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Capítulos de libros «La Primera Epístola de Pablo a Los Tesalonicenses»
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  • Éstos son los tiempos y las estaciones con respecto a la venida del Señor, lo cual es confirmado por la expresión el día del Señor en el v. 2.

  • Esto indica que el día de la venida del Señor es guardado en secreto y vendrá súbitamente, sin que nadie lo sepa de antemano (Mt. 24:42-43; Ap. 3:3; 16:15).

  • En el capítulo anterior la venida del Señor es mencionada principalmente para consolar y animar. En este capítulo el día del Señor es mencionado principalmente para que nos sirva de advertencia (vs. 3-6), debido a que se menciona en la Palabra principalmente en relación con el juicio del Señor (1 Co. 1:8; 3:13; 5:5; 2 Co. 1:14; 2 Ti. 4:8).

  • Éste es el resultado de la intensa rebelión del hombre en contra de Dios, por instigación de Satanás, cerca del tiempo de la venida del Señor (v. 2).

  • Es decir, no dejemos de velar. Así también en el versículo siguiente.

  • La palabra velemos está en contraste con duermen en el siguiente versículo; sobrios está en contraste con la expresión se embriagan.

  • En un estupor.

  • Aquí la coraza y el yelmo indican una guerra espiritual. La coraza, que cubre y protege nuestro corazón y espíritu conforme a la justicia de Dios (Ef. 6:14), es la fe y el amor; el yelmo, que cubre y protege nuestro intelecto, nuestra mente, es la esperanza de la salvación (Ef. 6:17). La fe, el amor y la esperanza son los tres materiales básicos con los que se construye la vida cristiana genuina, como se describe en 1 Ts. 1:3. La fe está relacionada con nuestra voluntad, una parte de nuestro corazón (Ro. 10:9), y con nuestra conciencia, una parte de nuestro espíritu (1 Ti. 1:19); el amor está relacionado con nuestra parte emotiva, otra parte de nuestro corazón (Mt. 22:37); y la esperanza está relacionada con nuestro entendimiento, la función de nuestra mente. Todos éstos necesitan ser protegidos para que se pueda mantener una vida cristiana genuina. Ésta es una vida de velar y ser sobrios (vs. 6-7). Al principio de esta epístola, el apóstol elogió la obra de fe de los creyentes, su trabajo de amor y su perseverancia en la esperanza (1:3). Aquí, en la conclusión de esta epístola, los exhorta a mantener estas virtudes espirituales cubiertas y protegidas al combatir por ellas.

  • La esperanza del regreso de nuestro Señor (1 Ts. 1:3), la cual será nuestra salvación, tanto de la destrucción venidera (v. 3) como de la esclavitud de corrupción de la vieja creación (Ro. 8:21-25).

  • No la salvación de la perdición eterna por medio de la muerte del Señor, sino la salvación de la destrucción venidera (v. 3) por medio del regreso del Señor.

  • Ya que Dios no nos ha puesto para ira, debemos velar, ser sobrios y combatir (vs. 6, 8) a fin de cooperar con Dios para que obtengamos Su salvación por medio del Señor Jesús.

  • Véase la nota 8.

  • El Señor murió por nosotros no sólo para que fuésemos salvos de la perdición eterna, sino también para que viviéramos juntamente con Él por medio de Su resurrección. Tal vivir puede salvarnos de la destrucción venidera.

  • O, estemos despiertos. Es decir, estemos vivos.

  • Es decir, están muertos (1 Ts. 4:13-15).

  • Por un lado, el Señor está lejos de nosotros y estamos esperando Su regreso; y por otro, Él está con nosotros (Mt. 28:20) y podemos vivir juntamente con Él (Ro. 6:8).

  • Reconocer a alguien y así tener respeto y estima por él.

  • Aquí el apóstol probablemente se refiere a los ancianos que laboran en la enseñanza y toman la delantera entre los creyentes (1 Ti. 5:17).

  • Tomar la delantera no consiste principalmente en gobernar, sino en establecer un ejemplo al hacer las cosas primero para que otros puedan seguir este ejemplo. Los ancianos no solamente deben laborar en la enseñanza, sino también deben actuar dando el ejemplo. Dar el ejemplo puede llegar a ser la base para amonestar.

  • “Conducir la mente mediante un proceso de razonamiento hasta llegar a una conclusión” (Vincent); por lo tanto, pensar, considerar, estimar.

  • Tener en mucha estima a los que toman la delantera y estar en paz unos con otros es la condición apropiada de una iglesia local.

  • Tal vez se refiera principalmente a los que son ociosos y no quieren trabajar, pero son entrometidos (2 Ts. 3:11), indisciplinados, sin dominio propio y rebeldes.

