Véase la nota Lc. 1:31.
Véase la nota Lc. 1:31.
Véase la nota Lc. 1:32c.
Véase la nota Lc. 1:14.
El Cristo resucitado ya había llegado a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), pero en resurrección continuaba obrando por medio del Espíritu Santo (Jn. 20:22).
Se presentó vivo para adiestrar a los discípulos a que vivieran en la presencia invisible del Señor y la disfrutaran. Véase la nota Jn. 20:263.
El Cristo resucitado moraba en los discípulos pues, como Espíritu, ya se había soplado en ellos el día de Su resurrección (Jn. 20:22). El hecho de que Él se les apareciera no significaba que los había dejado, sino, sencillamente, que hizo visible Su presencia, adiestrándoles a que se den cuenta de Su presencia invisible y disfruten de ella todo el tiempo.
Cuarenta días es un período de aflicción y prueba (véase la nota Mt. 4:21b).
Esto demuestra que el reino de Dios sería el tema principal de la predicación de los apóstoles al llevar a cabo la comisión que recibirían después de Pentecostés (Hch. 8:12; 14:22; 19:8; 20:25; 28:23, 31). Este reino no es un reino material, visible al hombre, sino un reino constituido de la vida divina. Es la propagación de Cristo como vida a Sus creyentes para formar un dominio en el cual Dios gobierna con Su vida. Véase la nota Mr. 1:151b, la nota Mr. 4:261a y la nota Lc. 4:432.
O, comiendo con ellos.
Véase la nota Lc. 24:491a; cfr. nota Jn. 14:171a.
Véase la nota Mt. 3:61a y la nota Mr. 1:81a.
Esto se efectuó en dos partes:
1) el día de Pentecostés todos los creyentes judíos fueron bautizados en el Espíritu Santo (Hch. 2:4)
2) en la casa de Cornelio todos los creyentes gentiles fueron bautizados (Hch. 10:44-47; 11:15-17).
En estas dos partes todos los verdaderos creyentes de Cristo fueron bautizados en el Espíritu Santo y puestos así en el Cuerpo de Cristo una vez y para siempre universalmente (1 Co. 12:13 y la nota 1).
El reino de Israel, el cual los apóstoles y otros judíos devotos buscaban era un reino material, a diferencia del reino de vida, que es el reino de Dios mencionado en el v. 3 el cual Cristo edifica mediante la predicación de Su evangelio. Véase la nota Hch. 1:34.
Diferente de en vosotros (Jn. 14:17). El día que el Señor resucitó, el Espíritu Santo fue soplado en los discípulos (Jn. 20:22) a fin de ser para ellos el Espíritu de vida en Su aspecto esencial (Ro. 8:2). El día de Pentecostés, este mismo Espíritu Santo vendría sobre los discípulos a fin de ser para ellos el Espíritu de poder en Su aspecto económico. Véase la nota Lc. 24:493.
Lit., mártires; los que dan un testimonio vivo del Cristo resucitado y ascendido en la vida y son distintos de los predicadores que simplemente anuncian doctrinas según la letra. Según consta en los Evangelios, Cristo en Su encarnación llevó a cabo Su ministerio por Sí mismo en la tierra a fin de sembrarse como la semilla del reino de Dios únicamente en la tierra judía. En Su ascensión, según se narra en el libro de Hechos, Él llevaría a cabo Su ministerio en los cielos por medio de estos mártires, en Su vida de resurrección y con el poder y autoridad de Su ascensión. Este ministerio consistiría en propagarse como desarrollo del reino de Dios, comenzando desde Jerusalén y extendiéndose hasta lo último de la tierra, dando así consumación a Su ministerio neotestamentario. Todos los apóstoles y discípulos que aparecen en el libro de Hechos fueron Sus mártires, Sus testigos (referencia). Véase la nota Hch. 23:114 y la nota Hch. 26:161b.
Denota mayor dignidad y solemnidad que simplemente “galileos”.
El Evangelio de Lucas concluye con la ascensión del Señor al cielo (Lc. 24:51), y el libro de Hechos comienza con lo mismo. El Evangelio de Lucas es una narración del ministerio terrenal del Jesús encarnado; el libro de Hechos narra la continuación del ministerio del Cristo resucitado y ascendido, efectuado desde el cielo mediante Sus creyentes en la tierra. En los Evangelios, el ministerio terrenal del Señor, que Él mismo efectuó, consistió solamente en que Él se sembró como la semilla del reino de Dios en Sus creyentes, sin que la iglesia fuera aún edificada. En el libro de Hechos, el ministerio celestial del Señor, llevado a cabo por medio de los creyentes en la esfera de la resurrección y ascensión del Señor, consiste en propagarle como el desarrollo del reino de Dios a fin de que la iglesia sea edificada (Mt. 16:18) por todo el mundo para constituir Su Cuerpo, el cual es tanto Su plenitud (Ef. 1:23), para Su expresión, como la plenitud de Dios (Ef. 3:19) para la expresión de Dios.
La ascensión del Señor nos indica Su segunda venida. Entre estos dos eventos se encuentra la dispensación de la gracia, en la cual Él, quien es el Cristo pneumático, el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), aplica Su redención todo-inclusiva a los escogidos de Dios a fin de que reciban la plena salvación, y así Él pueda producir y edificar la iglesia como Su Cuerpo, con miras al establecimiento del reino de Dios en la tierra.
