Que aquí se mencione el amor indica que la intención de Dios al dar Su ley a Su pueblo escogido era hacer de ellos personas que le amen (Dt. 6:5; Mt. 22:35-38; Mr. 12:28-30). Al sacar a Su pueblo de Egipto y darles Su ley, Dios los cortejaba, buscaba atraerlos y procuraba ganar su afecto. Jer. 2:2; 31:32 y Ez. 16:8 indican que el pacto que entró en vigencia en el monte de Dios al ser dada la ley (Éx. 24:7-8; 34:27-28) era un pacto a manera de compromiso matrimonial, por el cual Dios desposaba a los hijos de Israel (cfr. 2 Co. 11:2). Los Diez Mandamientos, en especial los cinco primeros, establecían los términos de tal compromiso matrimonial entre Dios y Su pueblo. La función más elevada que cumple la ley es la de conducir al pueblo escogido de Dios a ser uno con Dios, tal como una esposa es unida con su esposo para que sean uno (cfr. Gn. 2:24; Ap. 22:17). A fin de que Dios y Su pueblo sean uno, tiene que haber mutuo amor entre ellos (Jn. 14:21, 23). El amor entre Dios y Su pueblo, tal como es develado en la Biblia, es primordialmente semejante al amor afectuoso entre un hombre y una mujer (Jer. 2:2; 31:3). A medida que el pueblo de Dios ama a Dios y pasa tiempo en comunión con Él en Su palabra, Dios le infunde Su elemento divino, y así hace que ellos sean uno con Él, Su cónyuge, iguales a Él en vida, naturaleza y expresión (Gn. 2:18-25 y las notas). Véase la nota Éx. 19:81, párr. 2 y 3.
La Biblia entera es un romance divino, donde se nos relata cómo Dios corteja a Su pueblo escogido y finalmente se casa con ellos (Gn. 2:21-24; Cnt. 1:2-4; Is. 54:5; 62:5; Jer. 2:2; 3:1, 14; 31:32; Ez. 16:8; 23:5; Os. 2:7, 19; Mt. 9:15; Jn. 3:29; 2 Co. 11:2; Ef. 5:25-32; Ap. 19:7; 21:2, 9-10; 22:17). Cuando nosotros, el pueblo de Dios, entramos en una relación de amor con Dios, recibimos Su vida, tal como Eva recibió la vida de Adán (Gn. 2:21-22). Es esta vida la que nos capacita para llegar a ser uno con Dios y la que hace que Dios sea uno con nosotros. Guardamos la ley no al ejercitar nuestra mente y voluntad (cfr. Ro. 7:18-25), sino al amar al Señor como nuestro Marido y así participar de Su vida y naturaleza para llegar a ser uno con Él como Su agrandamiento y expresión.