La ley de Dios es Su palabra (en Éx. 34:28 los Diez Mandamientos, el contenido principal de la ley, son llamados “las diez palabras”: véase la nota allí). Como tal, la ley es el testimonio de Dios (Éx. 16:34; 31:18; 32:15; 40:20; Sal. 19:7), la expresión de Dios, una revelación de Dios a Su pueblo (véase la nota Jn. 1:12b y la nota He. 1:11, párr. 1). La ley de Dios revela los atributos de Dios al mostrar que Él es celoso (vs. 4-6; cfr. 2 Co. 11:2), santo (vs. 7-11), amoroso (vs. 6, 12-15; cfr. Ro. 13:8-10; Gá. 5:14), justo (v. 5), veraz (v. 16; cfr. 1 Jn. 1:5-6) y puro (vs. 2-3, 17). Como palabra de Dios y testimonio o expresión de Dios, la ley tipifica a Cristo, quien es la Palabra de Dios y el testimonio de Dios, la expresión de Dios (Jn. 1:1, 18; Ap. 19:13; 1:5; Col. 1:15).
La realidad de guardar la ley es vivir a Dios y expresarle. Tal vivir, un vivir en la economía eterna de Dios, es el vivir de un Dios-hombre, una vida en la que continuamente nos negamos al yo y somos crucificados para vivir a Cristo —el testimonio de Dios— mediante la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo con miras a la expresión agrandada y expandida de Dios (Mt. 16:24; Gá. 2:20; Fil. 1:19-21a; Ro. 8:4).