Practicar o no practicar el pecado, es decir, vivir o no vivir en el pecado, no concierne a la conducta, sino a nuestra filiación, nuestra condición de hijos de Dios o de hijos del diablo. Por lo tanto, guarda relación con la vida y la naturaleza. Los hombres, como descendientes caídos de Adán, al nacer son hijos del diablo, el maligno (Jn. 8:44), y poseen su vida, participan de su naturaleza y viven en el pecado de modo automático y habitual. Practicar el pecado caracteriza su vida. Pero los creyentes, quienes han sido redimidos de su estado caído y han renacido en su espíritu, son hijos de Dios, y poseen Su vida, participan de Su naturaleza y no viven en el pecado. Practicar la justicia caracteriza su vida. Queda manifiesto si alguien es hijo de Dios o hijo del diablo por lo que practica, ya sea la justicia o el pecado. Un creyente renacido puede cometer pecado, y un hombre que no es salvo puede realizar actos de justicia. Ambas cosas representan sus acciones externas, y no su vivir externo; por tanto, no manifiestan lo que ellos son en su vida y naturaleza internas.