La revelación que este libro contiene está compuesta de señales (véase la nota Ap. 1:12d). Debido a la profundidad de los asuntos grandes e importantes de este libro, es difícil que el hombre los describa detalladamente con palabras simples. Así que, todos estos asuntos son simbolizados y descritos por señales, como por ejemplo los candeleros, que representan las iglesias, y las estrellas, que representan a los mensajeros de las iglesias (cap. 1); Jezabel, que representa la Iglesia Romana fornicaria y degradada (cap. 2b); el jaspe y las piedras preciosas, los cuales representan la vida y al Dios redentor (Ap. 4:3); el León y el Cordero, que representan al Cristo vencedor y redentor (cap. 5); los cuatro caballos, los cuales representan el evangelio, la guerra, el hambre y la propagación de la muerte (cap. 6a); la mujer universal, quien representa los redimidos de Dios de todas las generaciones, su hijo, quien representa los fuertes y vencedores de entre los redimidos de Dios, y el dragón, la serpiente, que representa a Satanás, quien es cruel y astuto, el diablo (cap. 12); la bestia que sube del mar, que representa al anticristo, y la bestia que sube de la tierra, que representa al falso profeta (cap. 13); la cosecha, que simboliza el crecimiento del pueblo bajo el cultivo de Dios, y las primicias, que representan a los que maduran primero entre los que crecen bajo el cultivo de Dios (cap. 14); Babilonia la Grande, que representa Roma en el aspecto religioso y en el aspecto material (caps. 17—18); y la novia, que representa a los santos que hayan madurado y estén preparados para ser el complemento de Cristo (cap. 19a). Aparte de estas señales, hay muchas otras. La última señal, que también es la mayor, es la Nueva Jerusalén, la cual representa la totalidad de los redimidos de Dios a lo largo de todas las generaciones, quienes han sido regenerados, transformados y glorificados. No se trata de una ciudad material sin vida, sino de una persona corporativa y viviente, quien es la novia cuyo Marido es Cristo, una persona maravillosa (v. 2).
La Nueva Jerusalén es una entidad viviente compuesta de todos los santos que Dios ha redimido a lo largo de todas las generaciones. Es la novia de Cristo como Su complemento (Jn. 3:29), y la ciudad santa de Dios como Su morada, Su tabernáculo (v. 3). Ésta es la Jerusalén celestial (He. 12:22), la cual Dios ha preparado para nosotros y la cual Abraham, Isaac y Jacob esperaban con anhelo (He. 11:10, 16). Ésta es también la Jerusalén de arriba, la cual es nuestra madre (Gá. 4:26). Como novia de Cristo, la Nueva Jerusalén proviene de Cristo, su Marido, y llega a ser Su complemento; del mismo modo en que Eva provino de Adán, su marido, y llegó a ser su complemento (Gn. 2:21-24). Como novia de Cristo, ella se prepara participando de las riquezas de la vida y naturaleza de Cristo. Como la ciudad santa de Dios, ella es completamente santificada para Dios y es completamente saturada de la naturaleza santa de Dios a fin de ser Su morada.
Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, Dios compara a Su pueblo escogido con una esposa (Is. 54:6; Jer. 3:1; Ez. 16:8; Os. 2:19; 2 Co. 11:2; Ef. 5:31-32) y con una morada para Sí mismo (Éx. 29:45-46; Nm. 5:3; Ez. 43:7, 9; Sal. 68:18; 1 Co. 3:16-17; 6:19; 2 Co. 6:16; 1 Ti. 3:15). La esposa es quien le satisface en amor, y la morada es donde halla Su descanso en expresión. Ambos aspectos tendrán su consumación en la Nueva Jerusalén. En ella, Dios tendrá satisfacción absoluta en amor y un total descanso en expresión por la eternidad.