El fuego aquí y en el v. 10 significa que Dios es absolutamente justo y completamente santo (He. 12:29). Sin santidad nadie puede ver al Señor ni contactarlo (He. 12:14 y la nota).
En el universo se ha establecido un tribunal especial, cuyo centro es el trono de Dios, con la finalidad de juzgar a los cuatro imperios humanos representados por estas cuatro bestias salvajes (v. 26). Todo lo que sea juzgado por este tribunal será echado al fuego ardiente.
Véase la nota Dn. 7:82.
Aunque a Babilonia, Persia y Grecia les fue quitado el dominio y la autoridad que tenían, su vida, esto es, su cultura, fue prolongada y continúa existiendo. Cuando un imperio era derrotado, su cultura era asimilada por el imperio que le sucedía. En la actualidad, la cultura mundial es romana; no obstante, por ser la acumulación de otras culturas, esta cultura contiene las culturas de los babilonios, persas y griegos.
Véase la nota Ap. 1:142b.
Que el cuerno pequeño tuviese ojos como de hombre y una boca que hablaba grandes cosas (vs. 20, 25a) significa que el anticristo poseerá perspicacia muy aguda para percibir las cosas y con su boca blasfemará en contra de Dios (Ap. 13:5-6). Debido a esto, él será muerto, y su cuerpo será destruido y dado al fuego ardiente (v. 11; Ap. 19:20).
Que un pequeño cuerno subiera entre los diez cuernos y que tres de los diez cuernos hubieran sido arrancados delante de éste (vs. 20, 24) significa que el anticristo surgirá entre los diez reyes y que ante él serán destruidos tres de esos reyes. De este modo, el anticristo se convertirá en el cuerno más fuerte.
La cuarta bestia corresponde a las piernas de hierro así como a los pies y sus dedos —en parte de hierro y en parte de barro cocido— de la gran imagen humana descrita en Dn. 2:33 y Dn. 2:40-43, que representa al Imperio romano y, específicamente, al anticristo, el último césar del Imperio romano (Ap. 17:7-11). Ésta es la bestia revelada en Ap. 13:1-2. La cuarta bestia era espantosa, terrible y en gran manera fuerte, como lo representa el hierro. Que ella tuviese grandes dientes de hierro y garras de bronce y que ella devorase, desmenuzase y hollase lo restante (vs. 19, 23) significa que tenía gran poder para devorar a las naciones y desmenuzarlas. Que la bestia tuviese diez cuernos significa que tenía diez reyes (v. 24; Ap. 17:12-13), los cuales están representados por los diez dedos del pie de la gran imagen humana descrita en el cap. 2.
La tercera bestia corresponde al vientre y los muslos de bronce de la gran imagen humana descritos en Dn. 2:32, 39b, que representa a Grecia con su rey, Alejandro Magno. Que ella fuese semejante a un leopardo significa que era feroz, cruel y veloz (Hab. 1:8a). Que tuviese cuatro alas de ave en su espalda significa que era veloz por medio de sus cuatro generales. La bestia tenía cuatro cabezas, lo cual significa que las cuatro alas que le daban rapidez se convirtieron en cuatro cabezas, cuatro generales, los cuales, a su vez, se convirtieron en cabezas de cuatro reinos. Después de la muerte de Alejandro Magno, sus cuatro generales dividieron su imperio en cuatro reinos (véase la nota Dn. 8:82a). Que a la bestia le haya sido dado dominio significa que le fue dada autoridad para regir a las naciones.
La segunda bestia corresponde al pecho y los brazos de plata de la gran imagen humana descrita en Dn. 2:32, 39a, que representa a Medo-Persia. Que fuese semejante a un oso significa que no era tan fuerte ni veloz como el león, pero que todavía era muy feroz y cruel. Que se levantase sobre un costado significa que Media y Persia se convirtieron en un solo dominio. Que tuviese tres costillas en su boca, entre sus dientes, significa que tres reinos —Babilonia, Asia Menor y Egipto— fueron devorados por ella. Que se le ordenase levantarse y devorar mucha carne significa que habría de devorar a más naciones.
La primera bestia corresponde a la cabeza de oro de la gran imagen humana descrita en Dn. 2:32a y Dn. 2:36-38, y representa a Babilonia con su rey: Nabucodonosor. Que ella fuese como un león, el rey de las bestias, significa que era el más fiero y cruel, y que tuviera alas de águila, el rey de las aves, significa que estaba en el aire —región que pertenece a Satanás, el príncipe del aire (Ef. 2:2)— y que su mover era veloz. Que se le arrancaran las alas significa que su poder para moverse le fue quitado y se volvió como una bestia en el campo, según se menciona en Dn. 4:23-25, 33. Esta bestia se volvió similar a un hombre de pie sobre la tierra y poseedor de un corazón de hombre, según se indica en Dn. 4:25, 32, 34a.
