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Capítulos de libros «La Primera Epístola de Juan»
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  • En Aquel que quita el pecado (la naturaleza pecaminosa) y los pecados (los hechos pecaminosos), no hay pecado. Por lo tanto, Él no conoció pecado (2 Co. 5:21), no cometió pecado (1 P. 2:22) y no tuvo pecado (He. 4:15). Esto le hizo apto para quitar tanto el pecado que mora en el hombre como los pecados que el hombre comete en su vida diaria.

  • Es decir, permanece en la comunión de la vida divina y anda en la luz divina (1 Jn. 1:2-3, 6-7). Véase la nota 1 Jn. 2:278.

  • Es decir, no peca habitualmente. Esto también es una condición de la vida que permanece en el Señor. No significa que los hijos de Dios no cometan pecado en absoluto, pues es posible que ellos cometan pecados ocasionalmente; significa que los creyentes regenerados que tienen la vida divina y viven por ella no practican el pecado. El carácter y hábito de ellos no es pecar, sino permanecer en el Señor. Permanecer en el Señor caracteriza la vida de un creyente; pecar caracteriza la vida de un pecador.

  • Es decir, practica el pecado, lleva una vida pecaminosa.

  • Es decir, no ha recibido ninguna visión del Señor ni tiene comprensión alguna acerca de Él. Tal condición es como la de un incrédulo.

  • Véase la nota 1 Jn. 2:11.

  • La misma palabra griega es usada en Jn. 1:29. Allí Cristo como el Cordero de Dios quita el pecado del mundo, el cual entró en el mundo por medio de Adán (Ro. 5:12). Aquí Él quita los pecados, los cuales son cometidos por todos los hombres. Juan 1 enfoca la totalidad del pecado, que incluye la naturaleza pecaminosa y los hechos pecaminosos. Este capítulo trata solamente de los frutos del pecado, es decir, los pecados cometidos en la vida diaria del hombre. Cristo quita ambos aspectos del pecado.

  • Es decir, no tener ley, vivir sin ley. No denota el hecho de carecer de la ley mosaica (cfr. Ro. 5:13), porque el pecado ya estaba en el mundo antes de que la ley mosaica fuese dada. Aquí vivir sin ley denota no estar sometido al principio según el cual Dios rige sobre el hombre. Vivir sin ley significa vivir ajenos al principio según el cual Dios rige al hombre y no someterse a dicho principio. Por lo tanto, vivir sin ley es pecado, y recíprocamente, el pecado es vivir sin ley.

  • Véase la nota 1 Jn. 1:65. Practicar el pecado no es simplemente cometer actos pecaminosos ocasionalmente, sino vivir en el pecado (Ro. 6:2), llevar una vida que no se rige por el principio según el cual Dios rige sobre el hombre.

  • Lit., Aquél; se refiere a Jesucristo. Así también en los v. 5 (la primera vez) y v. 7.

  • Según el contexto de esta sección, 1 Jn. 2:28-29; 3:1-24, purificarse significa practicar la justicia (v. 7; 2:29), vivir una vida justa que exprese al Dios justo (1 Jn. 1:9), el Justo (1 Jn. 2:1). Esto significa ser puro, sin mancha alguna de injusticia, así como Él es perfectamente puro. Esto también describe la vida que permanece en el Señor.

  • La esperanza de ser como el Señor, de tener la semejanza del Dios Triuno.

  • Al verle reflejaremos Su semejanza (2 Co. 3:18), lo cual nos hará como Él.

  • Indica la vida de Dios, la cual Él nos dio cuando nos engendró. Esta vida, como simiente divina, permanece en cada creyente regenerado. Por consiguiente, tal persona no practica el pecado y no puede pecar.

  • Es decir, no puede vivir habitualmente en el pecado. Un creyente regenerado puede caer ocasionalmente en el pecado, pero la vida divina como la simiente divina en su naturaleza regenerada no le permitirá vivir en el pecado. Esto es similar a una oveja: es posible que caiga en el lodo, pero su vida limpia no le permitirá permanecer y revolcarse allí, como lo haría un cerdo.

