No se refiere a ser salvos de la perdición eterna, sino a ser nuestras almas salvas de pasar por el castigo dispensacional del juicio gubernamental del Señor (v. 9 y la nota 2). La plena salvación del Dios Triuno consta de tres etapas y abarca muchos aspectos:
1) La etapa inicial, la etapa de la regeneración, compuesta de la redención, la santificación (en cuanto a nuestra posición, v. 2; 1 Co. 6:11), la justificación, la reconciliación y la regeneración. En esta etapa Dios nos justificó por medio de la obra redentora de Cristo (Ro. 3:24-26), y nos regeneró en nuestro espíritu con Su vida y por Su Espíritu (Jn. 3:3-6). Así recibimos la salvación eterna de Dios (He. 5:9) y Su vida eterna (Jn. 3:15), y llegamos a ser Sus hijos (Jn. 1:12-13), quienes no perecerán jamás (Jn. 10:28-29). La salvación inicial nos ha librado de ser condenados por Dios y de la perdición eterna (16, Jn. 3:18).
2) La etapa progresiva, la etapa de la transformación, compuesta de la liberación del pecado, la santificación (principalmente en nuestra manera de ser, Ro. 6:19, 22), el crecimiento en vida, la transformación, la edificación y la madurez. En esta etapa, Dios nos libera del dominio del pecado que mora en nosotros —la ley del pecado y de la muerte— por la ley del Espíritu de vida, mediante la obra subjetiva en nosotros del elemento eficaz de la muerte de Cristo (Ro. 6:6-7; 7:16-20; 8:2); nos santifica por Su Espíritu Santo (Ro. 15:16), con Su naturaleza santa, por medio de Su disciplina (He. 12:10) y de Su juicio sobre Su propia casa (1 P. 4:17); nos hace crecer en Su vida (1 Co. 3:6-7); nos transforma al renovar las partes internas de nuestra alma, mediante el Espíritu vivificante (2 Co. 3:6, 17-18; Ro. 12:2, Ef. 4:23), por medio de todas las cosas que nos rodean (Ro. 8:28); nos edifica para que seamos una casa espiritual, Su morada (1 P. 2:5; Ef. 2:22); y nos hace madurar en Su vida (Ap. 14:15 y las notas) con miras a completar Su plena salvación. De este modo somos librados del poder del pecado, y del mundo, de la carne, del yo, del alma (la vida natural) y del individualismo, y somos llevados a la madurez en la vida divina para que el propósito eterno de Dios se cumpla.
3) La etapa de la consumación, la etapa de la glorificación, compuesta de la redención (la transfiguración) de nuestro cuerpo, la conformación al Señor, la glorificación, la herencia del reino de Dios, la participación en el reinado de Cristo y el máximo disfrute del Señor. En esa etapa Dios redimirá nuestro cuerpo caído y corrupto (Ro. 8:23) transfigurándolo al cuerpo de la gloria de Cristo (Fil. 3:21); nos conformará a la gloriosa imagen de Su Hijo primogénito (Ro. 8:29), haciéndonos absolutamente iguales a Él en nuestro espíritu regenerado, en nuestra alma transformada y en nuestro cuerpo transfigurado; y nos glorificará (Ro. 8:30), sumergiéndonos en Su gloria (He. 2:10) para que entremos en Su reino celestial (2 Ti. 4:18; 2 P. 1:11), al cual Él nos ha llamado (1 Ts. 2:12), lo heredemos como la porción más excelente de Su bendición (Jac. 2:5; Gá. 5:21), e incluso reinemos con Cristo como correyes Suyos, tomando parte en Su reinado sobre las naciones (2 Ti. 2:12; Ap. 20:4, 6; 2:26-27; 12:5) y participando de Su gozo real en Su gobierno divino (Mt. 25:21, 23). De este modo nuestro cuerpo será liberado de la esclavitud de la corrupción de la antigua creación y llevado a la libertad de la gloria de la nueva creación (Ro. 8:21), y nuestra alma será liberada de la esfera de las pruebas y los sufrimientos (v. 6; 4:12; 3:14; 5:9) y llevada a una nueva esfera, llena de gloria (1 P. 4:13; 5:10), donde participará y disfrutará de todo lo que el Dios Triuno es, tiene y ha realizado, alcanzado y obtenido. Ésta es la salvación de nuestras almas, la salvación que está preparada para sernos revelada en el tiempo postrero, la gracia que se nos traerá cuando Cristo sea revelado en Su gloria (v. 13; Mt. 16:27; 25:31). Éste es el fin de nuestra fe. El poder de Dios puede guardarnos para esto, a fin de que podamos obtenerlo (v. 9). Debemos esperar con anhelo una salvación tan maravillosa (Ro. 8:23) y prepararnos para su espléndida revelación (Ro. 8:19).