creyentes que sufren, y no a sus almas (Mt. 10:28). Sus almas son guardadas por el Señor, el fiel Creador. Ellos deben cooperar con el Señor encomendándose a Él en la fe.
No se refiere a Dios como Creador de la nueva creación en el nuevo nacimiento, sino como Creador de la antigua creación. La persecución es un sufrimiento en la antigua creación. Dios, nuestro Creador, puede preservar nuestra alma, la cual Él creó para nosotros. Además, Él tiene contados nuestros cabellos (Mt. 10:30). Él es amoroso y fiel. Su cuidado amoroso y fiel (1 P. 5:7) acompaña a Su justicia en Su administración gubernamental. Mientras Dios, al ejercer Su gobierno nos juzga a nosotros, quienes somos Su casa, en Su amor Él nos cuida fielmente. Al sufrir en nuestro cuerpo Su justo juicio disciplinario, debemos encomendar nuestras almas a Su cuidado fiel.
O, realizando acciones rectas, buenas y nobles.