En el sueño de Nabucodonosor (Dn. 2:31-45) el gobierno humano sobre la tierra estaba representado por una gran imagen humana, llena de gloria y esplendor. En la visión de Daniel, el profeta de Dios, descrita en este capítulo, los cabezas de los gobiernos humanos sobre la tierra así como los gobiernos mismos están representados por bestias salvajes.
Es decir, el mar Mediterráneo. El mar representa a las naciones gentiles (vs. 3, 17; Ap. 17:15). La economía de Dios concerniente a Su creación hizo del área del Mediterráneo el centro de la cultura hasta los tiempos de Colón. La cultura humana se ha convertido en un gran mar lleno de vientos y tormentas.
Los cuatro vientos del cielo representan el mover que viene del cielo procedente de cuatro direcciones, que el gran Mar fuese agitado representa la agitación en términos de la situación política alrededor del mar Mediterráneo, y las cuatro bestias que emergieron del mar representan a cuatro grandes reyes fieros, crueles e inhumanos junto con sus imperios (v. 17). Que los cuatro vientos fueran “del cielo” no quiere decir que el cielo fuese la fuente de las cuatro bestias, sino que el cielo dispuso la situación para que ellas fueran producidas.
La sección de este libro del 1:3—6:28 habla de la victoria que, en medio de su cautiverio, los elegidos de Dios —que habían caído en degradación— lograron sobre las estratagemas adicionales de Satanás. La sección del 7:1—12:13 relata las visiones de un vencedor: Daniel. La fidelidad y victoria de Daniel hicieron que él tuviera la posición y ángulo correctos para recibir las visiones procedentes de Dios.
Esto ocurrió alrededor del año 555 a. C., diecinueve años antes que los hijos de Israel retornasen del cautiverio alrededor del año 536 a. C.
Con respecto a Sus juicios, Dios otorgó todo el poder y la autoridad a Jesucristo, quien es el Hijo del Hombre (Jn. 5:22, 27). Por tanto, los vs. 13-14 describen la venida de Cristo, el Hijo del Hombre. La venida mencionada aquí es la ascensión de Cristo después de haber realizado la obra de redención (Hch. 1:9; cfr. Ap. 5:6 y la nota 1).
En Su ascensión Cristo, como Hijo del Hombre, está delante del trono de Dios a fin de recibir dominio y un reino. Después que reciba el reino de parte de Dios, Él regresará para regir el mundo entero (Lc. 19:12, 15). La venida de Cristo pondrá fin a la totalidad del gobierno humano sobre la tierra de principio a fin y traerá el reino eterno de Dios (Dn. 2:34-35, 44).
Tal como se halla implícito en la visión de Daniel, Cristo efectuó la redención e inmediatamente después vino a Dios en ascensión a fin de recibir el reino (cfr. Ap. 5:6-7). Esto concuerda con la perspectiva de Dios, según la cual no hay elemento de tiempo. Al igual que Abraham, David y los otros profetas, Daniel no vio el misterio de la iglesia, misterio que estuvo escondido a lo largo de las eras y las generaciones pero que fue revelado a los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento (Ef. 3:3-11). Así pues, Daniel no sabía que entre la primera y la segunda aparición de Cristo habría un período de tiempo en el cual Dios realizaría una obra maravillosa y misteriosa con base en la redención efectuada por Cristo. Esta obra consiste en regenerar a Su pueblo redimido para después santificarlo, renovarlo, transformarlo y conformarlo a la imagen gloriosa de Cristo (1 P. 1:3; 1 Ts. 5:23; 2 Co. 4:16; 3:18; Ro. 8:29). Cfr. la nota Is. 61:11a, párr. 3.
Es decir, las personas santas. Así también en el resto de este capítulo.
Tiempos se refiere a las fiestas señaladas para el pueblo judío (Lv. 23), y ley, a la ley de Dios dada por intermedio de Moisés.
Un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo (Dn. 12:7; Ap. 12:14) denota un año (un tiempo) más dos años (tiempos) más medio año (la mitad de un tiempo), o tres años y medio, esto es, cuarenta y dos meses (Ap. 11:2; 13:5), mil doscientos sesenta días (Ap. 11:3; 12:6), en referencia a la última mitad de la última semana profetizada en Dn. 9:27, el tiempo de la gran tribulación (Mt. 24:21).