  • Practicar o no practicar el pecado, es decir, vivir o no vivir en el pecado, no concierne a la conducta, sino a nuestra filiación, nuestra condición de hijos de Dios o de hijos del diablo. Por lo tanto, guarda relación con la vida y la naturaleza. Los hombres, como descendientes caídos de Adán, al nacer son hijos del diablo, el maligno (Jn. 8:44), y poseen su vida, participan de su naturaleza y viven en el pecado de modo automático y habitual. Practicar el pecado caracteriza su vida. Pero los creyentes, quienes han sido redimidos de su estado caído y han renacido en su espíritu, son hijos de Dios, y poseen Su vida, participan de Su naturaleza y no viven en el pecado. Practicar la justicia caracteriza su vida. Queda manifiesto si alguien es hijo de Dios o hijo del diablo por lo que practica, ya sea la justicia o el pecado. Un creyente renacido puede cometer pecado, y un hombre que no es salvo puede realizar actos de justicia. Ambas cosas representan sus acciones externas, y no su vivir externo; por tanto, no manifiestan lo que ellos son en su vida y naturaleza internas.

  • Él se refiere a Dios en la frase anterior y representa a Cristo, quien se manifestará. Esto no sólo indica que Cristo es Dios, sino que también hace alusión a la Trinidad Divina. Cuando Cristo se manifieste, el Dios Triuno se manifestará; cuando le veamos a Él, veremos al Dios Triuno; y cuando seamos semejantes a Él, seremos semejantes al Dios Triuno.

  • Véase la nota 1 Jn. 2:291.

  • Puesto que somos hijos de Dios, seremos como Él en la madurez de vida cuando Él se manifieste. Ser como Él es “lo que hemos de ser”. Esto no se ha manifestado todavía. Esto indica que los hijos de Dios tienen un gran futuro con una bendición aún más espléndida: no solamente tendremos la naturaleza divina, sino también portaremos la semejanza divina. Participar de la naturaleza divina ya es una gran bendición y disfrute, pero ser como Dios y así ser portadores de Su semejanza, será una bendición y un deleite aún más grande.

  • El mundo ignora que Dios nos ha regenerado; el mundo no nos conoce porque no conoció a Dios mismo. El mundo no sabía nada de Dios, así que tampoco sabe nada de nuestro nacimiento divino.

  • Véase la nota 1 Jn. 2:295.

  • O, por esta causa, por esta razón. Puesto que somos hijos de Dios por haber tenido un nacimiento misterioso en virtud de la vida divina, el mundo no nos conoce.

  • Esta palabra corresponde a la frase nacido de Él citada en el versículo precedente. Nosotros fuimos engendrados por el Padre, la fuente de la vida, para ser hechos hijos de Dios, y por ende le pertenecemos a Él. Nosotros participamos de la vida del Padre para expresar al Dios Triuno.

  • En el versículo precedente el Dios Triuno está implícito (véase 1 Jn. 2:29 y la nota 2), pero aquí se menciona al Padre de manera particular. Él es la fuente de la vida divina, de quien hemos nacido con esta vida. El amor de Dios fue manifestado en que Él envió a Su Hijo a morir por nosotros (1 Jn. 4:9; Jn. 3:16) para que recibiéramos Su vida y así llegásemos a ser Sus hijos (Jn. 1:12-13). Dios envió a Su Hijo con el fin de engendrarnos. Por consiguiente, el amor de Dios, particularmente en el caso del Padre, es un amor que engendra.

  • Véase la nota 1 Jn. 2:52.

  • El pasaje que va desde 1 Jn. 2:28 hasta 1 Jn. 3:3 es un solo párrafo que habla del vivir justo de los hijos de Dios.

  • O, engañe.

