Cuando Juan vio las siete estrellas en la diestra de Cristo y los siete candeleros de oro en medio de los cuales estaba Cristo, fue un misterio para él. No podía entender el significado de las siete estrellas celestiales y de los siete candeleros de oro. Por consiguiente, el Señor le reveló el misterio, diciendo que “las siete estrellas son los mensajeros de las siete iglesias, y los siete candeleros son las siete iglesias”. Esto no sólo fue un misterio para Juan, sino que también lo es para los creyentes de hoy. Todos los creyentes necesitan la revelación de este misterio para ver las iglesias y sus mensajeros.
Las iglesias, representadas por los siete candeleros de oro, son el testimonio de Jesús (vs. 2, 9) en virtud de su naturaleza divina, que resplandecen en la noche oscura localmente y también de manera colectiva. Las iglesias deben tener la naturaleza divina: el oro. Ellas deben ser las bases, los candeleros, que sostienen la lámpara con el aceite (Cristo como Espíritu vivificante) y deben resplandecer individual y colectivamente en la oscuridad. Las iglesias son candeleros individuales localmente, pero a la vez constituyen un grupo, un conjunto, de candeleros universalmente. No sólo resplandecen localmente, sino que también universalmente mantienen el mismo testimonio ante las localidades y el universo. Poseen la misma naturaleza y la misma forma. Portan la misma lámpara con el mismo propósito y se identifican plenamente entre sí, sin tener ninguna distinción individual. Las diferencias entre las siete iglesias mencionadas en los caps. 2 y 3 tienen una naturaleza negativa, y no positiva. En el aspecto negativo, en sus fracasos, las iglesias son diferentes y están separadas una de otra, pero en el aspecto positivo, en su naturaleza, forma y propósito, son totalmente idénticas y están conectadas entre sí.
Es muy fácil que los creyentes vean la iglesia universal, pero es muy difícil que vean las iglesias. La revelación de las iglesias locales es la máxima revelación que el Señor da con respecto a la iglesia, y de ello se habla en el último libro de la Palabra divina. Para conocer cabalmente la iglesia, los creyentes deben seguir al Señor desde los Evangelios, a través de las Epístolas, hasta el libro de Apocalipsis, a fin de poder ver las iglesias locales tal como son reveladas aquí. En Apocalipsis la primera visión está relacionada con las iglesias. Las iglesias, con Cristo como su único centro, son el enfoque en la administración divina para que se cumpla el propósito eterno de Dios.
Los mensajeros son las personas espirituales de las iglesias, los que sobrellevan las responsabilidades por el testimonio de Jesús. Ellos deben poseer la naturaleza celestial y estar en una posición celestial, como estrellas. En Hechos y en las Epístolas los ancianos eran los que tomaban la delantera en la administración de las iglesias locales (Hch. 14:23; 20:17; Tit. 1:5). El ancianato es en cierto modo oficial, y en los tiempos en que se escribió este libro los cargos en las iglesias se habían deteriorado por causa de la degradación de la iglesia. En este libro el Señor nuevamente dirige nuestra atención a la realidad espiritual. Así que, este libro da más énfasis a los mensajeros de las iglesias que a los ancianos. El cargo de los ancianos se percibe fácilmente, pero es necesario que los creyentes vean la importancia de la realidad espiritual y celestial de los mensajeros a fin de que la vida de iglesia apropiada sea portadora del testimonio de Jesús en medio de la oscuridad de la degradación de la iglesia. En la primera visión de este libro, la visión acerca de las iglesias, tanto Cristo como los mensajeros de las iglesias son revelados junto con las iglesias como nunca antes, y esto de un modo muy específico. Por eso es necesario que los creyentes tengan una visión específica en su espíritu.