Lit., rostro.

Lit., rostro.
La ley tiene dos aspectos: el aspecto de la letra y el aspecto del Espíritu. “La letra mata, mas el Espíritu vivifica” (2 Co. 3:6). Si nuestra actitud al venir a la ley es preocuparnos únicamente por la letra de los mandamientos, recibiremos la ley como letra que mata. Pero, si tomamos todos los componentes de la ley —todos los mandamientos, ordenanzas, estatutos, preceptos y juicios— como la palabra dada por el aliento del Dios que amamos, recibiremos la ley como Espíritu vivificante.
En cuanto a su función, la ley también tiene dos aspectos. En su función con sentido negativo, la ley pone en evidencia el pecado del hombre (Ro. 3:20b; Ro. 7:7b) y subyuga a los pecadores delante de Dios (Ro. 3:19); además, la ley mantiene bajo su custodia a los escogidos por Dios a fin de que sean conducidos a Cristo (Gá. 3:23-24). En su función con sentido positivo, en calidad de testimonio vivo de Dios, la ley cumple la función de ministrar al Dios vivo a Sus buscadores (vs. 2, 88), y en calidad de palabra viva de Dios, la ley cumple la función de impartir a Dios como vida y luz en quienes aman la ley (vs. 25, 116, 130). Véase la nota Éx. 19:81, párr. 3.
Alzar nuestras manos a la palabra de Dios es indicar que la recibimos afectuosamente y con alegría y que decimos Amén a ella (Neh. 8:5-6).
Rica en significado, la palabra hebrea que aquí se tradujo reflexionaré (traducida meditaré en otras versiones) implica adorar, conversar con uno mismo y hablar en voz alta. Reflexionar sobre la palabra es saborearla y disfrutarla por medio de cuidadosa consideración. Orar, conversar con uno mismo y alabar al Señor también forma parte de reflexionar sobre la palabra. Reflexionar sobre la palabra de Dios es disfrutar de ella como Su aliento (2 Ti. 3:16) y, así, ser infundidos de Dios, inhalar a Dios y recibir nutrimento espiritual.
Cristo es la realidad de la ley no solamente en el sentido de que ésta es el testimonio de Dios, sino también la palabra de Dios. En Su totalidad, Cristo es la Palabra de Dios (Jn. 1:1; Ap. 19:13b). Las palabras de este salmo son las palabras escritas de Dios, pero Cristo es la Palabra viva de Dios exhalada por Dios (2 Ti. 3:16a). La palabra escrita es la letra, pero la Palabra viva es el Espíritu (Jn. 6:63; Ef. 6:17), quien es la realidad de las letras escritas. La ley es la persona de Cristo, y la persona de Cristo es el Espíritu (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17). El Espíritu es la realidad de todo lo que Dios es (Jn. 16:13; 1 Jn. 5:6). Por tanto, como el Espíritu, Cristo es la realidad de la ley.
Con respecto a los mandamientos (v. 6), estatutos (v. 5) y ordenanzas (v. 7), véase la nota Lc. 1:64.
En relación con la ley, hay dos clases de personas:
1) los que guardan la letra de la ley, ejemplificados por los judaizantes y Saulo de Tarso (Fil. 3:6b) y
2) los que buscan a Dios, ejemplificados por los salmistas, especialmente el escritor de este salmo, y por el apóstol Pablo (2 Co. 3:6).
Por ser una persona amante de Dios, el salmista buscaba a Dios con todo su corazón, amaba el nombre de Dios y lo recordaba (55, vs. 132), procuraba el favor de Dios suplicando por Su semblante (v. 58), rogaba a Dios que hiciera resplandecer Su rostro sobre él (v. 135), andaba en la presencia de Dios (v. 168), consideraba que la ley de Dios era la palabra viva y amorosa de Dios exhalada como aliento de Su boca (vs. 13, 72, 88; cfr. 2 Ti. 3:16), gustaba de la palabra de Dios y la hallaba más dulce que la miel a su boca (v. 103), estimaba la palabra de Dios como más preciosa que oro refinado (v. 127) y consideraba la palabra de Dios como lámpara a sus pies y luz para su senda (v. 105).