Esta visión de la ascensión de Cristo al cielo fortaleció la fe que los discípulos tenían en Él y en lo que Él había hecho por ellos mediante Su muerte y resurrección. También amplió la perspectiva que ellos tenían de la economía celestial de Dios, la cual los había llevado a cooperar con el ministerio celestial de Cristo para que la economía neotestamentaria de Dios fuera llevada a cabo en la tierra. Los creyentes debían tener tal visión acerca de la ascensión de Cristo.
Los discípulos regresaron a Jerusalén obedeciendo lo que el Señor les había dicho en Hch. 1:4 y en Lc. 24:49, para recibir el Espíritu de poder en Su aspecto económico, tal como lo había prometido el Padre. Todos ellos eran galileos (v. 11) y al quedarse en Jerusalén, especialmente bajo las amenazas de los líderes judíos, estaban arriesgando la vida.
Según la tradición judía, el camino de un día de Sábado equivalía aproximadamente a un kilómetro.
Los zelotes, una secta galilea, eran excesivamente celosos al contender por su religión, especialmente por la ley mosaica. Véase la nota Mt. 10:41.
O, hijo.
Antes de la muerte del Señor, los discípulos no tenían interés en orar por asuntos espirituales (Lc. 22:40, 45-46); al contrario, contendían entre sí tocante a quién era el mayor (Lc. 22:24). Sin embargo, después de la resurrección y ascensión del Señor, la condición espiritual de ellos cambió radicalmente. Ya no contendían entre sí, sino que tenían la carga de perseverar unánimes en oración, aun antes del día de Pentecostés, cuando recibirían el Espíritu de poder en Su aspecto económico (Hch. 2). Ésta es una clara señal que prueba que el día de la resurrección del Señor ellos habían recibido en su interior el Espíritu de vida en Su aspecto esencial (Jn. 20:22). Esto también demuestra que habían sido fortalecidos en la economía neotestamentaria de Dios por haber visto la ascensión del Señor.
O, con un mismo sentir.
Es posible que los discípulos en su oración hayan pedido ser revestidos del Espíritu de poder, conforme a la promesa del Padre, para lo cual el Señor les había mandado que permanecieran en Jerusalén (Lc. 24:49; Hch. 1:4), y quizá también hayan orado por la comisión que el Señor les había dado en Lc. 24:47-48 y Hch. 1:8 acerca de llevar Su testimonio hasta lo último de la tierra.
Tal como había prometido hacerlo, Dios quería derramar Su Espíritu para que Su economía neotestamentaria fuera llevada a cabo; sin embargo, Él aún necesitaba que Sus escogidos oraran por esto. El Dios que está en los cielos necesita hombres en la tierra que cooperen con Él en la realización de Su plan. La oración por diez días realizada por los ciento veinte discípulos satisfizo esta necesidad de Dios.
Ésta es la última vez que María es mencionada en el Nuevo Testamento.
Antes de la muerte del Señor, Pedro a menudo hablaba desatinadamente (Mt. 16:22-23; 17:24-26; 26:33-35). Pero ahora, después de la resurrección del Señor, expuso las profecías del Antiguo Testamento adecuadamente y con el significado correcto (vs. 16-20). Esto también demuestra que los discípulos, antes de recibir el Espíritu de poder en Su aspecto económico el día de Pentecostés, habían recibido el Espíritu de vida en Su aspecto esencial el día de la resurrección del Señor.
Con más dignidad y solemnidad que simplemente “hermanos”.
Mencionado también en el v. 25 se refiere al ministerio que lleva el testimonio de Jesús (v. 8). Aunque los apóstoles eran doce, su ministerio era uno solo: este ministerio, un ministerio corporativo conforme al principio del Cuerpo de Cristo. Todos los apóstoles tuvieron parte en un solo ministerio, el cual lleva el testimonio del Jesucristo encarnado, resucitado y ascendido, el Señor de todos, y no el testimonio de alguna religión, doctrina o práctica.
Hch. 6:4; 20:24; 21:19; 2 Co. 3:8-9; 4:1
O, recompensa.
Palabra aramea.
Denota una muerte sangrienta (Mt. 27:5-8).
O, delante.
La resurrección del Señor era el énfasis del testimonio de los apóstoles; evoca Su encarnación, Su humanidad, Su vivir humano en la tierra, la muerte que Dios le asignó (Hch. 2:23), y conduce a Su ascensión, Su ministerio y Su administración en el cielo, y también a Su regreso. Por lo tanto, el testimonio que daban los apóstoles acerca de Jesucristo, Señor de todos, era todo-inclusivo, como se describe en todo el libro de Hechos. Ellos predicaban y ministraban al Cristo todo-inclusivo revelado en toda la Escritura.
Después de la ascensión del Señor y antes del día de Pentecostés, los apóstoles estaban en un período de transición, como lo muestra la manera en que buscaron la dirección del Señor. Ellos recibieron el Espíritu morador el día de la resurrección del Señor (Jn. 20:22), y antes de Su ascensión el Señor los adiestró durante cuarenta días para que vivieran en Su presencia invisible y se acostumbraran a ella (v. 3). Sin embargo, todavía les era difícil abandonar la antigua forma tradicional de buscar la dirección de Dios echando suertes (Lv. 16:8; Jos. 14:2; 1 S. 14:41; Neh. 10:34; 11:1; Pr. 16:33). Todavía no estaban acostumbrados a ser dirigidos y guiados por el Espíritu que moraba en ellos (Ro. 8:14), como lo hizo más adelante el apóstol Pablo en Hch. 16:6-8. Ellos todavía estaban en la etapa inicial de la economía neotestamentaria de Dios antes del día de Pentecostés.