El nuevo Rey llamó a Sus seguidores junto al mar, pero Él subió al monte para darles la constitución del reino de los cielos. Esto indica que necesitamos subir con Él para poder comprender el reino de los cielos.
El nuevo Rey llamó a Sus seguidores junto al mar, pero Él subió al monte para darles la constitución del reino de los cielos. Esto indica que necesitamos subir con Él para poder comprender el reino de los cielos.
Cuando el nuevo Rey se sentó en el monte, Sus discípulos, y no las multitudes, se le acercaron para ser Su auditorio. Con el tiempo, no sólo los judíos que creían, sino también las naciones, los gentiles, que fueron hechas ciudadanos del reino (Mt. 28:19), llegaron a ser Sus discípulos. Más tarde, los discípulos fueron llamados cristianos (Hch. 11:26). Por lo tanto, lo que el nuevo Rey habló en el monte, en los caps. 5—7, con respecto a la constitución del reino de los cielos, fue dirigido a los creyentes del Nuevo Testamento, y no a los judíos del Antiguo Testamento.
La palabra griega implica dichosos. También se puede traducir benditos y dichosos. Asimismo en los versículos siguientes. Lo dicho por el nuevo Rey, lo cual es la constitución del reino de los cielos, es una revelación del vivir espiritual y de los principios celestiales del reino de los cielos. Se compone de siete secciones. La primera sección, los vs. 3-12, describe la naturaleza del pueblo del reino de los cielos, pueblo que disfruta de nueve bendiciones. Ellos son pobres en espíritu, lloran por la situación reinante, son mansos al sufrir oposición, tienen hambre y sed de justicia, son misericordiosos para con los demás, tienen un corazón puro, hacen la paz, padecen persecución por causa de la justicia, y son vituperados y difimados por causa del Señor.
Ser pobres en espíritu no sólo significa ser humildes, sino también ser vaciados en nuestro espíritu, en lo profundo de nuestro ser, no aferrándonos a las cosas viejas de la vieja dispensación, sino descargándonos de todo eso para recibir las cosas nuevas, las cosas del reino de los cielos.
La palabra espíritu aquí no se refiere al Espíritu de Dios, sino a nuestro espíritu humano, la parte más profunda de nuestro ser, el órgano con el cual tenemos contacto con Dios y aprehendemos las cosas espirituales. Para aprehender y poseer el reino de los cielos necesitamos ser pobres en espíritu, es decir, vaciados, descargados, en esta parte de nuestro ser. Esto implica que el reino de los cielos no es material, sino espiritual.
Reino de los cielos es una expresión usada exclusivamente por Mateo, lo cual indica que el reino de los cielos es diferente del reino de Dios (véase el diagrama de las págs. 22-23 en forma impresa), el cual es la expresión que se menciona en los otros tres Evangelios. El reino de Dios es el reinado general de Dios, desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura. Abarca la eternidad sin principio, anterior a la fundación del mundo, los patriarcas elegidos (incluyendo el paraíso de Adán), la nación de Israel en el Antiguo Testamento, la iglesia en el Nuevo Testamento, el reino milenario venidero (incluyendo su parte celestial, es decir, la manifestación del reino de los cielos, y su parte terrenal, es decir, el reino mesiánico), y el cielo nuevo y la tierra nueva con la Nueva Jerusalén en la eternidad. El reino de los cielos es una sección específica dentro del reino de Dios, compuesta sólo de la iglesia hoy y de la parte celestial del reino milenario venidero. Así que, en el Nuevo Testamento, especialmente en los otros tres Evangelios, el reino de los cielos, una sección del reino de Dios, también es llamado “el reino de Dios”. En el Antiguo Testamento el reino de Dios, de modo general, ya estaba con la nación de Israel (Mt. 21:43); el reino de los cielos, de modo específico, todavía no había llegado; sólo se acercó cuando vino Juan el Bautista (Mt. 3:1-2; 11:11-12).