  • Véase la nota 1 Jn. 1:65. Practicar la justicia es vivir una vida justa (véase la nota 1 Jn. 2:296b), vivir de manera justa bajo el principio gubernamental de Dios. Esto, según el versículo siguiente, equivale a no practicar el pecado y, según el v. 4, equivale a no practicar la infracción de la ley. Todas estas cosas forman parte de nuestra purificación (v. 3).

  • Según el contexto, la palabra justo equivale a la palabra puro del v. 3. Ser justo significa ser puro, sin ninguna mancha de pecado, iniquidad ni injusticia, tal como Cristo es.

  • Véase la nota 1 Jn. 1:65. Este versículo indica que practicar el pecado (véase la nota 1 Jn. 3:41a) y pecar son sinónimos en este libro, lo cual indica vivir en el pecado, cometer pecados habitualmente. Tal vida procede del diablo, quien peca continuamente desde el principio y cuya vida es de pecado. El pecado es su naturaleza, y pecar es su carácter.

  • Véase la nota Ap. 2:101c.

  • En el sentido absoluto, es decir, desde que el diablo empezó a rebelarse contra Dios e intentó derrocar el gobierno de Dios. Véase la nota 1 Jn. 1:12b, párr. 2.

  • Es decir, con este fin. El diablo peca continuamente desde tiempos antiguos y engendra pecadores para que practiquen el pecado con él. Para esto se manifestó el Hijo de Dios, para deshacer y destruir las obras pecaminosas del diablo, es decir, para condenar, por medio de Su muerte en la carne sobre la cruz (Ro. 8:3), el pecado iniciado por el maligno; para destruir el poder del pecado, la naturaleza pecaminosa del diablo (He. 2:14); y para quitar el pecado y los pecados (nota 1 Jn. 3:51).

  • O, disolver, deshacer.

  • Véase la nota 1 Jn. 2:297.

  • No practicar el pecado no significa que no cometamos actos pecaminosos ocasionalmente, sino que no vivimos en el pecado. Véase la nota 1 Jn. 3:41a.

  • La justicia es la naturaleza de los actos de Dios; el amor es la naturaleza de la esencia de Dios. La esencia de Dios es amor; los actos de Dios son justicia. El amor es algo interno; la justicia es algo externo. Por consiguiente el amor es una manifestación más intensa que la justicia de que somos hijos de Dios. Así que, desde este versículo hasta el v. 24, al hablarnos de la manifestación de los hijos de Dios, el apóstol avanza de la justicia al amor, el cual es otra condición más de la vida que permanece en el Señor.

  • Véase la nota 1 Jn. 2:71.

  • En el sentido relativo (véase la nota 1 Jn. 1:12, párr. 2).

  • Ésta es una condición más elevada de la vida que permanece en el Señor.

  • Hecho está en contraste con palabra, y veracidad está en contraste con lengua. Lengua denota el juego de la conversación vana, y veracidad denota la realidad del amor.

  • Véase la nota 1 Jn. 1:66, punto 7.

  • Denota la realidad de la vida eterna, que Dios nos dio en nuestro nacimiento divino y que nos da la capacidad de amar a los hermanos por el amor divino (vs. 14-18). Al amar a los hermanos con el amor divino, sabemos que somos de esta realidad. Véase la nota 1 Jn. 1:66.

  • O, conciliaremos, convenceremos, persuadiremos, tranquilizaremos. Asegurar nuestro corazón delante de Dios significa tener una buena conciencia, sin ofensa (1 Ti. 1:5, 19; Hch. 24:16), para que nuestro corazón pueda ser conciliado, convencido, persuadido y tranquilizado. Ésta también es una condición de la vida que permanece en el Señor. Permanecer en el Señor requiere un corazón tranquilo con una conciencia sin ofensa. Esto también reviste vital importancia para nuestra comunión con Dios, de la cual se habló en la primera sección de la epístola. Si nuestro corazón es inquietado por una conciencia con ofensa, esto impide que permanezcamos en el Señor y quebranta nuestra comunión con Dios.

  • Caín era del maligno, o sea era hijo del diablo; su hermano Abel era de Dios, es decir, era un hijo de Dios (v. 10).

