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Capítulos de libros «Daniel»
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  • O, los libros. El entendimiento que Daniel tenía de las profecías contenidas en Jer. 25:11-12 y Jer. 29:10-14 con respecto a los setenta años del cautiverio de Israel antes del retorno de un remanente a Jerusalén (2 Cr. 36:21-23), fue la causa de que la visión de las setenta semanas le fuese dada a Daniel en este capítulo.

  • Daniel se encontraba en cautiverio en Babilonia (vs. 1-2a); su corazón estaba completamente centrado en Dios así como en el pueblo de Dios, Su templo y Su ciudad santa con miras al reino de Dios sobre la tierra (vs. 2-19); además, Daniel estaba en su espíritu, íntegramente ocupado en oraciones y súplicas a Dios (vs. 20-23). Por tanto, él estaba en la posición correcta y tenía la perspectiva correcta para recibir la revelación y ver la visión procedentes de Dios (cfr. la nota Ap. 1:93, la nota Ap. 1:101a y la nota Ap. 1:121).

  • Lit., Tus justicias.

  • En su oración desesperada, Daniel confesó sus propios pecados y los pecados de su pueblo Israel (vs. 3-15) y pidió que Dios recobrase la Tierra Santa, enviase a Su pueblo de regreso y reedificase la ciudad santa (vs. 16-19). Dios le respondió informándole, mediante el ángel Gabriel, acerca de las setenta semanas (vs. 20-27). Esta respuesta excedió lo pedido por Daniel.

  • El contenido de la visión de Daniel es las setenta semanas, las cuales son el destino determinado por Dios para Su pueblo y Su ciudad santa. El propósito de las setenta semanas es cerrar la transgresión, poner fin a los pecados, hacer propiciación por la iniquidad, traer la justicia de los siglos, sellar la visión y al profeta y ungir el Lugar Santísimo. En la vieja creación sujeta al gobierno humano prevalecen la transgresión, los pecados y la iniquidad. Cuando Cristo venga a desmenuzar el gobierno humano (Dn. 2:34-35), en el tiempo señalado, será cerrada la transgresión, se pondrá fin a los pecados y se hará propiciación por la iniquidad. Entonces, la justicia de los siglos será traída, la visión y el profeta serán sellados, y el Lugar Santísimo será ungido.

  • O, sellar.

  • Cuando Cristo retorne y la era sea consumada, ya no habrá injusticia en la tierra. Después del retorno del Señor, todas las personas y cosas malvadas que estaban en la tierra serán barridas para ser echadas al lago de fuego (Mt. 13:30; 25:32-33, 41; Ap. 19:19-21), y Satanás será atado y arrojado al abismo (Ap. 20:1-3). Al final del milenio, las naciones que fueron engañadas (con Satanás) serán eliminadas en la última rebelión de la humanidad contra Dios (Ap. 20:7-10), y después del milenio, se hará una limpieza de todos los incrédulos que murieron y de los demonios por medio del juicio que se ejecutará en el gran trono blanco (Ap. 20:11-15). Comenzando con el milenio, será establecido el reino eterno de Cristo con Su justicia, que es la justicia de los siglos, la justicia eterna. En el milenio, Cristo será el Justo (Jer. 23:5) y gobernará con justicia en el reino de mil años (Is. 11:4-5). Finalmente, en la era de las eras, la justicia morará en el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad (2 P. 3:13 y la nota 4).

  • Sellar la visión y al profeta consiste en cerrar la era del misterio cuando suene la séptima trompeta (Ap. 10:7 y la nota 2). Puesto que todos los misterios de Dios se habrán cumplido, ya no habrá necesidad de visiones ni profetas. En la era del reino habrá únicamente reyes y sacerdotes (Ap. 20:6), mas no profetas.

  • En los tiempos en que Daniel hizo su oración, el Lugar Santísimo estaba contaminado, profanado y devastado. Pero cuando el tiempo determinado llegue, el Lugar Santísimo será ungido apropiadamente. Esto quiere decir que será recobrado el servicio a Dios (véase la nota Dn. 11:311, párr. 2, y la nota Dn. 12:112c, y la nota Dn. 12:121).

  • Las setenta semanas están divididas en tres partes, siendo cada semana de siete años de duración (véase el “Diagrama de las setenta semanas y la venida de Cristo, con el arrebatamiento de los santos” al final del Nuevo Testamento). Primero, se determinó que transcurrieran siete semanas (cuarenta y nueve años) a partir de la promulgación del decreto para restaurar y reedificar a Jerusalén (Neh. 2:1-8) hasta la compleción de la reedificación. Segundo, se determinó que transcurrieran sesenta y dos semanas (434 años) desde la compleción de la reedificación de Jerusalén hasta quitarle la vida (la crucifixión) al Mesías (v. 26). Tercero, la última semana de siete años será para que el anticristo haga un pacto firme con el pueblo de Israel (v. 27).

