Aquí Jacobo se refiere a la ley mosaica como “la perfecta ley, la de la libertad” (cfr. Jac. 2:12). Es probable que al usar esta expresión él se hubiera basado en Sal. 19:7-8, donde dice que la ley es perfecta y capaz de restaurar el alma, es decir, que ella da libertad a las personas y les alegra el corazón —lo cual hace referencia a la liberación y la libertad— y también en Sal. 119:11, donde dice que atesorar la ley en nuestro corazón nos hace libres del pecado. Jacobo ensalzaba al máximo la letra de la ley del Antiguo Testamento, mezclando la economía neotestamentaria de Dios con la economía del Antiguo Testamento, que ya había perdido vigencia (Hch. 21:18-20). Jacobo consideraba que la ley era el medio primordial para alcanzar la perfección cristiana. En contraste con ello, el apóstol Pablo dijo que la ley no tiene capacidad alguna de perfeccionarnos (He. 7:19; cfr. Gá. 3:3). Cfr. nota Jac. 2:122b.
En la dispensación neotestamentaria de Dios, Cristo puso fin a la ley (Ro. 10:4; He. 10:9), y los creyentes han sido libertados por Cristo del yugo de esclavitud de la ley (Gá. 5:1), han muerto a la ley (Gá. 2:19) y ya no están bajo la ley sino bajo la gracia (Ro. 6:14; cfr. Jn. 1:17). Más aún, la ley de letras, que fue escrita en tablas de piedra y que era ajena a nuestro ser, ha sido reemplazada por la ley de vida inscrita en nuestros corazones (He. 8:10), cuya norma moral corresponde a la norma de la constitución del reino, promulgada por el Señor en el monte (Mt. caps. 5—7). Puesto que la letra de la ley no pudo darle vida al hombre (Gá. 3:21), sino que sólo pudo poner de manifiesto su debilidad y su fracaso y mantenerlo en esclavitud (Gá. 5:1 y la nota 4), esta era una ley de esclavitud. La ley de vida, en cambio, debe ser considerada como la ley de la libertad debido a que esta ley es la función ejercida por la vida divina, vida que nos fue impartida en nuestra regeneración y que, durante toda nuestra vida cristiana, nos suministra sus inescrutables riquezas a fin de librarnos de la ley del pecado y de la muerte y satisfacer todos los justos requisitos de la ley de letras (Ro. 8:2, 4). Esta ley es la ley de Cristo (1 Co. 9:21), incluso es Cristo mismo, quien vive en nosotros para regularnos al impartir la naturaleza divina en nuestro ser a fin de que llevemos una vida que exprese la imagen de Dios. Es esta ley la que debe ser considerada como la regla básica de la vida cristiana por la cual uno llega a la perfección cristiana práctica.