El altar de bronce donde se ofrecían los sacrificios y el altar de oro para el incienso. Estos dos altares representan las principales consumaciones de la obra realizada por el Dios Triuno encarnado, quien es Cristo como corporificación de Dios con miras a Su aumento. Que estos dos altares sean mencionados juntos en Éx. 40:5-6 indica que ambos están estrechamente vinculados en nuestra experiencia espiritual. En el altar de bronce, que tipifica la cruz de Cristo, nuestros problemas ante Dios son resueltos mediante el Cristo crucificado, quien es los sacrificios. Esto nos hace aptos para entrar en el tabernáculo, que tipifica a Cristo como el Dios Triuno encarnado en quien podemos entrar, así como para contactar a Dios en el altar del incienso. En el altar de oro para el incienso, el cual está frente al Lugar Santísimo (véase la nota He. 9:41), el Cristo resucitado en Su ascensión es el incienso por el cual nosotros somos aceptados por Dios en paz. Mediante nuestra oración en el altar del incienso entramos en el Lugar Santísimo —nuestro espíritu (He. 10:19)— donde experimentamos a Cristo como el Arca del Testimonio con todos sus contenidos. Mediante tal experiencia de Cristo somos incorporados al tabernáculo, al Dios Triuno encarnado, a fin de llegar a formar parte del Cristo corporativo (1 Co. 12:12) como testimonio de Dios para Su manifestación. Véase la nota Éx. 16:331a y la nota Jer. 31:331 párr. 2.
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