En este salmo se usa una gran diversidad de verbos para expresar la actitud de quienes buscan a Dios en relación con la ley de Dios como testimonio y palabra de Dios, a saber: ellos la han escogido (vs. 30, 173); creen en ella (v. 66); alzan sus manos a ella (v. 48a y la nota); la aman (vs. 47, 48, 97, etc.); se deleitan en ella (vs. 16, 24, 35, etc.); la saborean (v. 103); se regocijan en ella (vs. 14, 111, 162); cantan de ella (v. 54; cfr. Ef. 5:18-20); atienden a ella (vs. 6, 117); su corazón es perfecto en ella (v. 80); inclinan su corazón a ella (vs. 36, 112); la buscan (vs. 45, 94), la anhelan (vs. 20, 40, 131) y esperan en ella con oración (vs. 43, 74, 114, 147); confían en ella (v. 42); reflexionan sobre ella (vs. 15, 23, 48, 78, 99, 148, véase la nota Sal. 119:151); la consideran (v. 95); la estiman recta con respecto a todas las cosas (v. 128a); la aprenden (vs. 71, 73); la atesoran tanto como a todas las riquezas (v. 14), como gran botín (v. 162), mejor que el oro y la plata (vs. 72, 127) y como su herencia sempiterna (v. 111); la atesoran en su corazón (v. 11; cfr. Col. 3:16); hacen memoria de ella y no la olvidan (16, vs. 52, 93); sienten un temor reverente hacia ella (120, vs. 161); se apegan a ella (v. 31); no la abandonan, no se desvían de ella, no se apartan de ella ni se alejan de la misma (51, vs. 87, 102, 110, 157); vuelven sus pies hacia ella (v. 59); la guardan, la observan y la cumplen (vs. 33, 69); y andan en ella y corren en su camino (vs. 1, 32a).
Cristo es la realidad de la ley como el testimonio de Dios. El testimonio de Dios representa a Cristo, la corporificación de Dios (Col. 2:9), como el retrato vivo de lo que Dios es. Véase la nota Éx. 20:11.
La palabra ley es usada veinticinco veces en este salmo (vs. 1, 18, etc.). Además, se usan diversos sinónimos de la palabra ley, tales como testimonio (una vez, en el v. 88), testimonios (veintidós veces, en los vs. 2, 14, etc.), palabra (treinta y seis veces, en los vs. 9, 11, etc.), palabras (seis veces, en los vs. 57, 103, etc.; cfr. Éx. 34:28, lit.), mandamiento (una vez, en el v. 96), mandamientos (veintiún veces, en los vs. 6, 10, etc.), estatutos (veintidós veces, en los vs. 5, 8, etc.), ordenanzas (diecisiete veces, en los vs. 7, 13, etc.), juicios (tres veces, en los vs. 75, 120, 137) y preceptos (veintiún veces, en los vs. 4, 15, etc.). Todos estos términos, desde ley hasta preceptos, consuman en dos términos: camino (cuatro veces, en los vs. 14, 27, 32, 33) y caminos (tres veces, en los vs. 3, 15, 37), lo cual significa que Cristo es el camino de Dios para Su pueblo (Jn. 14:6). El salmo 119 es un salmo de 176 versículos que describen a Cristo, quien es la realidad de la ley, los mandamientos, las ordenanzas, los estatutos, los preceptos y los juicios.
El salmo 119 es uno de los salmos alfabéticos, o acrósticos. Las primeras letras de cada grupo de ocho versículos siguen el orden del alfabeto hebreo. Las veintidós secciones de este salmo corresponden a las veintidós letras del alfabeto hebreo; más aún, todos los versículos en cada sección particular comienzan con la misma letra hebrea.
O, El develar. Cuando la palabra de Dios nos es abierta, o develada, ella nos da luz, resplandeciendo internamente sobre nuestro corazón y nuestro espíritu para impartirnos sabiduría y revelación (Ef. 1:17-18a).
Lit., ellos.