Aquí los hijos de Dios son los ángeles caídos (cfr. Job 1:6; 2:1; 38:7) que se unieron a Satanás en su rebelión contra Dios (Ap. 12:4) y se convirtieron en principados y autoridades en el reino tenebroso de Satanás (Mt. 12:26; Ef. 6:12).
En los tiempos de la tercera caída del hombre, algunos de los ángeles caídos pertenecientes al principado satánico descendieron a la tierra y tomaron cuerpos humanos para consumar matrimonios ilegítimos con las hijas de los hombres, contaminando así el linaje humano al mezclarlo con los espíritus caídos. Según Jud. 1:6-7 (véase la nota Jud. 1:61 y la nota Jud. 1:71), el ejemplo dejado por los ángeles caídos al cometer fornicación con carne diferente fue seguido por Sodoma y Gomorra (Gn. 19:4-9; Ro. 1:27).
Ésta es la segunda vez que se menciona al Espíritu en este libro (cfr. Gn. 1:2). Anteriormente, el Espíritu de Dios bondadosamente laboraba y contendía con el hombre para contrarrestar la rebelión del hombre y su caída. Pero aquí vemos que llegó el momento en que el Espíritu de Dios ya no contendería más con el hombre, lo cual significa que Dios abandonó al hombre.
En la primera caída, el hombre no ejercitó su espíritu (véase la nota Gn. 3:61); en la segunda caída, ejercitó desmedidamente su alma, inventando una nueva religión (véase la nota Gn. 4:31). En la tercera caída, el hombre abusó de su cuerpo caído y se convirtió en carne, lleno de concupiscencias, fornicación y violencia (vs. 2, 5, 11). La carne caída es el enemigo más poderoso y maligno de Dios (Ro. 7:5-25; 8:1-13), y es completa y absolutamente aborrecida por Dios. Para el tiempo de la tercera caída, todo el linaje humano se volvió carne. Por tanto, Dios intervino y le anunció a Su siervo Noé que destruiría toda esa generación (vs. 7, 13). Ésta es una figura que anuncia la era inmediatamente anterior al retorno del Señor (Mt. 24:37-39).
O, gigantes. Esta palabra significa los caídos. El matrimonio ilegítimo entre los ángeles caídos y el linaje humano produjo los nefilim, los gigantes, “los hombres de grandes proezas desde la antigüedad, varones de renombre” (cfr. Nm. 13:32-33). Dios envió el diluvio para exterminar la generación de Noé, pues ésta se había vuelto impura. Con miras al cumplimiento de Su propósito, Dios no podía permitir que tal linaje humano siguiera existiendo.
O, propósito, deseo.
Satanás había corrompido al hombre al máximo, y Dios había determinado destruir al hombre creado por Él para Su propósito. Al parecer, Dios había sido derrotado. Pero Noé denota el factor soberano que proveyó a Dios la manera de continuar llevando a cabo Su propósito original con el hombre. Mediante la vida y obra de Noé, Dios obtuvo la victoria sobre Su enemigo y cambió la era. Cfr. la nota Dn. 1:81 y la nota Ef. 2:41.
O, gracia. Noé pudo andar con Dios (v. 9) en medio de aquella generación torcida, perversa y adúltera debido a que había hallado gracia (cfr. He. 4:16). La gracia es Dios que viene a nosotros para ser nuestro suministro de vida, nuestra fuerza y nuestro todo (véase la nota 1 Co. 15:101a). Tal gracia capacitó a Noé para vencer su carne y llevar una vida justa (Ez. 14:14; cfr. Ro. 5:17-21 y las notas).
Al igual que su bisabuelo Enoc (Gn. 5:22-24), Noé anduvo con Dios por fe (He. 11:7); esta fe era el elemento divino de Dios transfundido e infundido a su ser, elemento que llegó a ser su capacidad para creer (Ro. 3:22 y la nota). Como resultado de ello, Noé se convirtió en heredero de la justicia de Dios (cfr. Ro. 4:3, 9) y en un heraldo de justicia (2 P. 2:5) a manera de protesta contra aquella maligna generación. La justicia de Noé fortaleció la postura tomada por Dios respecto a ejecutar Su juicio sobre tal generación impía.