  • Es decir, las personas del mundo, quienes, como Caín, son hijos del diablo (v. 10) y son componentes del sistema, el cosmos, de Satanás (el mundo, Jn. 12:31). No debe asombrarnos que las personas del mundo, quienes yacen en poder del maligno, el diablo (1 Jn. 5:19), aborrezcan a los creyentes (los hijos de Dios); para ellos es natural hacerlo.

  • La muerte es del diablo, Satanás, el enemigo de Dios, y está simbolizada por el árbol del conocimiento del bien y del mal, el cual produce muerte; la vida es de Dios, quien es la fuente de la vida, y está simbolizada por el árbol de la vida, el cual produce vida (Gn. 2:9, 16-17). La muerte y la vida no solamente proceden de dos fuentes, Satanás y Dios; también son dos esencias, dos elementos y dos esferas. Pasar de muerte a vida es pasar de la fuente, la esencia, el elemento y la esfera de la muerte a la fuente, la esencia, el elemento y la esfera de la vida. Esto sucedió en nosotros cuando fuimos regenerados. Nosotros sabemos esto, es decir, estamos conscientes interiormente de esto, porque amamos a los hermanos. Amar (con el amor de Dios) a los hermanos es una firme evidencia de esto. La fe en el Señor es el camino por el cual pasamos de muerte a vida; amar a los hermanos constituye la evidencia de que hemos pasado de muerte a vida. Tener fe es recibir la vida eterna; amar es vivir por la vida eterna y expresarla.

  • No amar a los hermanos es evidencia de no vivir por la esencia y el elemento del amor divino y de no permanecer en la esfera de ese amor; al contrario, es vivir en la esencia y en el elemento de la muerte satánica y permanecer en su esfera.

  • Con respecto a los atributos divinos, el odio está en contraste con el amor, la muerte con la vida, las tinieblas con la luz, y las mentiras (las falsedades) con la verdad. Todo lo que es contrario a estas virtudes divinas pertenece al maligno, al diablo.

  • Aquí homicida indica que en la ética espiritual, aborrecer equivale a asesinar. Ningún asesino, (una persona que no sea salva), como lo fue Caín (v. 12), tiene la vida eterna permanente en él. Puesto que sabemos esto, nosotros, quienes hemos pasado de muerte a vida y en quienes permanece la vida eterna, no debemos comportarnos como homicidas inconversos al aborrecer a los que son nuestros hermanos en el Señor. Esta sección tiene que ver con la vida que permanece en el Señor. Un creyente que tiene la vida eterna pero no permanece en el Señor ni permite que el Señor, quien es la vida eterna, permanezca y obre en él, puede ocasionalmente aborrecer a un hermano y cometer otros pecados. Sin embargo, esto no sería habitual.

  • Lit., alma.

  • Lit., almas.

  • Lit., a partir de. La frase por el Espíritu… modifica a sabemos.

  • Hasta este punto, en esta epístola no se ha hecho referencia al Espíritu, aunque el Espíritu está implícito en la unción mencionada en 1 Jn. 2:20, 27. En realidad el Espíritu, esto es, el Espíritu todo-inclusivo, compuesto y vivificante (véase la nota Fil. 1:193c), constituye el factor vital y crucial de todos los misterios revelados en esta epístola: la vida divina, la comunión de la vida divina, la unción divina, el permanecer en el Señor, el nacimiento divino y la simiente divina. Por este Espíritu nacemos de Dios, recibimos la vida divina como simiente divina en nosotros, tenemos la comunión de la vida divina, se nos aplica el Dios Triuno como unción y permanecemos en el Señor. Este maravilloso Espíritu nos es dado como la bendición prometida del Nuevo Testamento (Gá. 3:14); Él es dado sin medida por el Cristo que está por encima de todo, que hereda todo y que ha de aumentarse universalmente (Jn. 3:31-35). Este Espíritu y la vida eterna (v. 15) son los elementos básicos por los cuales llevamos la vida que permanece continuamente en el Señor. Por consiguiente, mediante este Espíritu, el cual da testimonio seguro juntamente con nuestro espíritu, somos hijos de Dios (Ro. 8:16), y por Él sabemos que el Señor de todo permanece en nosotros (1 Jn. 4:13). Por medio de este Espíritu estamos unidos al Señor como un solo espíritu (1 Co. 6:17). Y por este Espíritu disfrutamos las riquezas del Dios Triuno (2 Co. 13:14).

