Invocar el nombre del Señor no es una nueva práctica que comenzó en el Nuevo Testamento, sino que fue iniciada con Enós, la tercera generación de la humanidad, en Gn. 4:26. Continuó con Job (Job 12:4; 27:10), Abraham (Gn. 12:8; 13:4; 21:33), Isaac (Gn. 26:25), Moisés y los hijos de Israel (Dt. 4:7), Sansón (Jue. 15:18; 16:28), Samuel (1 S. 12:18; Sal. 99:6), David (2 S. 22:4, 7; 1 Cr. 16:8; 21:26; Sal. 14:4; 17:6; 18:3, 6; 31:17; 55:16; 86:5, 7; 105:1; 116:4, 13, 17; 118:5; 145:18), el salmista Asaf (Sal. 80:18), el salmista Hemán (Sal. 88:9), Elías (1 R. 18:24), Isaías (Is. 12:4), Jeremías (Lm. 3:55, 57) y otros (Sal. 99:6). Todos ellos tenían la práctica de invocar al Señor en la era del Antiguo Testamento. Isaías exhortó a los que buscaban a Dios, a que le invocaran (Is. 55:6). Aun los gentiles sabían que los profetas de Israel tenían el hábito de invocar el nombre de Dios (Jon. 1:6; 2 R. 5:11). Los gentiles a quienes Dios levantó desde el norte también invocaban Su nombre (Is. 41:25). Dios ordena (Sal. 50:15; Jer. 29:12) y desea (Sal. 91:15; Sof. 3:9; Zac. 13:9) que Su pueblo le invoque. Invocar es la forma de beber gozosamente de la fuente de la salvación de Dios (Is. 12:3-4), y la forma de deleitarse con gozo en Dios (Job 27:10), es decir, de disfrutarle. Por eso, el pueblo de Dios debe invocarle diariamente (Sal. 88:9). Esta jubilosa práctica fue profetizada por Joel (Jl. 2:32) con respecto al jubileo del Nuevo Testamento.
En el Nuevo Testamento, invocar el nombre del Señor fue mencionado primero por Pedro aquí, en el día de Pentecostés, como el cumplimiento de la profecía de Joel. Este cumplimiento tiene que ver con el hecho de que Dios derramase económicamente el Espíritu todo-inclusivo sobre Sus escogidos para que participasen de Su jubileo neotestamentario. La profecía de Joel y su cumplimiento con relación al jubileo neotestamentario de Dios tienen dos aspectos: por el lado de Dios, Él derramó Su Espíritu en la ascensión del Cristo resucitado; por nuestro lado, invocamos el nombre del Señor ascendido, quien lo ha efectuado todo, ha logrado todo y ha obtenido todo. Invocar el nombre del Señor es de vital importancia para que los que creemos en Cristo participemos del Cristo todo-inclusivo y lo disfrutemos a Él y todo lo que Él ha efectuado, logrado y obtenido (1 Co. 1:2). Es una práctica importante en la economía neotestamentaria de Dios que nos permite disfrutar al Dios Triuno procesado para ser plenamente salvos (Ro. 10:10-13). Los primeros creyentes practicaban esto en todas partes (1 Co. 1:2), y para los incrédulos, especialmente para los perseguidores, llegó a ser muy característico de los creyentes de Cristo (Hch. 9:14, 21). Cuando Esteban sufrió persecución, él practicó esto (Hch. 7:59), lo cual seguramente impresionó a Saulo, uno de sus perseguidores (Hch. 7:58-60; 22:20). Más adelante, el incrédulo Saulo perseguía a los que invocaban este nombre (Hch. 9:14, 21), identificándolos por esta práctica. Inmediatamente después que Saulo fue capturado por el Señor, Ananías, quien condujo a Pablo a la comunión del Cuerpo de Cristo, le mandó que se bautizara invocando el nombre del Señor para mostrar que él también había llegado a ser alguien que invocaba. Con lo que le dijo a Timoteo en 2 Ti. 2:22, Pablo indicó que en los primeros días todos los que buscaban al Señor invocaban Su nombre. Sin lugar a dudas, Pablo practicaba esto, puesto que exhortó a su joven colaborador Timoteo a que hiciera lo mismo para que también disfrutara al Señor.
La palabra griega traducida invocar se compone de dos vocablos que en conjunto significan llamar audiblemente, en voz alta, tal como lo hizo Esteban (Hch. 7:59-60).