Según el Evangelio de Mateo, el reino de los cielos tiene tres aspectos: la realidad, la apariencia y la manifestación. La realidad del reino de los cielos es su contenido interior con respecto a su naturaleza celestial y espiritual, como fue revelado por el nuevo Rey, en el monte, en los caps. 5—7. La apariencia del reino de los cielos es el estado exterior y nominal del reino de los cielos, como lo reveló el Rey junto al mar en el cap. 13. La manifestación del reino de los cielos es la venida práctica del reino de los cielos en poder, como lo reveló el Rey en el monte de los Olivos en los caps. 24—25. Tanto la realidad como la apariencia del reino de los cielos están hoy en la iglesia. La realidad del reino de los cielos es la vida de iglesia apropiada (Ro. 14:17) que existe dentro de la apariencia del reino de los cielos conocida como la cristiandad. La manifestación del reino de los cielos es la parte celestial del reino milenario venidero, la cual en Mt. 13:43 es llamada el reino del Padre; la parte terrenal del reino milenario es el reino mesiánico, el cual en Mt. 13:41 es llamado el reino del Hijo del Hombre, y que es el tabernáculo de David restaurado, el reino de David (Hch. 15:16). En la parte celestial del reino milenario, la cual es el reino de los cielos manifestado en poder, los creyentes vencedores reinarán con Cristo por mil años (Ap. 20:4, 6); en la parte terrenal del reino milenario, la cual es el reino mesiánico en la tierra, el remanente de Israel que habrá sido salvo serán los sacerdotes y dicho remanente enseñará a las naciones a adorar a Dios (Zac. 8:20-23).
Si somos pobres en espíritu, el reino de los cielos es nuestro; hoy en la era de la iglesia estamos en su realidad, y tendremos parte en su manifestación en la era del reino.
Toda la situación del mundo está en contra de la economía de Dios. Satanás, el pecado, el yo, las tinieblas y la mundanalidad predominan entre toda la gente de la tierra. La gloria de Dios es afrentada; Cristo es rechazado; el Espíritu Santo es estorbado; la iglesia está desolada; el yo es corrupto, y el mundo entero es maligno. Dios quiere que nos aflijamos por tal situación.
Si lloramos conforme a Dios y Su economía, seremos consolados con la recompensa del reino de los cielos. Entonces, veremos a Dios ejerciendo Su gobierno celestial sobre toda la situación negativa.
Ser manso consiste en no resistir a la oposición del mundo, sino sufrirla voluntariamente.
Si tenemos hambre y sed de justicia, Dios nos concederá la misma justicia que buscamos, para que seamos saciados.
Ser justo es dar a alguien lo que merece, mientras que ser misericordioso es dar a alguien lo que no merece. Por causa del reino de los cielos, no sólo debemos ser justos sino también misericordiosos.
Recibir misericordia es recibir más de lo que merecemos. Si tenemos misericordia de otros, el Señor tendrá misericordia de nosotros (2 Ti. 1:16, 18), especialmente en Su tribunal (Jac. 2:12-13).
Tener un corazón puro es tener un solo propósito, esto es, tener como única meta hacer la voluntad de Dios para Su gloria (1 Co. 10:31). Se tiene un corazón así para el reino de los cielos. Nuestro espíritu es el órgano con el cual recibimos a Cristo (Jn. 1:12; 3:6), mientras que nuestro corazón es el terreno donde Cristo crece como semilla de vida (Mt. 13:19). Por causa del reino de los cielos necesitamos ser pobres en espíritu, ser vaciados en nuestro espíritu, a fin de recibir a Cristo. Además, debemos tener un corazón puro y sencillo, para que Cristo pueda crecer en nosotros sin impedimento.
Si somos puros de corazón al buscar a Dios, veremos a Dios. Ver a Dios es una recompensa para los de corazón puro. Esta bendición es tanto para hoy como para la era venidera.
Satanás, el rebelde, es el instigador de toda rebelión. Para estar en el reino de los cielos bajo su gobierno celestial, debemos procurar la paz entre los hombres (He. 12:14).
Nuestro Padre es el Dios de paz (Ro. 15:33; 16:20), y tiene una vida pacífica con una naturaleza pacífica. Si nosotros, los que hemos nacido de Él, queremos ser pacificadores, debemos andar en Su vida divina y conforme a Su naturaleza divina. De esta manera expresaremos Su vida y naturaleza y seremos llamados hijos de Dios.
El mundo entero está bajo el maligno (1 Jn. 5:19) y está lleno de injusticia. Si tenemos hambre y sed de justicia, padeceremos persecución por causa de la justicia. Por causa del reino de los cielos, necesitamos pagar cierto precio por la justicia que buscamos.
Si pagamos un precio por buscar la justicia, el reino de los cielos llega a ser nuestro; hoy estamos en su realidad, y en la era venidera seremos recompensados con su manifestación.