    Hay un intervalo de duración desconocida entre las primeras sesenta y nueve semanas y la última semana de las setenta semanas. Este intervalo es la era del misterio, la era de la gracia, la era de la iglesia (Ef. 3:3-11; 5:32; Col. 1:27). Durante esta era Cristo edifica, en secreto y de manera misteriosa, la iglesia en la nueva creación para que sea Su Cuerpo y Su novia (Ef. 5:25-32). Cuando la nueva creación haya llegado a la madurez en vida, será unida a Cristo y será hecha uno con Él para ser Su complemento (Ap. 19:7-9). Al final de la última de las setenta semanas, después que Cristo se haya casado con Su novia, Él y Su ejército nupcial vendrán como la piedra no cortada por manos y desmenuzarán la gran imagen humana, a partir de los dedos del pie hasta la cabeza, con lo cual destruirán el gobierno humano que combate directamente contra Dios. Al ser desmenuzada la imagen humana, el problema que representa el gobierno humano en la vieja creación será resuelto. Entonces Cristo junto con Sus vencedores crecerá hasta convertirse en un gran monte que llenará toda la tierra (Dn. 2:34-35 y las notas).

  • Se refiere a la amplia plaza de la ciudad o al espacio abierto que estaba delante del templo; por ende, la calle.

  • Esto se refiere a la crucifixión de Cristo, que puso fin a la vieja creación, incluyendo al gobierno humano en la vieja creación, e hizo germinar la nueva creación de Dios por medio de la resurrección de Cristo (1 P. 1:3), con el reino eterno de Dios como administración divina en la nueva creación de Dios. Por tanto, la cruz de Cristo es la centralidad y universalidad de la obra de Dios.

    El libro de Daniel tiene una característica particular: traza las líneas demarcatorias de las eras. Primero, la crucifixión de Cristo en Su primera venida es el hito que marca el fin de la era de la vieja creación para la germinación de la era de la nueva creación en la resurrección de Cristo. En Su crucifixión, Cristo, el postrer Adán, puso fin a la vieja creación (2 Co. 5:14), y en Su resurrección Él llegó a ser el Espíritu germinador, el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), a fin de hacer germinar a todo el pueblo escogido de Dios en Su resurrección (Jn. 12:24; 1 P. 1:3) para que éste sea la nueva creación de Dios (2 Co. 5:17; Gá. 6:15). Esta nueva creación comienza con quienes creen en Cristo, los cuales son hijos de Dios (Gá. 3:26) y miembros de Cristo que constituyen Su Cuerpo (1 Co. 12:27). Este Cuerpo crecerá (Ef. 4:13-16) y, con el tiempo, consumará en la Nueva Jerusalén (Ap. 21; Ap. 22). Segundo, la manifestación venidera de Cristo junto con Sus vencedores, que son Su novia, será el hito que pondrá fin a la era del gobierno humano sobre la tierra en la vieja creación y que dará inicio a la era del dominio de Dios sobre toda la tierra en el milenio así como en el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad (Dn. 2:34-35, 44; 7:13-14). Aunque en Su primera venida Cristo puso fin, en términos espirituales, a la vieja creación mediante Su muerte en la cruz, el gobierno humano que comenzó con Nimrod continúa existiendo. Por esta razón existe la necesidad de la segunda venida de Cristo, en la cual Cristo eliminará, en términos físicos, el gobierno humano en la vieja creación y traerá el reino universal y eterno de Dios. Por medio de la venida de Cristo en estos dos aspectos y mediante el gobierno de los cielos sobre todo entorno terrenal, Cristo, quien es la centralidad y universalidad de la economía de Dios y del mover de Dios, llegará a ser la centralidad y universalidad de los elegidos de Dios, incluyendo a Israel y la iglesia.

  • Tito, el príncipe del Imperio romano, quien vino con Su ejército en el año 70 d. C. para destruir la ciudad y el santuario, o sea, el templo, tal como fue profetizado por el Señor Jesús en Mt. 24:2.

  • Desde la destrucción de Jerusalén en el año 70 d. C. hasta que se completen las setenta semanas, ha habido y seguirá habiendo una guerra tras otra.

  • En referencia al anticristo, tipificado aquí por Tito, el príncipe mencionado en el v. 26. Al inicio de la última semana de las setenta semanas, los últimos siete años de la era presente, el anticristo hará un pacto firme de paz con Israel. En medio de esa semana, él quebrantará el pacto y hará cesar el sacrificio y la oblación (Dn. 12:11a). Éste será el inicio de la gran tribulación (Mt. 24:21), la cual durará por tres años y medio (Dn. 7:25; 12:7; Ap. 11:2-3; 12:6, 14; 13:5). Durante la gran tribulación, tanto los judíos fieles como los cristianos que hayan quedado sobre la tierra padecerán la persecución del anticristo (Dn. 7:21, 25; Ap. 13:7). Después que él haga que el sacrificio y la oblación cesen, el anticristo los reemplazará con las abominaciones del desolador (los ídolos del anticristo, 12:11; Mt. 24:15; Ap. 13:14-15; 2 Ts. 2:4). Estos ídolos permanecerán en el templo por tres años y medio, hasta que la destrucción completa —que ya está determinada— sea derramada sobre el desolador, el anticristo (Dn. 2:34-35a; 2 Ts. 2:8; Ap. 17:14; 19:20).

    El hecho de que el templo sea devastado y contaminado por el anticristo es indicio contundente de que el templo, que no ha sido reconstruido desde que fue destruido por Tito y el ejército romano en el año 70 d. C., será reedificado por los judíos antes que se completen las setenta semanas. Ésta será una de las últimas señales que deberán cumplirse antes que Cristo retorne.

  • Lit., sobre el ala de las abominaciones habrá un desolador. El significado del hebreo es incierto; la traducción ofrecida se basa en los eventos registrados en Dn. 11:31.

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