Los ejércitos de Antíoco Epífanes profanaron el santuario, quitaron el sacrificio diario y establecieron la abominación desoladora. Se prohibió completamente presentar sacrificios, practicar la circuncisión y guardar el Sábado. Antíoco Epífanes llegó al extremo de erigir un altar a Zeus sobre el altar del holocausto que estaba en el templo; más aún, él puso su propia imagen dentro del templo, sacrificó una puerca sobre el altar y roció con su sangre el templo. Él obligó al pueblo santo a adorar al ídolo y a comer carne de cerdo; además, indujo a los jóvenes a cometer fornicación en el templo. En todas estas maldades Antíoco Epífanes tipifica al anticristo, quien aparecerá durante la última semana de las setenta semanas (Dn. 9:27; Ap. 13:1-7). Véase la nota Dn. 9:271.
Según este libro, la gran imagen humana descrita en Dn. 2:31-45 destruye y profana el templo de Dios cuatro veces. La primera vez, el templo fue profanado por la cabeza de aquella imagen, Nabucodonosor (Dn. 1:1-2; 2 Cr. 36:18-19); la segunda vez por Antíoco Epífanes, descendiente de uno de los cuatro generales del Imperio griego establecido por Alejandro Magno (Dn. 8:9-14; 11:31-32); la tercera vez por Tito, un príncipe del Imperio romano, en el año 70 d. C. (Dn. 9:26; Mt. 24:2); y la cuarta vez por el anticristo, quien forma parte de los diez dedos que representan al Imperio romano restaurado, lo cual ocurrirá en la mitad de los últimos siete años de esta era (Dn. 9:27; 12:7, 11). Todas estas ocasiones muestran que el centro, el objetivo y la meta de la lucha de Satanás contra Dios guarda relación con el templo, el cual tipifica, primero, a Cristo quien es la corporificación de Dios (Jn. 2:19-21) y, después, a la iglesia, el Cuerpo de Cristo, que es el agrandamiento de Cristo (1 Co. 3:16-17; Ef. 2:20-22). Dios desea obtener un lugar en la tierra donde Su pueblo pueda adorarle, lo cual sería un testimonio de que Él todavía mantiene Sus intereses sobre la tierra; pero Satanás siempre lucha por destruir este lugar (cfr. Mt. 16:18; Jn. 2:19). Al final, según es revelado en el Nuevo Testamento, Satanás será completamente destruido (Ap. 20:10), y la iglesia, que es la casa de Dios (1 Ti. 3:15; 1 P. 2:5), la mezcla de Dios con Sus redimidos, será plenamente edificada en la resurrección de Cristo y tendrá por su consumación la Nueva Jerusalén, el centro del cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad (Ap. 21; Ap. 22).