  • Lit., entrañas.

  • Véase la nota 1 Jn. 2:52c.

  • Véase la nota 1 Jn. 2:11.

  • Las ofensas en la conciencia de un corazón que condena son obstáculos para nuestra oración. Una conciencia sin ofensa en un corazón tranquilo endereza y despeja el camino de nuestras peticiones a Dios.

  • Esto no se refiere a guardar los mandamientos de la ley mosaica por nuestro propio esfuerzo y poder; más bien, es algo que forma parte del vivir que llevan los creyentes como producto de la vida divina que permanece en ellos, guardando habitualmente los mandamientos neotestamentarios del Señor, mediante la operación interna del poder de la vida divina. Guardar los mandamientos del Señor acompaña la práctica habitual de lo que le agrada, lo cual llega a ser el requisito previo para la respuesta de Dios a nuestras oraciones y constituye una condición de la vida que permanece en el Señor (v. 24).

  • Lit., practicamos. Véase la nota 1 Jn. 1:65.

  • En realidad, es nuestra conciencia, la cual forma parte no sólo de nuestro espíritu sino también de nuestro corazón, la que nos reprende (nos condena). La conciencia es el representante del gobierno de Dios dentro de nosotros. Si nuestra conciencia nos condena, ciertamente Dios, quien es mayor que Su representante y conoce todas las cosas, también nos condenará. El hecho de estar conscientes de tal condena en nuestra conciencia nos alerta del peligro de quebrantar nuestra comunión con Dios. Si hacemos caso, esto nos será de ayuda para nuestra comunión con Dios y nos hará permanecer en el Señor.

  • La palabra griega denota denuedo al hablar, confianza. Tenemos denuedo y tranquilidad para tener contacto con Dios, para tener comunión con Él y para hacerle peticiones, porque la conciencia en nuestro corazón no nos condena. Esto nos hace permanecer en el Señor.

  • Esto es un resumen de los mandamientos dados en los versículos precedentes y siguientes. Todos los mandamientos se resumen en dos, que son: creer en el nombre del Hijo de Dios, Jesucristo, y amarnos unos a otros. El primero tiene que ver con la fe; el segundo, con el amor. Tener fe consiste en recibir la vida divina en nuestra relación con el Señor; amar consiste en vivir la vida divina en nuestra relación con los hermanos. La fe toca la fuente de la vida divina; el amor expresa la esencia de la vida divina. Ambos son necesarios para que los creyentes lleven una vida que permanece en el Señor.

  • Este versículo es la conclusión de esta sección, la cual comienza en 1 Jn. 2:28, acerca de permanecer en el Señor conforme a la enseñanza de la unción divina, como se da a conocer en la sección precedente (1 Jn. 2:20-27). Esta sección revela que permanecer en el Señor es algo que los hijos de Dios hacen al vivir por la vida eterna de Dios, la cual es la simiente divina (9, vs. 15 y la nota 1 Jn. 2:297) que crece en ellos a medida que practican la justicia del Dios que los engendró (1 Jn. 2:29; 3:7, 10) y el amor de su Padre que los engendró (vs. 10-11, 14-23). Permanecer en el Señor y las bases en las cuales se funda tal permanencia —el nacimiento divino y la vida divina como simiente divina— aunque son cosas misteriosas, también son reales en el Espíritu.

  • Nosotros permanecemos en el Señor; entonces Él permanece en nosotros. Es indispensable permanecer en Él para que Él permanezca en nosotros (Jn. 15:4). Al permanecer en Él disfrutamos de que Él permanezca en nosotros.

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