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  • Véase la nota al encabezamiento de Sal. 8.

  • Sal. 42 título

  • Este salmo, concerniente al amor del salmista por la casa de Dios con Cristo, viene después del grupo de salmos —iniciado con los salmos 73 — que habla sobre el despojamiento de quienes buscan a Dios y la desolación de la casa de Dios. Al efectuarse el recobro y la restauración (Sal. 80), se intensifican la preciosidad y dulzura de la casa de Dios.

    El contenido intrínseco del salmo 84 es la revelación secreta respecto al disfrute de Cristo como el Dios Triuno encarnado, el Dios-hombre. El centro de esta revelación secreta es la casa de Dios (vs. 4, 10), tipificada por el tabernáculo (Éx. 40:2-8) y el templo (1 R. 6:1-3; 8:3-11). Cristo como corporificación del Dios Triuno (Col. 2:9) es el cumplimiento de lo tipificado por el tabernáculo y el templo. Este cumplimiento se inició con Su encarnación, el Cristo individual (Jn. 1:14; 2:21), y continuará hasta que consume en la Nueva Jerusalén, el Cristo corporativo, el gran Dios-hombre (Ap. 21:2-3, 22). El Nuevo Testamento, de Mateo a Apocalipsis, abarca el período completo de la encarnación del Dios Triuno y constituye un relato de la encarnación divina. El disfrute que en la casa de Dios tenemos de Cristo como el Dios Triuno encarnado, se halla retratado en la manera en que estaba dispuesto el tabernáculo y sus enseres (véase la nota Sal. 84:33 y la nota He. 9:41 y la nota He. 9:43c).

  • Véase la nota Sal. 84:41.

  • Que el salmista anhelase estar en los tabernáculos de Dios e incluso desfalleciese por ello indica a qué grado él amaba los tabernáculos de Dios. Este amor llegó a madurar a través de muchas pruebas.

  • Representa a los creyentes, quienes son pequeños y frágiles.

  • La casa es un lugar de reposo, y el nido es un lugar de refugio. Mediante los dos altares, los redimidos por Dios pueden hallar un nido como refugio suyo y una casa con Dios en reposo. La cruz de Cristo, tipificada por el altar de bronce, es nuestro “nido”, nuestro refugio, donde somos salvos de nuestros problemas y donde “ponemos” nuestros polluelos, o sea, donde producimos nuevos creyentes mediante la predicación del evangelio. Cuando experimentamos al Cristo resucitado en Su ascensión, tipificado por el altar de oro para el incienso, somos aceptados por Dios en tal Cristo y hallamos un hogar, un lugar de reposo, en la casa de Dios. Esta casa es el Dios Triuno procesado y consumado que se ha unido, mezclado e incorporado con todos Sus elegidos, a quienes Él redimió, regeneró y transformó (Jn. 14:1-23), a fin de llegar a ser el Cuerpo de Cristo en la era presente y la Nueva Jerusalén como la morada mutua de Dios y Sus redimidos en la eternidad (Ap. 21:3, 22).

  • El altar de bronce donde se ofrecían los sacrificios y el altar de oro para el incienso. Estos dos altares representan las principales consumaciones de la obra realizada por el Dios Triuno encarnado, quien es Cristo como corporificación de Dios con miras a Su aumento. Que estos dos altares sean mencionados juntos en Éx. 40:5-6 indica que ambos están estrechamente vinculados en nuestra experiencia espiritual. En el altar de bronce, que tipifica la cruz de Cristo, nuestros problemas ante Dios son resueltos mediante el Cristo crucificado, quien es los sacrificios. Esto nos hace aptos para entrar en el tabernáculo, que tipifica a Cristo como el Dios Triuno encarnado en quien podemos entrar, así como para contactar a Dios en el altar del incienso. En el altar de oro para el incienso, el cual está frente al Lugar Santísimo (véase la nota He. 9:41), el Cristo resucitado en Su ascensión es el incienso por el cual nosotros somos aceptados por Dios en paz. Mediante nuestra oración en el altar del incienso entramos en el Lugar Santísimo —nuestro espíritu (He. 10:19)— donde experimentamos a Cristo como el Arca del Testimonio con todos sus contenidos. Mediante tal experiencia de Cristo somos incorporados al tabernáculo, al Dios Triuno encarnado, a fin de llegar a formar parte del Cristo corporativo (1 Co. 12:12) como testimonio de Dios para Su manifestación. Véase la nota Éx. 16:331a y la nota Jer. 31:331 párr. 2.

  • Según la tipología, la casa es la iglesia en su totalidad (1 Ti. 3:15), y los tabernáculos (v. 1) son las iglesias locales (Ap. 1:11).

  • Las calzadas a Sion representan nuestra intención de entrar en la iglesia como casa de Dios y de buscar al Dios Triuno encarnado en Sus consumaciones, tipificadas por el mobiliario del tabernáculo (véase la nota Sal. 84:33 y la nota He. 9:43c). Por un lado, hemos entrado en Dios; por otro, todavía estamos en las calzadas para entrar en Dios. Que dichas calzadas estén en nuestro corazón significa que debemos tomar el camino de la iglesia internamente, no meramente de forma externa.

  • Que significa lágrimas. Por un lado, quienes están en las calzadas a Sion son fortalecidos en Dios (v. 5); por otro; Satanás se opone a ellos y hace que padezcan persecución. Los problemas y persecuciones causados por Satanás pueden convertir tales calzadas en un valle de lágrimas. Esta expresión particular indica que el salmista había sido disciplinado por Dios y despojado por Él (véase la nota Sal. 73:261b y la nota Job 3:11a).

  • Cuando pasamos por el valle de Baca, Dios convierte este valle en un manantial (cfr. Col. 1:24; He. 10:34). Este manantial es el Espíritu (Jn. 4:14; 7:38-39). Cuanto más lloramos en las calzadas a Sion, más recibimos el Espíritu. Mientras lloramos, somos llenos del Espíritu, y el Espíritu se convierte en nuestro manantial.

  • Quienes vienen a la vida de iglesia habiendo pasado por el valle de lágrimas descubren que, a la postre, estas lágrimas derramadas llegan a ser una gran bendición para ellos. Esta bendición es el Espíritu (Gá. 3:14). Las lágrimas que derramaron eran las suyas, pero estas lágrimas tienen como resultado un manantial, el cual se convierte en la lluvia temprana, el Espíritu como la bendición.

  • Al estar en la iglesia, que es la casa de Dios, aunque seguimos en la tierra, también estamos en el Sion celestial (He. 12:22). Véase la nota Gn. 22:22a y la nota Sal. 48:21a.

  • Se refiere a David, el rey, quien tipifica a Cristo como el escudo del pueblo de Dios y como el Ungido de Dios.

  • Las bendiciones obtenidas al morar en la casa de Dios consisten en disfrutar al Dios Triuno encarnado y consumado como nuestro sol que nos suministra vida (Jn. 1:4; 8:12), como nuestro escudo que nos protege del enemigo de Dios (Ef. 6:11-17), como gracia para nuestro disfrute (Jn. 1:14, 17) y como gloria para que Dios sea manifestado en esplendor (Ap. 21:11, 23).

  • Esto probablemente se refiere, según los complejos sentimientos del salmista, a quienes guardan la ley de Dios. Véase la nota Sal. 18:201 y la nota Sal. 73:21.

  • Esto probablemente se refiere, también según los complejos sentimientos del salmista, al hombre que mora en la casa de Dios.

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