Heb. neshamah, traducido espíritu en Pr. 20:27, lo cual indica que el aliento de vida infundido en el cuerpo del hombre se convirtió en el espíritu del hombre, el espíritu humano (cfr. Job 32:8). El espíritu humano es el órgano interno mediante el cual el hombre puede tener contacto con Dios, recibirlo, contenerlo y asimilarlo en todo su ser como su vida y su todo. Dicho espíritu fue específicamente formado por Dios, y la Palabra santa le atribuye la misma importancia que los cielos y la tierra (Zac. 12:1). El espíritu del hombre tiene como fin que el hombre adore a Dios (Jn. 4:24), sea regenerado por Dios (Jn. 3:6b) y se una a Dios (1 Co. 6:17; 2 Ti. 4:22), de modo que el hombre pueda andar y vivir en una unión orgánica con Dios (Ro. 8:4b) a fin de cumplir el propósito de Dios.
El aliento de vida que fue soplado en la nariz del hombre no era la vida eterna de Dios ni el Espíritu de Dios. Véase la nota Lc. 3:382. El hombre no recibió el Espíritu de Dios hasta que el Señor con Su soplo infundió el Espíritu Santo en Sus discípulos el día de Su resurrección (Jn. 20:22). No obstante, debido a que el espíritu humano procede del aliento de vida de Dios mismo, es muy parecido al Espíritu de Dios. Esto hace posible que ocurra una transmisión entre Dios el Espíritu y el espíritu del hombre, por lo cual el espíritu humano puede contactar a Dios y ser uno con Él (Ro. 8:16 y la nota 2; 1 Co. 6:17 y la nota 2).
El espíritu del hombre posee tres funciones: la conciencia, que le permite al hombre conocer lo que Dios justifica y lo que Él condena (Ro. 9:1 y la nota 2); la comunión, que le permite al hombre contactar a Dios, adorarle y tener comunión con Él (Jn. 4:24; Ef. 6:18a; Ro. 1:9); y la intuición, que le permite al hombre percibir directamente el sentir de Dios y recibir conocimiento directo de Dios (Mr. 2:8; 1 Co. 2:11).