Véase la nota Jn. 1:146d y la nota Jn. 1:171 y la nota 1 Co. 15:101a. Solamente cuando disfrutamos al Señor como gracia podremos llevar una vida santa para la vida de iglesia, una vida que es genuina y apropiada para la iglesia, la cual vivimos cuando tenemos al Señor como nuestro suministro de vida.
Este libro desarrolla el tema de la vida santa para la vida de iglesia. Ser santificado significa ser santo. En todo el universo, sólo Dios es santo; sólo Él es único y diferente de todas las otras cosas. Él no es profano y, por ende, no está contaminado. La santidad es la naturaleza de Dios; es una característica intrínseca de Sus atributos. Por lo tanto, para ser santos completa y enteramente, es decir, para ser santos no sólo exteriormente en cuanto a nuestra posición, sino también interiormente en cuanto a nuestro modo de ser, debemos tener la naturaleza santa que es característica de Dios. Para tener la naturaleza divina de Dios, debemos poseer a Dios, teniéndole a Él como nuestra vida y naturaleza. Sólo Dios puede santificarnos completamente y guardar todo nuestro ser, nuestro espíritu y alma y cuerpo, de ser común o contaminado. Dios desea santificarnos, y Él mismo lo hará, si es que nosotros estamos dispuestos a seguirlo como santidad (He. 12:14a) y si cooperamos con Él en este asunto. De esta manera podemos ser santos como Él (1 P. 1:15-16). Sin santidad no podemos verle (He. 12:14b).
Dios no sólo nos ha hecho santos en cuanto a nuestra posición por medio de la sangre redentora de Cristo (He. 13:12; 10:29), sino que también está santificando nuestro modo de ser por medio de Su propia naturaleza santa. Al santificarnos así, Él nos transforma en la esencia de nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo, haciéndonos completamente como Él, en naturaleza. De esta manera Él guarda nuestro espíritu, alma y cuerpo completamente perfectos. Él nos hace santos en cuanto a nuestra posición, lo cual está fuera de nosotros, y nos santifica en nuestro modo de ser, lo cual ocurre dentro de nosotros, empezando desde nuestro espíritu, la parte más profunda, pasando a través de nuestra alma, la parte intermedia, y llegando a nuestro cuerpo, la parte exterior. Esta obra, que penetra profundamente en nosotros, es lograda por medio de la regeneración de nuestro espíritu (Jn. 3:6), la transformación de nuestra alma (Ro. 12:2), y la redención de nuestro cuerpo (Ro. 8:23; Ef. 4:30) por medio del Espíritu vivificante de Dios. Esta vida santa y santificada es necesaria para que tengamos la vida de iglesia que agrada a Dios y que lo expresa.