El mensajero angélico mencionado en el cap. 10; véase la nota Dn. 10:111.
El mensajero angélico mencionado en el cap. 10; véase la nota Dn. 10:111.
El contenido de la visión presentada en este capítulo trata sobre el destino de Israel desde la última etapa del reino de Persia hasta los últimos tres años y medio de la era presente, e incluso se extiende hasta la era del reino y la eternidad; ésta es la verdad según consta en las escrituras de la verdad (Dn. 10:21), la cual le fue relatada a Daniel por el mensajero angélico (Dn. 11:2-45; 12:1-13). La visión presentada en este capítulo provee detalles adicionales con respecto al Imperio persa, el Imperio griego y el Imperio romano, incluyendo el final mismo del Imperio romano bajo el liderazgo del anticristo durante los últimos tres años y medio de esta era (véase la nota Dn. 2:321, párr. 2).
Es decir, Grecia.
Poco después de derrotar el reino de Persia, Alejandro Magno murió y su reino fue dividido en cuatro reinos bajo el liderazgo de cuatro generales respectivamente (Dn. 8:8, 22; 7:6b). Dos de estos reinos, Egipto y Siria, libraron guerras entre sí una y otra vez en territorio de Israel. Por último, este capítulo hace énfasis en los reinos y maldades de dos reyes: Antíoco Epífanes, uno de los reyes del norte (vs. 21-35), y el anticristo, el rey del Imperio romano restaurado (vs. 36-45).
Los ejércitos de Antíoco Epífanes profanaron el santuario, quitaron el sacrificio diario y establecieron la abominación desoladora. Se prohibió completamente presentar sacrificios, practicar la circuncisión y guardar el Sábado. Antíoco Epífanes llegó al extremo de erigir un altar a Zeus sobre el altar del holocausto que estaba en el templo; más aún, él puso su propia imagen dentro del templo, sacrificó una puerca sobre el altar y roció con su sangre el templo. Él obligó al pueblo santo a adorar al ídolo y a comer carne de cerdo; además, indujo a los jóvenes a cometer fornicación en el templo. En todas estas maldades Antíoco Epífanes tipifica al anticristo, quien aparecerá durante la última semana de las setenta semanas (Dn. 9:27; Ap. 13:1-7). Véase la nota Dn. 9:271.
Según este libro, la gran imagen humana descrita en Dn. 2:31-45 destruye y profana el templo de Dios cuatro veces. La primera vez, el templo fue profanado por la cabeza de aquella imagen, Nabucodonosor (Dn. 1:1-2; 2 Cr. 36:18-19); la segunda vez por Antíoco Epífanes, descendiente de uno de los cuatro generales del Imperio griego establecido por Alejandro Magno (Dn. 8:9-14; 11:31-32); la tercera vez por Tito, un príncipe del Imperio romano, en el año 70 d. C. (Dn. 9:26; Mt. 24:2); y la cuarta vez por el anticristo, quien forma parte de los diez dedos que representan al Imperio romano restaurado, lo cual ocurrirá en la mitad de los últimos siete años de esta era (Dn. 9:27; 12:7, 11). Todas estas ocasiones muestran que el centro, el objetivo y la meta de la lucha de Satanás contra Dios guarda relación con el templo, el cual tipifica, primero, a Cristo quien es la corporificación de Dios (Jn. 2:19-21) y, después, a la iglesia, el Cuerpo de Cristo, que es el agrandamiento de Cristo (1 Co. 3:16-17; Ef. 2:20-22). Dios desea obtener un lugar en la tierra donde Su pueblo pueda adorarle, lo cual sería un testimonio de que Él todavía mantiene Sus intereses sobre la tierra; pero Satanás siempre lucha por destruir este lugar (cfr. Mt. 16:18; Jn. 2:19). Al final, según es revelado en el Nuevo Testamento, Satanás será completamente destruido (Ap. 20:10), y la iglesia, que es la casa de Dios (1 Ti. 3:15; 1 P. 2:5), la mezcla de Dios con Sus redimidos, será plenamente edificada en la resurrección de Cristo y tendrá por su consumación la Nueva Jerusalén, el centro del cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad (Ap. 21; Ap. 22).
Es decir, Chipre; aunque probablemente aquí este término sea usado de una manera más general para referirse a todos los territorios de la región del Mediterráneo.
Lit., él.
Es decir, el príncipe aliado a él.
Es decir, Antíoco Epífanes. Los vs. 21-35 y Dn. 8:23-25 describen el reino y las maldades de Antíoco Epífanes, quien era uno de los reyes del norte. Se hace énfasis en él en este capítulo debido a que era un tipo completo del anticristo, y como tal, hizo mucho daño y profanó el templo (v. 31).
Es decir, Judea, o más específicamente, Jerusalén.
Lit., él.
Es decir, las islas y riberas del mar Mediterráneo.
Lit., destruirlo.
Lit., a él.
Lit., cosas rectas.
Es decir, la tierra de Israel.
Lit., él.
La profecía en los vs. 15-19 trata sobre Antíoco el Grande (padre de Antíoco Epífanes), quien derrotó a Egipto en el año 200 a. C. y que, a la postre, fue muerto en una revuelta ocurrida en el año 187 a. C.
Lit., de él.
Lit., de él.
Lit., él.
Lit., de él.
Lit., él.
Lit., éstos.
Cfr. la nota Mt. 24:152b.
Se refiere a Judas Macabeo y su pueblo, quienes fueron alentados y fortalecidos por estas palabras del libro de Daniel a fin de actuar resueltamente en contra de Antíoco Epífanes. Los macabeos le derrotaron y purificaron el templo. Véase la nota Dn. 8:141a y la nota Dn. 8:142.
Lit., ellos.
Véase la nota 2 Ts. 2:41a. Mientras los vs. 21-35 se refieren a Antíoco Epífanes, el tipo, los vs. 36-45 se refieren al anticristo, quien cumple aquel tipo (cfr. Dn. 9:26-27). En este capítulo hay un intervalo en la narración de la historia, intervalo que abarca desde el final del gobierno ejercido por los cuatro sucesores de Alejandro Magno (esto es, a partir de aproximadamente la segunda mitad del último siglo a. C., cuando el Imperio romano surgió a fin de tomar el lugar del reino de Grecia y se convirtió en el poder mundial que pondrá fin a la era presente) hasta los últimos tres años y medio de la era actual. En este intervalo se encuentra la era del misterio, que es la era de la iglesia (Ef. 3:3-11; 5:32).
Es decir, la tierra de Israel.
Es decir, los etíopes.
En referencia a Sion, donde está Jerusalén.
El anticristo llegará a su fin cuando Cristo, quien es la piedra no cortada por manos, venga junto con Su novia a aplastar la gran imagen humana desde los dedos del pie hasta la cabeza (Dn. 2:34-35 y las notas).