Cuando vivimos para el reino de los cielos, en la naturaleza espiritual del reino y conforme a los principios celestiales del reino, somos vituperados, perseguidos y difamados, principalmente por religiosos, quienes se aferran a sus conceptos religiosos y tradicionales. Los judíos fanáticos les hicieron todo esto a los apóstoles en los primeros días del reino de los cielos (Hch. 5:41; 13:45, 50; 2 Co. 6:8; Ro. 3:8).
Esta recompensa, la novena bienaventuranza, indica que las ocho anteriores también son recompensas. Esta recompensa es grande y está en los cielos; es una recompensa celestial, y no terrenal.
Véase la nota Mt. 1:221.
La segunda sección de lo que el nuevo Rey habló en el monte, los vs. 13-16, trata de la influencia que el pueblo del reino de los cielos ejerce sobre el mundo. Ellos son la sal para la tierra corrompida, y la luz para el mundo entenebrecido.
La sal es por naturaleza un elemento que mata y elimina los microbios de corrupción. Para la tierra corrompida, el pueblo del reino de los cielos es el elemento que impide que la tierra sea completamente corrompida.
Hacerse insípido significa perder la capacidad de salar. Cuando el pueblo del reino se hace insípido, queda en la misma condición que la gente terrenal y ya no puede distinguirse de los incrédulos.
Ser echado fuera significa ser excluido del reino de los cielos (Lc. 14:35).
Ser hollado por los hombres es ser tratado como polvo.
La luz es el resplandor de una lámpara que ilumina a los que están en tinieblas. Para el mundo entenebrecido, el pueblo del reino de los cielos es la luz que disipa las tinieblas del mundo. En cuanto a su naturaleza ellos son la sal sanadora, y en cuanto a su conducta son la luz resplandeciente.
Como luz resplandeciente, el pueblo del reino es semejante a una ciudad asentada sobre un monte, la cual no se puede esconder. Esto finalmente tendrá su consumación en la santa ciudad, la Nueva Jerusalén (Ap. 21:10-11, 23-24).
Un almud es un instrumento que se usa para medir grano. Una lámpara encendida colocada debajo de un almud no puede emitir su luz. El pueblo del reino, como lámpara encendida, no debe estar cubierto por un almud, algo relacionado con el alimento. La preocupación por el alimento hace que la gente tenga ansiedad (Mt. 6:25).
La luz como una ciudad asentada en un monte alumbra a los de afuera, mientras que la lámpara encendida, puesta en el candelero, alumbra a los que están en la casa. Como una ciudad asentada en un monte, la luz no puede esconderse, y como la lámpara sobre el candelero, la luz no debe esconderse.
Las buenas obras constituyen la conducta del pueblo del reino; por medio de tales obras los hombres pueden ver a Dios y ser conducidos a Él.
Glorificar a Dios el Padre es darle a Él la gloria. La gloria es Dios expresado. Cuando el pueblo del reino expresa a Dios en su conducta y en sus buenas obras, los hombres pueden ver a Dios y darle gloria.
La tercera sección de lo que dijo el Rey en el monte, los vs. 17-48, tiene que ver con la ley del pueblo del reino de los cielos.
Aquí, el hecho de que Cristo cumple la ley significa lo siguiente:
1) que, por el lado positivo, Él guardó la ley;
2) que, por el lado negativo, por medio de Su muerte sustitutiva en la cruz, Cristo satisfizo lo que requiere la ley
3) que en esta sección Cristo ha complementado la vieja ley con Su nueva ley, como se afirma repetidas veces con la expresión: “Pero Yo os digo” (vs. 22, 28, 32, 34, 39, 44).
Dado que Cristo guardó la ley, estaba calificado para cumplir los requisitos de la ley por medio de Su muerte sustitutiva en la cruz. Al cumplir con lo que exigía la ley por medio de Su muerte sustitutiva en la cruz, Cristo también introdujo la vida de resurrección que complementó la ley, que suplió lo que faltaba a la ley. Se acabó la vieja ley, la ley inferior, junto con su exigencia de que la guardáramos y su requisito de que el hombre fuera castigado. Ahora los ciudadanos del reino, como hijos del Padre, sólo deben cumplir la nueva ley, la ley superior, por medio de la vida de resurrección, la cual es la vida eterna del Padre. La vieja ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la nueva ley fue promulgada personalmente por Cristo.
La ley tiene dos aspectos: sus mandamientos y su principio. Los mandamientos fueron cumplidos y complementados por la venida del Señor, mientras que el principio fue reemplazado por el principio de la fe según la economía neotestamentaria de Dios.
