Esto indica cuán íntima era la comunión que el anciano, ya avanzado en años, tenía con los miembros de la iglesia así como cuán afectuosamente los cuidaba.
La amorosa preocupación que el anciano apóstol Juan sentía por los creyentes al llevar a cabo su ministerio remendador con la vida divina del Dios Triuno, tenía como fin que ellos anduvieran en la verdad de Dios. La verdad de Dios consiste en que el Dios Triuno se encarnó para ser el Dios-hombre, Cristo, quien poseía tanto la divinidad como la humanidad, el cual mediante la crucifixión efectuó una redención eterna, y mediante la resurrección llegó a ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo como la expresión máxima del Dios Triuno procesado, para ser recibido por los que se arrepienten y creen en Él, a fin de ser la vida y el todo para ellos. El anciano apóstol deseaba que los creyentes, mediante el amor divino del Dios Triuno, se amaran unos a otros en esta verdad para expresarle. Esta verdad, esta realidad, vino a ser la autenticidad del andar del apóstol, la virtud divina expresada en su humanidad redimida. Él amaba a los creyentes a quienes cuidaba, con la autenticidad de la virtud divina. Su amor para con los creyentes constituía su vivir, en el cual la realidad, la verdad, del Dios Triuno se unía al amor del Dios Triuno. Basándose en este amor, también esperaba con anhelo que los creyentes a quienes cuidaba fueran lo mismo que él era, para que se amaran unos a otros y no tuvieran nada que ver con los herejes, los que iban más allá de la verdad tocante a la Trinidad. El anciano apóstol deseaba que los creyentes a quienes cuidaba permanecieran siempre en la verdad divina a fin de que disfrutaran al Padre y al Hijo mediante el Espíritu por la eternidad.