El arco iris, como resplandor que está alrededor del hombre sentado en el trono, representa el esplendor y gloria que hay alrededor del Señor en el trono. En tiempos de Noé, el arco iris en las nubes era señal de la fidelidad de Dios en guardar Su pacto con el hombre y con toda criatura viviente según el cual Él jamás volvería a destruir la humanidad con un diluvio (véase la nota Gn. 9:131a).
Podemos considerar que un arco iris se produce al combinar tres colores básicos: el rojo, el amarillo y el azul. El rojo, el color del fuego, se refiere a la santidad de Dios; el amarillo, el color del electro, representa la gloria de Dios; y el azul, el color del trono de zafiro, representa la justicia de Dios. La justicia de Dios, Su santidad y Su gloria son tres atributos divinos que mantienen a los pecadores apartados de Dios (véase la nota Gn. 3:241a). Sin embargo, Cristo vino, murió en la cruz para satisfacer los requerimientos de la justicia de Dios, la santidad de Dios y la gloria de Dios, después de lo cual fue resucitado, y ahora Él es nuestra justicia, santidad y gloria (1 Co. 1:30). Debido a que los creyentes ahora estamos en Cristo, a los ojos de Dios portamos la semejanza de Cristo como justicia, santidad y gloria. Ésta es la apariencia del arco iris como testimonio de la fidelidad de Dios manifestada al librarnos de morir y salvarnos a nosotros, personas caídas, del juicio de Dios sobre los pecadores. En la Nueva Jerusalén, una ciudad cuyos cimientos tienen la apariencia de un arco iris (Ap. 21:19-20), nosotros, la suma total de quienes fueron salvos, seremos un arco iris que refleje el esplendor de la justicia de Dios, la santidad de Dios y la gloria de Dios y que testifique por siempre que nuestro Dios es justo y fiel (véase la nota Ap. 21:191a, párr. 2). Según se halla presentado en este capítulo, la vida cristiana y la vida de iglesia consumarán en tal arco iris y, entonces, el plan eterno de Dios habrá sido llevado a cabo.