Después del reino milenario, el primer cielo y la primera tierra pasarán cuando vengan el cielo nuevo y la tierra nueva (Ap. 21:1; He. 1:11-12; 2 P. 3:10-13). Lo que la ley abarca sólo se extiende hasta el final del reino milenario, mientras que lo que abarcan los profetas se extiende hasta el cielo nuevo y la tierra nueva (Is. 65:17; 66:22). Ésta es la razón por la cual en el v. 17 se habla tanto de la ley como de los profetas, mientras que en el v. 18 sólo se menciona la ley, y no los profetas.
Equivalente griego de la letra hebrea yod, la letra más pequeña del hebreo, la cual tiene forma de coma.
Gr. keraía, un cuerno, una proyección; se refiere a un signo ortográfico usado en el hebreo.
La palabra mandamientos aquí se refiere a la ley del v. 18. El pueblo del reino no sólo cumple la ley, sino que también la complementa. Así que, en realidad ellos no anulan ningún mandamiento de la ley.
La justicia mencionada aquí no sólo se refiere a la justicia objetiva, la cual es el Cristo que recibimos cuando creemos en Él y somos justificados delante de Dios (1 Co. 1:30; Ro. 3:26); se refiere aún más a la justicia subjetiva, la cual es el Cristo que mora en nosotros expresado en nuestro vivir como nuestra justicia para que podamos vivir en la realidad del reino hoy y entrar en su manifestación en el futuro. Esta justicia subjetiva no se obtiene meramente cumpliendo la ley antigua, sino complementando la ley antigua mediante el cumplimiento de la nueva ley del reino de los cielos, la cual fue dada por el nuevo Rey aquí en este pasaje de la Palabra. La justicia del pueblo del reino, la cual es conforme a la nueva ley del reino, supera a la de los escribas y fariseos, que es conforme a la ley antigua. Es imposible que nuestra vida natural obtenga esta justicia insuperable, la cual sólo puede ser producida por una vida superior, la vida de resurrección de Cristo. Esta justicia, la cual es comparada al traje de boda (Mt. 22:11-12), nos capacita para participar en las bodas del Cordero (Ap. 19:7-8) y para heredar el reino de los cielos en su manifestación, es decir, para entrar en el reino de los cielos en el futuro.
La justicia de los escribas y los fariseos es la justicia según la letra de la ley, la cual practicaron por sí mismos, conforme a la antigua ley de la letra; la justicia insuperable del pueblo del reino es la justicia de vida, la cual ellos expresan en su vivir al apropiarse de Cristo como su vida, conforme a la nueva ley de vida. Tanto en naturaleza como en su estándar, la justicia de la vida divina sobrepasa en gran manera a la justicia inerte practicada por los escribas y fariseos.
Véase la nota Mt. 2:41a.
Para entrar en el reino de Dios debemos ser regenerados, tener un nuevo comienzo de vida (Jn. 3:3, 5); pero entrar en el reino de los cielos requiere que después de ser regenerados tengamos una justicia insuperable en nuestro vivir. Entrar en el reino de los cielos significa vivir en su realidad hoy y participar en su manifestación en el futuro.
La ley de la vieja dispensación confronta el acto, el asesinato (v. 21), pero la nueva ley del reino confronta el enojo, lo que lo lleva a uno a asesinar. Por lo tanto, la exigencia de la nueva ley del reino es más profunda que los requisitos de la ley de la vieja dispensación. Para satisfacer las exigencias de la nueva ley del reino, se necesita la vida superior, la vida de la nueva creación.
La palabra hermano es evidencia de que aquí el Rey se dirige a los creyentes.
Este versículo contiene tres clases de juicios. El primer juicio se efectúa en la puerta de la ciudad, y es un juicio por distrito. El segundo es el juicio del sanedrín, un juicio más alto. El tercero es el juicio de Dios, llevado a cabo por Él mediante la Gehena de fuego, el juicio supremo. El nuevo Rey mencionó estas tres clases de juicio usando ejemplos del trasfondo judío, porque todo Su auditorio era judío. No obstante, con respecto al pueblo del reino, los creyentes del Nuevo Testamento, todos estos juicios se refieren al juicio del Señor en el tribunal de Cristo, según lo revelado en 2 Co. 5:10; Ro. 14:10, 12; 1 Co. 4:4-5; 3:13-15; Mt. 16:27; Ap. 22:12 y He. 10:27, 30. Esto revela claramente que los creyentes neotestamentarios, aunque hayan sido perdonados por Dios para siempre, siguen sujetos al juicio del Señor, un juicio que no es para perdición sino para disciplina, si pecan contra la nueva ley del reino presentada aquí. Sin embargo, cuando pecamos contra la nueva ley del reino, si nos arrepentimos y confesamos nuestros pecados, somos perdonados y limpiados por la sangre del Señor Jesús (1 Jn. 1:7-9).
