Con la maligna intención de acusarle (Mr. 3:2).
Con la maligna intención de acusarle (Mr. 3:2).
Una enfermedad que hace que el cuerpo se hinche debido al líquido que se acumula en las cavidades y los tejidos. Esto representa la anomalía de la vida interior, que causa la muerte espiritual delante de Dios.
Algunos mss. dicen: hijo.
Éstas son las personas a quienes Dios invitó a Su salvación (v. 21).
Se refiere a la resurrección de vida (Jn. 5:29; Ap. 20:4-6), cuando Dios recompensará a los santos (Ap. 11:18) al regresar el Señor (1 Co. 4:5).
Esta gran cena es diferente de la fiesta de bodas de Mt. 22:2-14, la cual era la recompensa del reino. Esta gran cena es la plena salvación de Dios. Dios, el hombre de este versículo, preparó Su plena salvación como una gran cena y envió a los primeros apóstoles como esclavos Suyos para invitar a los judíos (vs. 16-17). Pero como ellos estaban ocupados con sus riquezas, tales como la tierra, el ganado o una esposa, rechazaron la invitación (vs. 18-20). Entonces Dios envió a los apóstoles para invitar a la gente de la calle: los pobres, los mancos, los ciegos y los cojos. Debido a su pobreza y miseria, ellos aceptaron la invitación de Dios (vs. 21-22a). Pero en la salvación de Dios todavía había lugar para más personas; por tanto Él envió a Sus esclavos más lejos aún, al mundo gentil, representado por los caminos y los vallados, para forzar a los gentiles a entrar a la casa de Su salvación y llenarla (vs. 22-23; Hch. 13:46-48; Ro. 11:25).
En los vs. 26-33 el Señor les manifestó a las multitudes que iban con Él (v. 25) el costo de seguirle. Recibir la salvación significa ser salvo (Lc. 13:23); seguir al Señor es disfrutarle como la bendición de la salvación de Dios. Esto requiere que uno renuncie a todo, aun a su propia vida, y lleve su cruz (vs. 26-27, 33).
El propósito de la cruz no es causar sufrimiento, sino poner fin a la persona. Los creyentes en Cristo han sido crucificados (aniquilados) juntamente con Él (Gá. 2:20; Ro. 6:6). Después de ser orgánicamente unidos a Él por fe, deben permanecer en la cruz, manteniendo a su viejo hombre bajo la obra aniquiladora de la cruz (cfr. Ro. 6:3; Col. 2:20-21). Esto es llevar su propia cruz. Cristo primero llevó la cruz, y luego fue crucificado (Jn. 19:17-18). Pero los creyentes primero son crucificados, y luego llevan la cruz para permanecer en la muerte de su viejo hombre, experimentando y disfrutando de este modo a Cristo como su vida y su suministro de vida.
Lo que el Señor dijo aquí y en el v. 31 indica que seguir al Señor como una carrera, requiere que nosotros dediquemos a ella todo lo que tenemos y todo lo que podamos hacer; de otro modo, fracasaremos, y nos convertiremos en la sal insípida que va a ser arrojada del dominio glorioso a una esfera de vergüenza (vs. 34-35).
Con respecto a los vs. 34-35, véanse las notas de Mt. 5:13 y la nota Mr. 9:501.
Los creyentes en Cristo son la sal de la tierra usada por Dios para matar y eliminar la corrupción de la tierra. El sabor de ellos depende de que renuncien a las cosas terrenales. Cuanto más renuncien a las cosas de la tierra, más intenso será su sabor. Ellos perderán su sabor si no están dispuestos a renunciar a todas las cosas de la vida presente. Si esto sucede, ellos no serán aptos para la tierra, que es la iglesia, la labranza de Dios (1 Co. 3:9), la cual llega a ser el reino venidero (Ap. 11:15), ni tampoco serán aptos para el estercolero, que representa el infierno, el lugar inmundo del universo (Ap. 21:8; 22:15). Ellos serán echados del reino de Dios, especialmente de la gloria del reino en el milenio (véase la nota Mt. 8:122). Ellos han sido salvos de la perdición eterna, pero, debido a que no han renunciado a las cosas terrenales, pierden su función en el reino de Dios por lo que no sirven para el reino venidero y es necesario apartarlos para que sean disciplinados (véase la nota Lc. 17:321).