  • Lit., de poco ánimo; es decir, estrecho y débil en la capacidad de la mente, de la voluntad y de la parte emotiva.

  • Es probable que, en términos generales, se refiera a los débiles, es decir, a aquellos que son débiles ya sea en su espíritu, en su alma, o en su cuerpo, o que son débiles en la fe (Ro. 14:1; 15:1).

  • Esto implica que en una iglesia local, además de aquellos que andan desordenadamente y necesitan amonestación, hay algunos que son de poco ánimo y necesitan consolación, y hay otros que son débiles y necesitan ser sostenidos; todos los miembros, en cierto modo, pueden convertirse en un problema y necesitan que nosotros seamos longánimes para con ellos.

  • Esto significa que no importa la manera en que otros nos traten, por muy mala que sea, debemos siempre procurar lo que sea bueno para con ellos.

  • Esto se basa en las condiciones mencionadas en los vs. 14-15.

  • Esto es tener una comunión ininterrumpida con Dios en nuestro espíritu. Esto requiere perseverancia (Ro. 12:12; Col. 4:2) con un espíritu fuerte (Ef. 6:18).

  • Porque todas las cosas cooperan para nuestro bien, a fin de que seamos transformados y conformados a la imagen de Cristo (Ro. 8:28-29).

  • Esta cláusula modifica las tres exhortaciones anteriores. Dios quiere que vivamos una vida de regocijo, de oración, y llena de acciones de gracias. Tal vida es una gloria para Dios y avergüenza a Su enemigo.

  • El Espíritu hace que nuestro espíritu sea ferviente (Ro. 12:11) y que el fuego de nuestros dones sea avivado (2 Ti. 1:6). Por lo tanto, no debemos apagar al Espíritu.

  • Lc. 17:33; Jn. 12:25 y la nota 1; He. 10:39 y la nota 3; 1 P. 1:9

  • Esta palabra claramente indica que el hombre consta de tres partes: espíritu, alma y cuerpo. El espíritu como nuestra parte más profunda, es el órgano interno, por el cual tomamos conciencia de Dios y tenemos contacto con Él (Jn. 4:24; Ro. 1:9). El alma es nuestro mismo yo (cfr. Mt. 16:26; Lc. 9:25), un intermediario entre nuestro espíritu y nuestro cuerpo; por ella somos conscientes de nosotros mismos y tenemos nuestra personalidad. El cuerpo como nuestra parte exterior es el órgano externo; por él somos conscientes del mundo y tenemos contacto con el mundo material. El cuerpo contiene el alma, y el alma es el vaso que contiene el espíritu. En el espíritu, Dios mora como Espíritu; en el alma mora nuestro yo; y en el cuerpo moran los sentidos físicos. Dios nos santifica primero al tomar posesión de nuestro espíritu, mediante la regeneración (Jn. 3:5-6); luego, al extenderse como Espíritu vivificante desde nuestro espíritu hasta nuestra alma para saturarla y transformarla (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18); y por último, al vivificar nuestro cuerpo mortal a través de nuestra alma (Ro. 8:11, 13) y al transfigurar nuestro cuerpo con el poder de Su vida (Fil. 3:21). Véanse la nota He. 4:122d y la nota He. 4:123.

  • Algunos mss. insertan: santos. Esto significaría que, ya que esta epístola trata de la vida santa de los creyentes, el apóstol en su exhortación final llamó a los creyentes “los santos hermanos”.

  • O, enteramente, a fondo, hasta la consumación. Dios nos santifica completamente para que ninguna parte de nuestro ser, ya sea nuestro espíritu o alma o cuerpo, permanezca como algo común o profano.

  • El Dios fiel que nos llamó, también nos santificará completamente y guardará todo nuestro ser por completo.

  • Todos los capítulos de este libro concluyen con la venida del Señor. Esto nos muestra que el escritor, Pablo, vivía y laboraba teniendo la venida del Señor delante de él, tomándola como lo que le atraía, como un incentivo, una meta y una advertencia. No sólo hacía esto, sino que también animaba a los creyentes que estaban bajo su cuidado a que hicieran lo mismo.

  • O, en la presencia (la parusía).

  • Dios no sólo nos santifica por completo, sino que además guarda perfectos nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo. Por completo es cuantitativo; perfectos es cualitativo. En el aspecto cuantitativo, Dios nos santifica por completo; en el aspecto cualitativo, Dios nos guarda perfectos, es decir, Él guarda perfectos nuestro espíritu, alma y cuerpo. Por medio de la caída nuestro cuerpo fue arruinado, nuestra alma fue contaminada, y nuestro espíritu fue amortecido. En la plena salvación de Dios, todo nuestro ser es salvo y hecho completo y perfecto. Con este propósito, Dios resguarda nuestro espíritu de todo elemento de muerte (He. 9:14), nuestra alma de permanecer en una condición natural y de vejez (Mt. 16:24-26) y nuestro cuerpo de ser arruinado por el pecado (1 Ts. 4:4; Ro. 6:6). La obra de Dios de guardarnos y santificarnos por completo nos sostiene para que vivamos una vida santa hasta la madurez, a fin de que nos reunamos con el Señor en Su parusía.