Es decir, tonto, inútil. Una expresión despectiva.
Es decir, insensato. Una expresión hebrea de condenación usada para referirse a un rebelde (Nm. 20:10). Esta expresión es más dura que “racá ”, una expresión despectiva.
Gehena, el valle de Hena; equivalente de la palabra hebrea Ge-hinnom, valle de Hinom. También llamado Tofet (2 R. 23:10; Is. 30:33; Jer. 19:13); es un valle profundo cerca de Jerusalén, usado como basurero de la ciudad, en el cual toda clase de inmundicias y los cuerpos de los criminales eran arrojados e incinerados. Debido a su fuego continuo, vino a ser el símbolo del lugar de castigo eterno, el lago de fuego (Ap. 20:15). Esta palabra también se usa en los vs. 29-30; 10:28; 18:9; 23:15, 33; Mr. 9:43, 45, 47; Lc. 12:5 y Jac. 3:6.
Un sacrificio, tal como el sacrificio por el pecado, se hace para expiar el pecado, mientras que una ofrenda se presenta para tener comunión con Dios.
El altar era un mueble (Éx. 27:1-8) que estaba en el atrio del templo (1 R. 8:64). En este altar eran ofrecidos todos los sacrificios y ofrendas (Lv. 1:9, 12, 17). El Rey, al promulgar la nueva ley del reino, se refiere aquí a la ofrenda y al altar de la vieja dispensación, porque durante Su ministerio en la tierra, un período de transición, la ley ritual de la vieja dispensación todavía no había llegado a su fin.
(En los cuatro Evangelios, antes de la muerte y resurrección del Señor, Él trataba a Sus discípulos como a judíos conforme a la ley antigua en los asuntos relacionados con las circunstancias exteriores, mientras que en asuntos referentes al espíritu y a la vida, los consideraba creyentes, constituyentes de la iglesia, conforme a la economía neotestamentaria).
Aquí la frase algo contra ti debe de referirse a una ofensa causada por el enojo o reprimenda del v. 22.
O, haz las paces.
Primero debemos reconciliarnos con nuestro hermano para que ya no quede recuerdo de la ofensa y nuestra conciencia esté libre de ofensa. Luego podemos acercarnos con nuestra ofrenda al Señor y tener comunión con Él, con una conciencia pura. El Rey del reino nunca permitirá que dos hermanos que no se hayan reconciliado participen de la realidad del reino ni reinen en su manifestación.
Es decir, demandante.
Ponerse a buenas cuanto antes, no sea que uno muera, o el adversario muera o el Señor regrese, de modo que uno quede sin oportunidad de reconciliarse con el otro.
En el camino indica que todavía estamos viviendo.
Esto sucederá en el tribunal de Cristo cuando Él regrese (2 Co. 5:10; Ro. 14:10). El juez será el Señor, el alguacil será el ángel, y la cárcel será el lugar de disciplina.
La frase saldrás de allí (de la cárcel) se refiere a ser perdonado en la era venidera, el milenio.
Un cuadrante romano era una pequeña moneda de bronce, equivalente a la cuarta parte de un asarion, que equivalía a un centavo. Esto significa que debemos resolver aun el asunto más insignificante y muestra cuán estricta es la nueva ley.
La ley de la vieja dispensación confronta el acto exterior de adulterio, mientras que la nueva ley del reino toca el motivo interior del corazón.
El énfasis de la nueva ley del reino en este versículo y en el v. 30 indica la gravedad del pecado en relación con el reino de los cielos y la necesidad de quitar a toda costa lo que nos motiva a pecar. Las acciones que se describen en estos versículos no habían de llevarse a cabo literalmente; sólo pueden llevarse a cabo espiritualmente, según se revela en Ro. 8:13 y Col. 3:5.
Véase la nota Mt. 5:228d. Así también en el versículo siguiente.
Véase la nota Mt. 5:291.
Lit., libere. Así también en el versículo siguiente.