El arca es un tipo de Cristo (1 P. 3:20-21), no solamente de Cristo como individuo sino también del Cristo corporativo, la iglesia, la cual es el Cuerpo de Cristo y el nuevo hombre (1 Co. 12:12; Ef. 2:15-16; Col. 3:10-11). La edificación del arca tipifica la edificación del Cristo corporativo ejecutada por quienes laboran juntamente con Dios valiéndose del elemento de las riquezas de Cristo como material de construcción (1 Co. 3:9-12a; 2 Co. 6:1; Ef. 3:8-10; 4:12). Al edificar el arca y entrar en ella, Noé no solamente fue salvo del juicio que Dios ejecutó sobre aquella maligna generación mediante el diluvio, sino que además fue separado de dicha generación y conducido a una nueva era (1 P. 3:20 y la nota 3). Asimismo, al edificar la iglesia y tomar parte en la vida de iglesia, seremos salvos del juicio que Dios ejecutará sobre la presente generación maligna mediante la gran tribulación (Mt. 24:37-39; Lc. 17:26-27; 1 Ts. 5:3) y, además, seremos separados de dicha generación (Lc. 21:36; Ap. 3:10) y conducidos a una nueva era, la era del milenio.
Una variedad de ciprés, de madera muy resinosa, resistente al agua. Es figura del Cristo crucificado, quien resiste las aguas de la muerte (Hch. 2:24).
La raíz de las palabras brea en este versículo y expiación en otros pasajes del Antiguo Testamento significa primordialmente cubrir. La brea aquí tipifica la sangre redentora de Cristo, la cual cubre el edificio de Dios por dentro y por fuera (Lv. 4:5-7; 6:30; 16:14-19; He. 9:21). La brea con la cual estaba cubierta el arca por dentro tenía como finalidad dar paz a Noé y a su familia (cfr. He. 9:14), mientras que la brea que recubría el arca por fuera tenía como finalidad satisfacer a Dios (cfr. Éx. 12:13). Noé y su familia fueron salvos del juicio del diluvio por la brea que cubría el arca, lo cual significa que los creyentes en Cristo son salvos del juicio de Dios por la sangre redentora de Cristo (Ro. 5:9).
Para que la brea que cubría el arca fuese eficaz, Noé y su familia tenían que estar dentro del arca, o sea, en unión con el arca. Asimismo, a fin de aplicar la redención efectuada mediante la sangre de Cristo, tenemos que estar en Cristo, o sea, en unión con Él al creer en Él (Jn. 3:16; 1 Co. 1:30; Ef. 1:7). Véase la nota Gn. 3:212a, la nota Éx. 12:222 y la nota 1 Jn. 2:22.
Noé edificó el arca no conforme a su propia imaginación, sino en absoluta conformidad con la revelación que Dios le había dado. Cfr. Éx. 25:9; 1 Cr. 28:11-19; 1 Co. 3:10-12; Ef. 2:20a y la nota 2.
Los números tres y cinco, que aquí forman parte de las dimensiones del arca, son números básicos del edificio de Dios (cfr. Éx. 27). El número tres representa al Dios Triuno que se imparte en el hombre (Mt. 28:19; 2 Co. 13:14; Ef. 3:16-19). El número cinco está compuesto del número cuatro, que representa al hombre como una de las criaturas de Dios (Ap. 4:6-7 y la nota Ap. 4:62c), más el número uno, que representa al único Dios (Dt. 6:4; Is. 45:5; 1 Co. 8:4). El significado de los números tres y cinco es la mezcla del Dios Triuno con el hombre. Esto es el edificio de Dios.
Las dimensiones del arca se componen de los números tres y cinco multiplicados ya sea por diez o por cien. El número diez significa compleción (Dn. 1:12, 20), y el cien plenitud (Mt. 13:23). Esto significa que el edificio de Dios es la mezcla del Dios Triuno con el hombre en compleción y plenitud.
Un codo equivale aproximadamente a 45 centímetros.
Esta palabra tiene la misma raíz que la palabra hebrea que se traduce mediodía. En el arca había una sola ventana, la cual estaba orientada hacia los cielos; esto significa que en la iglesia, el edificio de Dios, hay una sola revelación y una sola visión (Hch. 2:42a; 1 Co. 4:17; 1 Ti. 1:3-4), la cual es impartida mediante un único ministerio: el ministerio del Nuevo Testamento (2 Co. 3:6-9; 4:1). La luz viene de lo alto (Hch. 26:13-19).
Hay solamente una puerta, una sola entrada al arca. Esta única puerta tipifica a Cristo (Jn. 10:9).
Los tres pisos del arca representan al Dios Triuno desde la perspectiva de nuestra experiencia de Él: el Espíritu, representado por el primer piso, es quien primero llega a nosotros y nos lleva al Hijo (1 P. 1:2; Jn. 16:8, 13-15), y el Hijo nos lleva aún más arriba en nuestra experiencia, conduciéndonos al Padre (Jn. 14:6; Ef. 2:18 véase la nota 1 Jn. 4:82c).
Véase la nota Gn. 9:91a.