  • Ser separado, apartado para Dios, de todas las cosas comunes o profanas. Véase la nota Ro. 1:23 y la nota Ro. 6:193b.

  • El Dios de paz es quien santifica; Su santificación nos trae la paz. Cuando somos completamente santificados por Él desde nuestro interior, tenemos paz con Él y con el hombre en todo aspecto (v. 13).

  • La conjunción “y” une la bendición en la santificación de todo nuestro ser por parte de Dios, la cual se da en este versículo, con la exhortación de abstenerse de toda especie de mal, lo cual se menciona en el versículo anterior. Por un lado, nos abstenemos de toda especie de mal, y por otro, Dios nos santifica completamente. Nosotros cooperamos con Dios para tener un vivir santo.

  • La palabra griega denota todo aquello que está a la vista, que se puede percibir y, por tanto, una escena. No se refiere a la apariencia de mal, sino a la clase, la forma, la figura, el aspecto del mal. Los creyentes, quienes viven una vida santa en fe, amor y esperanza, deben abstenerse de cualquier clase de mal.

  • Incluye discernir las profecías (1 Co. 14:29), discernir los espíritus (1 Co. 12:10), probar los espíritus (1 Jn. 4:1), comprobar cuál es la voluntad de Dios (Ro. 12:2), y comprobar lo que es agradable al Señor (Ef. 5:10).

  • Es decir, profetizar, el hablar profético que resulta de una revelación. No es necesariamente una predicción (véase 1 Co. 14:1, 3-4 y las notas).

  • Considerar como nada, tener en poco.

  • Véase la nota Jn. 1:146d y la nota Jn. 1:171 y la nota 1 Co. 15:101a. Solamente cuando disfrutamos al Señor como gracia podremos llevar una vida santa para la vida de iglesia, una vida que es genuina y apropiada para la iglesia, la cual vivimos cuando tenemos al Señor como nuestro suministro de vida.

    Este libro desarrolla el tema de la vida santa para la vida de iglesia. Ser santificado significa ser santo. En todo el universo, sólo Dios es santo; sólo Él es único y diferente de todas las otras cosas. Él no es profano y, por ende, no está contaminado. La santidad es la naturaleza de Dios; es una característica intrínseca de Sus atributos. Por lo tanto, para ser santos completa y enteramente, es decir, para ser santos no sólo exteriormente en cuanto a nuestra posición, sino también interiormente en cuanto a nuestro modo de ser, debemos tener la naturaleza santa que es característica de Dios. Para tener la naturaleza divina de Dios, debemos poseer a Dios, teniéndole a Él como nuestra vida y naturaleza. Sólo Dios puede santificarnos completamente y guardar todo nuestro ser, nuestro espíritu y alma y cuerpo, de ser común o contaminado. Dios desea santificarnos, y Él mismo lo hará, si es que nosotros estamos dispuestos a seguirlo como santidad (He. 12:14a) y si cooperamos con Él en este asunto. De esta manera podemos ser santos como Él (1 P. 1:15-16). Sin santidad no podemos verle (He. 12:14b).

    Dios no sólo nos ha hecho santos en cuanto a nuestra posición por medio de la sangre redentora de Cristo (He. 13:12; 10:29), sino que también está santificando nuestro modo de ser por medio de Su propia naturaleza santa. Al santificarnos así, Él nos transforma en la esencia de nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo, haciéndonos completamente como Él, en naturaleza. De esta manera Él guarda nuestro espíritu, alma y cuerpo completamente perfectos. Él nos hace santos en cuanto a nuestra posición, lo cual está fuera de nosotros, y nos santifica en nuestro modo de ser, lo cual ocurre dentro de nosotros, empezando desde nuestro espíritu, la parte más profunda, pasando a través de nuestra alma, la parte intermedia, y llegando a nuestro cuerpo, la parte exterior. Esta obra, que penetra profundamente en nosotros, es lograda por medio de la regeneración de nuestro espíritu (Jn. 3:6), la transformación de nuestra alma (Ro. 12:2), y la redención de nuestro cuerpo (Ro. 8:23; Ef. 4:30) por medio del Espíritu vivificante de Dios. Esta vida santa y santificada es necesaria para que tengamos la vida de iglesia que agrada a Dios y que lo expresa.

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