Lo que el Rey promulgó en los vs. 21-30 como nueva ley del reino complementó la ley de la vieja dispensación, mientras que lo proclamado por el Rey en los vs. 31-48 como nueva ley del reino cambió la ley de la vieja dispensación. Durante la vieja dispensación la ley acerca del divorcio fue promulgada a causa de la dureza del corazón del pueblo; esa ley no concordaba con el designio original de Dios (Mt. 19:7-8). El nuevo decreto del Rey restauró el matrimonio a lo que era en el principio, a lo que Dios había planeado (Mt. 19:4-6).
El vínculo matrimonial sólo puede ser roto por la muerte (Ro. 7:3) o la fornicación. Por lo tanto, divorciarse por cualquier otra razón es cometer adulterio.
O, No jurarás falsamente.
Lit., pagarás. Un juramento incluye un voto que debe pagarse. Así que, pagar el voto que hicimos al Señor es cumplir nuestros juramentos.
La nueva ley del reino prohíbe categóricamente que el pueblo del reino jure —por el cielo, por la tierra, mirando hacia Jerusalén o por su propia cabeza— porque los cielos, ni la tierra, ni Jerusalén, ni su propia cabeza están bajo el control de ellos sino bajo el control de Dios.
Lit., hacia.
El hablar del pueblo del reino debe ser sencillo y veraz: “Sí, sí; no, no”. No deben tratar de convencer a otros con muchas palabras; deben ser personas veraces y de pocas palabras.
O, es.
O, del mal.
Volver la otra mejilla al que le abofetee, dejar que el que pida la túnica se lleve también la capa (v. 40), e ir dos millas con el que lo obligue a ir una (v. 41), demuestra que las personas del reino tienen el poder de sufrir en vez de oponerse, y que también tienen el poder de andar no en la carne ni en el alma para su propio beneficio, sino en el espíritu, para el bien del reino.
Una prenda interior semejante a una camisa. Así también en todo el libro.
Una milla romana antigua, que equivale a mil pasos.
Dar al que pida y no volver la espalda al que quiera tomar prestado, demuestra que las personas del reino no están ni preocupadas ni poseídas por las cosas materiales.
El título hijos de vuestro Padre es una clara evidencia de que el pueblo del reino, que aquí es el auditorio que escuchaba la promulgación que el nuevo Rey dio en el monte, son los creyentes regenerados del Nuevo Testamento.
El Padre hace llover sobre justos e injustos durante la era de la gracia, pero en la era venidera, es decir, en la era del reino, no lloverá sobre los injustos (Zac. 14:17-18).
A las personas del reino que observen la nueva ley del reino en la realidad de éste se les dará una recompensa en la manifestación del reino. La recompensa es diferente de la salvación. Una persona puede ser salva y aun así no recibir recompensa. (Véase la nota He. 10:351b).
Personas que recaudaban los impuestos exigidos por los romanos. Casi todos ellos abusaban de su oficio exigiendo más de lo debido por medio de acusaciones falsas (Lc. 3:12-13; 19:2, 8). Pagar impuestos a los romanos causaba mucha amargura a los judíos. Los recaudadores de impuestos eran menospreciados por el pueblo y considerados indignos de respeto (Lc. 18:9-10). Así que, estaban en la misma categoría de los pecadores (Mt. 9:10-11).
El hecho de que las personas del reino sean perfectas como lo es su Padre celestial, significa que son perfectas en el amor de Él. Son los hijos del Padre, puesto que tienen la vida divina y la naturaleza divina del Padre. Por consiguiente, pueden ser perfectos como su Padre. La exigencia de la nueva ley del reino es mucho más alta que los requisitos de la ley de la vieja dispensación. Esta elevada exigencia sólo puede ser satisfecha por la vida divina del Padre, y no por la vida natural. El reino de los cielos es la más elevada de las exigencias, y la vida divina del Padre es el más elevado de los suministros para satisfacer tal exigencia. El evangelio, en el Evangelio de Mateo, primeramente presenta el reino de los cielos como la más elevada de las exigencias y, finalmente, en el Evangelio de Juan, nos proporciona la vida divina del Padre celestial como el más elevado de los suministros por medio del cual podemos tener el vivir más elevado del reino de los cielos. La exigencia de la nueva ley del reino en los caps. 5—7 es en realidad la expresión de la nueva vida, la vida divina, la cual está en el pueblo regenerado del reino. Esta exigencia abre el ser interior de las personas regeneradas, mostrándoles que pueden llegar a un nivel muy alto y tener un vivir muy elevado.